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Venezuela: su doloroso camino

JULIO FAESLER

Una vez más, el sueño de Simón Bolívar se aplaza. Se aró en el mar. A 250 años de independencia, Venezuela cayó en otro bache en su triste camino de servidumbres.

El pesado socialismo bolivariano que Hugo Chávez heredó a Nicolás Maduro, vergüenza de América Latina, es repudiado por la mayoría de la ciudadanía. No cuenta con más apoyo internacional que el cubano y quizá Norcorea. Países hermanos, simpatizantes como Ecuador o Bolivia, guardan estudiada discreción. Partidos y grupos mexicanos como el Centro Pro, tan claridosos y expresivos en su intransigencia contra las violaciones de los derechos humanos que cometen los gobiernos capitalistas y burgueses que esclavizan a sus pueblos, ahora se mantienen callados si del tema de la izquierdista sociedad bolivariana, se trata.

El gobierno de Maduro, obstinado en cimentar un anacrónico sistema comunista, está herido de muerte, ahogado en la sangre de sus opositores, solo y desarticulado, sostenido en vilo por el ejército al que encarga el control total de un país levantado en su contra. Leopoldo López, un líder de la insurrección, condenado desde 2014 a una grotesca pena, clama justicia desde la ventana de su cárcel mientras miles de simples ciudadanos mueren en las calles por enarbolar la bandera de la libertad.

La Asamblea Nacional, integrada en su mayoría por diputados de oposición y presidida por Jorge Borges, fue agredida antier por turbas que invaden su recinto por órdenes del gobierno que el día 30 de este mes pretende crear una asamblea constituyente que sustituya el orden parlamentario vigente. La oposición, a su vez, ha citado para este día 16, un plebiscito para determinar si la gente quiere una nueva constitución. La suerte de Venezuela está pues en vilo. La cuenta de muertos asesinados por militares llega a 91.

La ironía del silencio profundo de la izquierda de todo el mundo da pena ajena. Pero los tiempos han cambiado. Ya no se aceptan las recetas socialistas represoras. La gente demanda vida segura y cómoda, no seguridad contra fantasiosas invasiones extranjeras inventadas al vapor. Ya no valen las dictaduras con utopías, pero de secuencias funestas.

El problema más profundo que vive Venezuela es que su fragmentada y desorganizada oposición no se coordina ni siquiera teniendo al enemigo enfrente. Sus diversos grupos se manifiestan contra Maduro, más por la afectación de sus intereses personales y por las intolerables privaciones que el proyecto socialista por largos años les impuso que por un genuino anhelo y preocupación por el respeto a la democracia. Aquí radica la inherente debilidad de su movimiento y que desde afuera se percibe. Ese tipo de motivación material no basta para derrotar a un régimen que se ostenta de ideología.

Las raíces del desastre de la democracia en Venezuela escapan las tesis y las capacidades de las izquierdas. Éstas, campeonas de mil batallas contra opresiones de toda índole, sabe, por experiencias propias acumuladas, que el alivio de los problemas venezolanos de justicia social no está ni en discursos, manifiestos o en movilizaciones de masas, sino en responder con artículos que los consumidores del mundo actual puedan encontrar en los supermercados. El descrédito de la política viene de esta incompetencia oficial que se constata en todo el mundo.

El caso venezolano es síntoma de la posdemocracia fruto de la materialización globalizada donde las fórmulas de gobierno no funcionan si no ofrecen ocupación y sustento. Esta decepción no tiene respuesta en decretos.

Las presiones sociales tampoco se resuelven con tropa. Hoy no hay más para las autoridades que la cruda necesidad de resolverlas con servicios que lleguen a donde son requeridos a nivel personal, familiar y comunitario.

En nuestro país hermano el régimen dictatorial falló. Las privaciones que sufren 32 millones de venezolanos en su existencia cotidiana son, esperemos, las últimas que tengan que padecer por conquistar una vida digna. Después del amargo trago que ahora sufren, el siguiente régimen presidencial, democrática e inteligentemente electo, habrá de empeñarse en seguir la norma del servicio y no el de las balas.

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