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Javidú, posible sociópata

SIN LUGAR A DUDAS...

PATRICIO DE LA FUENTE
“Ojalá se te acabe la mirada constante, la palabra precisa y la sonrisa perfecta.”

— Silvio Rodríguez

Sin ser psicólogo y a ojo de buen cubero estoy convencido que Javier Duarte -Javidú para los cuates y enemigos por igual- es un sociópata en toda la extensión de la palabra. No obstante las acusaciones en su contra, que son gravísimas, Javidú se muestra irresponsable e impulsivo y hasta se da el lujo de sonreír. Cualquiera, en su situación, estaría serio, aterrado, pero no Duarte, él no.

Este sujeto en aquella legendaria portada de la revista Proceso, esa que tanto le molestó pues aparecía gordo, en la “plenitud del pinche poder” y retando a la cámara, ya evidenciaba profundas alteraciones en su comportamiento. Y “tiene pinta de ser un auténtico hijo de la fregada y no pedazos”, recuerdo haber pensado cuando salió a la luz esa fotografía. Y es que los ojos decían todo.

No es posible el descaro y la desconexión con la realidad que observa Duarte de Ochoa. Aún creyéndose protegido del sistema y depositario de los secretos de Palacio, el ex gobernador desafía desde Guatemala, se carcajea en nuestra cara. No hay en él ni un dejo de arrepentimiento, porque los sociópatas son incapaces de sentir empatía ni humildad, tienden a mentir con enorme facilidad, se miran a sí mismos como personas grandiosas y conocen a la perfección los caminos para obtener lo que quieren.

Para Duarte no hay fijón de lo que se le acusa, o por lo menos, lo que nos ha querido mostrar es que no le importa demasiado y librará, en el “México del fuero, para el gran ladrón y la cárcel, para el que roba un pan”, la más grande de sus batallas. Quizá Javidú no se ha dado cuenta que se volvió un lastre para el Gobierno y para su partido y, que sin importar lo que diga o haga, habrán de sacrificarlo en aras de un destino superior: las elecciones de 2018.

Como consigna Animal Político, uno de los medios de comunicación al que mucho le debemos que el ex gobernador haya sido llamado a cuentas, el cúmulo de delitos que se le imputan anticipa un calvario para el implicado y su defensa. De entre el rosario de acusaciones: delincuencia organizada, operaciones con recursos de procedencia ilícita, abuso de autoridad, incumplimiento de un deber legal, peculado, tráfico de influencias y coalición.

Pese a todo, Javidú nos salió poeta. Pasó de la sonrisa perfecta, como “La Barbie” cuando lo presentaron ante la opinión pública en aquél hangar, a la palabra precisa. En una retahíla de versos críptica, atribuidos al filósofo y abogado Santiago Montoto, Duarte finalizó su audiencia del martes diciéndonos que: “Tengo algo que declarar: paciencia, prudencia, verbal contingencia, dominio de creencia. Presencia ¿o ausencia?, según conveniencia. Muchas gracias. Verbal contingencia, gracias”

Javidú, el gran sociópata, todo indica pero ojo, que un presunto cuadro clínico no lo exime de su responsabilidad. Javier Duarte, miembro honorario de esa generación voraz y cleptocrática que mal gobernó como si no hubiera mañana. “No se robó el estado porque no le cupo en la cartera”, dirían por ahí.

Nos leemos en Twitter y nos vemos por Persicope, sin lugar a dudas: @patoloquasto

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