REFRANERO DEL QUIJOTE
Atravesado "como costal de basura" sobre los lomos del asno propiedad de Sancho Panza, llega don Quijote a una venta (hospedería del camino) que él decía que era un castillo, todo molido por unos desalmados arrieros yangüeses, es decir, del pueblo de Yanguas.
En la venta es atendido don Quijote por la mujer del ventero, que "naturalmente era caritativa y se dolía de las calamidades de sus prójimos", así como por "una hija suya doncella, muchacha y de muy buen parecer", ayudadas ambas por "una moza asturiana, ancha de cara, llana de cogote, de nariz roma, de un ojo tuerta y del otro no muy sana", de nombre Maritornes.
Atienden las tres mujeres lo mejor que pueden a don Quijote de tantos golpes como lleva encima el pobre caballero andante, quien permanecía muy atento escuchando la conversación que sostienen las mujeres con Sancho mientras desarrollan su labor caritativa, cuando "sentándose (don Quijote) en el lecho como pudo, tomando de la mano a la ventera, le dijo:
-Creedme, fermosa señora, que os podéis llamar venturosa por haber alojado en este vuestro castillo a mi persona, que es tal, que si yo no la alabo, es por lo que suele decirse que la alabanza propia envilece, pero mi escudero os dirá quién soy".
Respecto del anterior pasaje, el cervantista español Juan Antonio Monroy en el libro de su autoría "La Biblia en El Quijote" escribe:
"Entre los comentaristas de El Quijote no hay uniformidad de criterios en cuanto al origen de la sentencia subrayada. Mientras unos afirman que el tal proverbio es de autor desconocido, otros aseguran que siempre se dijo el 'laus in ore propio vilescit'; un tercer grupo sostiene que se trata de una sentencia de Salomón contenida en el libro de los Proverbios:
'Que te alabe el extraño, no tu boca; el ajeno, no tus labios' (Proverbios 27, 2)".
J.A García Villa
@jagarciavilla