Columnas Social

Pequeñas especies

M.V.Z. Francisco Núñez González

UNA REUNIÓN DE 44 AÑOS

Recuerdo la fotografía tradicional que nos tomaron días antes de salir de la Facultad de Veterinaria, vestíamos totalmente de blanco, filipinas que "entonces" lucían con figuras esbeltas y atléticas, las cabelleras abundantes y de pelo oscuro, la enorme sonrisa que reflejaba todas las ilusiones de haber culminado cinco años de arduos estudios de la profesión.

Fuimos la envidia de compañeros de los grados anteriores que nos admiraban sonriendo y gozando también el momento e imaginando esa futura estampa en ellos, como así soñamos nosotros cuando veíamos al grupo de quinto año tomarse tan anhelada fotografía que vimos pasar generación tras generación desde nuestra llegada a primer año a la facultad. Éramos 30 compañeros que salimos en esa fotografía de la 11a. generación del 3 de junio de 1978.

Quise recordar ese momento tan significativo, ya que fue la primera vez que sentí cierta autonomía y la responsabilidad de ser ya alguien productivo como profesionista que afloraba en ese momento, y retribuir de alguna forma los años de sacrificio de mis padres, aunque nunca existió queja alguna por parte de ellos hacia sus seis hijos profesionistas.

Hace unos días, nos reunimos los compañeros de generación para celebrar 44 años de amistad y de paso festejar nuestro XXXIX aniversario de haber egresado de la Facultad. Que bella es la memoria, recordamos anécdotas que no venían a mi mente desde hace tantos años en que tuve la fortuna de conocer a mis compañeros. Volví a trasladarme al pasado como si hubiese sido ayer; las ingeniosas bromas estudiantiles, las odiseas de los viajes de "estudio", la temible materia de anatomía y el angustiante examen oral, las bellas novias de estudiante, el apoyo incondicional de tu mejor amigo, la casa de asistencia donde vivimos, la fuerte rivalidad deportiva de nuestros equipos, los atinados apodos que eran hechos como anillo al dedo, que por cierto hasta la fecha sólo lo permitimos entre nosotros.

Al principio, recordaba las cabelleras negras y abundantes, figuras esbeltas y atléticas, después de más de 40 años cambiamos un poco, ahora somos abuelos, calvos, cabezas encanecidas, respetables barrigas, absolutamente todos necesitamos anteojos para ver alguna fotografía y el que no los lleva consigo, como buenos amigos que fuimos siempre, los compartimos.

Un factor muy importante para haber logrado esa amistad, fue la unión cuando vivimos de estudiantes, que más que una escuela de veterinaria, fue una escuela de formación de amigos, fuimos 30 y solamente una compañera era originaria de la ciudad de Durango, los 29 restantes éramos de la Comarca Lagunera, así que vivíamos en casas de asistencia o rentábamos una casa para abaratar costos.

Creo que por eso somos hogareños y buenos esposos, aprendimos a cocinar, lavar, planchar, barrer, trapear, además de hacer labores de plomería, albañilería, carpintería, electricidad, mecánica, entre otras cosas, como la de curar animales.

No todo fue alegría en nuestra reunión, también recordamos a tres de nuestros compañeros que ya partieron: Juanito Ortegón, Alberto Soltero y al Dr. Alfredo Lopez Yáñez, cuyo nombre lleva nuestra generación.

No cabe duda que los amigos viejos son como los buenos libros, son únicos y adquieren mayor valor con el tiempo. Agradezco a mis amigos el privilegio que me conceden ser parte de mi riqueza.

Espero en Dios los siga conservando con salud, y cuando por los años no puedan ya correr, troten, y si no pueden trotar, caminen, y cuando no puedan caminar, usen el bastón, pero NUNCA, NUNCA SE DETENGAN.

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