El problema de la verdad histórica
Para la historia, constituir un postulado o un supuesto verdadero es más que nada una pretensión. Verdad es lograr el relato más fidedigno de lo que sucedió a la luz de los documentos.
La noción de verdad ha sido tema de constantes discusiones entre estudiosos de la historia. Las frecuentes polémicas que se han dado desde el siglo pasado, por lo menos, hasta el presente, en torno al concepto 'verdad histórica' —utilizado por diferentes actores y empleado para legitimar actos humanos desde los más diversos contextos—, nos complican la tarea de comprender la noción menos compleja de esta idea. Aclaremos un poco la situación.
¿Cuál es el problema? De entrada, la mayor parte de las aseveraciones que intentan o pretenden —en sentido general— estar respaldadas por la verdad, sirven de apoyo para establecer una creencia, dotar de valor y dar validez a un suceso, a una práctica, a una representación. Sin embargo, pocas cosas son más difíciles de alcanzar que tener conciencia de lo verdadero en un sentido auténtico y generalmente inalterable.
Sabemos que las verdades absolutas o no existen o son inasibles. Quien intenta dar por hecho un supuesto, por muy certero que parezca, tendrá que comprobar cualquier cantidad de cuestiones. En historia, la postura con respecto a lo cierto está relacionada con la fundamentación y el rigor de la comprobación. No obstante, bien sabido es que a diferencia de cualquier ciencia, la historia aún es considerada por muchos teóricos como una disciplina anclada a sus parientes mayores.
Los seguidores de Clío están condenados a aspirar no a la precisión que da con un blanco único, evidente e inalterable, sino a varias verdades. Constituir un postulado o un supuesto verdadero es más que nada una pretensión. Verdad es lograr el relato más fidedigno de lo que sucedió a la luz de los documentos o de cualquier otro medio que permita a éste disponer de garantías sobre dicha realidad.
Creer que lo cierto en el terreno histórico tiene un valor inamovible e invariable es un error común. El pasado humano es fijo, ya no se mueve ni se transforma, pero, acceder a ese tiempo pretérito es complicado, ahí es donde el movimiento hace lo suyo porque no permanece sujeto a nuestra visión, al contrario, es ajeno al historiador. No hay totalidad.
Un trabajo de calidad, más que nada, nos demuestra que los fenómenos biopsicosocioculturales no son fijos ni estáticos, más bien varían y son parte de accidentes —si se nos permite—, y dependen de diversas situaciones, contextos e incluso fenómenos.
La verdad, diría François Dosse, es como un pedazo de pan que se nos da en migajas. Son trozos de variados tamaños y formas. No tendremos la pieza entera ni podremos comer toda la masa como fue, pero, a partir de esas minucias, probamos, cuando menos, cómo sabía ese alimento.
No sería conveniente descartar el problema de la ideología, de los prejuicios del historiador. Toda intervención depende de un sujeto y éste, de sus valores y su contexto. La interpretación debería aspirar a la objetividad, mas ésta no implica el simple uso de documentos o fuentes que sustenten la narración. Es necesario analizar dichas proveedoras de información y hacer una labor de crítica sobre las evidencias documentales.
Desde luego, debemos concluir que el problema está relacionado con las pretensiones humanas de validar o invalidar; de legitimar o de mentir a partir de las posibilidades que comprende la materia de Clío, es decir, la cuestión cierta. La “verdad histórica” es más que las verdades históricas porque éstas dependen de una lectura, y ocurre que no hay una sino varias. En la búsqueda, me parece, está la verdad, como interpretación individual acerca de un conjunto, de una época, de los hechos.
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