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La verdad sí mata

“La verdad no mata, pero incomoda”, reza un dicho muy conocido por todos los mexicanos. Desgraciadamente, el México de hoy, vive convulsionado por la impunidad, la corrupción, la delincuencia organizada, y mil y uno problemas más, originados por malos gobiernos de los tres niveles, y de cualesquiera de los partidos políticos que nos imponen candidatos mediocres, ineptos y carentes de sensibilidad humana, de ética profesional y de calidad moral. ¿Y qué hacemos los votantes? ¡Votamos!, pero no por el mejor, sino por el menos peor; porque de los candidatos que nos imponen ninguno tiene lo mínimo necesario para gobernar. Todos tienen, en mayor o en menor grado cola que les pisen. Cada uno es marioneta de alguien más arriba en la escala del poder. Todos tienen padrino político, y a su partido se deben y se entregan.

Dicen que los refranes son producto de la sabiduría popular, y de la veracidad de los dichos nunca hay que dudar; pues si no se cumplen tal cual, cuando menos una de sus dos partes, sí.

No hace muchos días, en los diarios y semanarios más importantes de México, ocupaba la primera plana el lamentable asesinato de alguien que podría considerarse mártir del periodismo mexicano; pues sólo el que sabe que su profesión implica riesgo de muerte, continúa en ella con el firme propósito de investigar y publicar verdades acerca del narcotráfico y sus implicaciones con el gobierno.

No todos los periodistas tienen el valor de ejercer su vocación, a sabiendas que bailan en la cuerda floja; no todos cambian de la nota roja a la deportiva o a la sección de espectáculos. Sólo quienes saben que sus reportajes, sus notas periodísticas, combaten el narcotráfico, la impunidad y la corrupción de funcionarios de gobierno, continúan trabajando por ética profesional, por vocación indiscutible, por patriotismo, por amor a México. Sólo periodistas como Jesús Javier Valdez Cárdenas, fundador del Semanario Ríodoce, en Culiacán, Sinaloa, y escritor de libros incendiarios sobre el tema del narcotráfico, quien sabía que sobre su cabeza pendía la Espada de Damocles, siguió adelante con su apostolado. Javier Valdez no paró de hacer periodismo porque sabía que la verdad aunque incomode a traficantes de droga y a políticos coludidos con la delincuencia, debe ser dicha, escribirse, publicarse y gritarse a los cuatro vientos, para crear conciencia de la peor pesadilla que vive México, hoy por hoy; porque bien sabía, Javier Valdez, que la verdad es lo único que libera, que la verdad es luz, que la verdad es vida… aunque la consecuencia sea fatal.

Sólo periodistas como él y otros cinco más, que han sido asesinados en lo que va del año (menos de cinco meses), junto a los más de 130 periodistas muertos en el ejercicio de su profesión, y más de 25 periodistas desaparecidos en los últimos 15 años, son merecedores del máximo galardón al periodismo mexicano.

Ahora vemos, que la verdad sí mata. Mata por la incomodidad que provoca; porque la verdad pone en los reflectores las fechorías de los delincuentes; porque pone en el banquillo de los acusados a quienes han delinquido, sin importar su rango político, social o económico.

La guerra a la delincuencia, que un mal día declaró el expresidente Calderón, como cortina de humo para ocultar su dudosa legalidad en su arribo a la silla presidencial, abrió la “caja de Pandora”; y hasta hoy miles de personas inocentes han muerto, mientras la Hidra de mil cabezas sigue campante por todos los rincones de nuestro país.

Héctor García Pérez,

Gómez Palacio, Durango.

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