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Referéndum del moreirismo

Periférico

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

Aunque por el tamaño del padrón electoral y la dimensión del presupuesto de egresos en juego la elección del Estado de México será la más importante de la jornada del 4 de junio, la de Coahuila reviste el mayor interés por un factor central, entre otros: la continuidad o no del proyecto político moreirista. Del resultado de esa votación depende no sólo la permanencia de la hegemonía octogenaria del PRI en el gobierno estatal, sino también la ratificación del grupo en el poder, aunque ahora en su versión lagunera. Porque es claro que el candidato priista a la gubernatura, Miguel Riquelme, forma parte de ese grupo que controla la mayor parte de las estructuras políticas de la entidad desde 2005, cuando la familia Moreira llegó al Palacio Rosa. Si bien es cierto que, como él mismo se defiende, su carrera política inició antes de ese año, es en la última década que se ha fortalecido en la cercanía de los dos gobernadores de ese apellido. Y hoy, ambos lo apoyan, al menos expresamente: uno desde el gobierno estatal priista, el otro desde su trinchera de candidato plurinominal por el Partido Joven, aliado del PRI.

Ha quedado claro en la campaña que los esfuerzos del gobierno federal y el CEN del tricolor se concentraron principalmente en el Estado de México, en donde el régimen lleva como candidato a Alfredo del Mazo, primo del presidente Enrique Peña Nieto, e integrante de la dinastía de Atlacomulco. Ganar el Estado de México es vital para el proyecto del priismo peñanietista, ya que, de no conseguirlo, las posibilidades de repetir en 2018 en el gobierno federal se reducirían al mínimo. No sólo se trata de números, siendo dicha entidad la más poblada del país, sino también de símbolos. En caso de perder, el PRI se quedaría con el control de sólo dos -Jalisco y Oaxaca- de las 10 entidades con más electores de la República. Pero además significaría el debilitamiento del grupo Atlacomulco dentro del tricolor y la posible emergencia de otros grupos hoy relegados, pero que están al acecho y a la expectativa. Si el partido logra conservar el poder en el estado mexiquense, tendrá un respiro tras la debacle de 2016 y abrirá la posibilidad de reestructurar sus fuerzas de cara a 2018. Aunque no pinta fácil, la mayor parte de las encuestas coloca a Del Mazo a la cabeza, seguido de cerca de Delfina Gómez, candidata de Morena.

En esta lógica, el apoyo del centro para el PRI de Coahuila ha sido casi el mínimo institucional necesario si se compara con el que se ha volcado hacia el PRI del Estado de México. Prácticamente el moreirismo está librando la batalla con sus propios recursos, redes, programas y controles. Esta situación puede entenderse desde dos ópticas. Por un lado, el apellido Moreira se ha convertido en un problema para el PRI en el ámbito nacional debido a los múltiples señalamientos e investigaciones que han pesado sobre los dos sexenios que han gobernado los hermanos Humberto y Rubén, con el agregado de que el primero fue el dirigente nacional tricolor que le dio la candidatura presidencial a Enrique Peña Nieto. Por otro lado, un eventual triunfo del PRI en Coahuila posicionaría al moreirismo como uno de los grupos más fuertes en la lucha nacional dentro del partido, toda vez que bien pudiera presumir haber ganado una elección en medio de un clima hostil por el hartazgo creciente de un amplio sector de la ciudadanía que cree que es necesario terminar ya con la hegemonía tricolor de más de 80 años en la entidad, la única del norte que no conoce la alternancia. Bajo esta óptica, otros grupos dentro del PRI pudieran beneficiarse de la derrota del moreirismo.

Por eso es tan importante la elección para el PRI coahuilense. Pero también lo es porque la derrota del moreirismo pudiera significar romper la coraza que el régimen ha creado alrededor de todo lo relacionado con el desorden financiero del sexenio anterior, la deuda contratada de forma irregular, la descomposición e infiltración de la seguridad pública y los presuntos malos manejos de exfuncionarios que están siendo investigados en el extranjero, pero no en México. Es casi una cuestión de supervivencia política, una dura prueba que, de superarla, catapultaría a este grupo como la referencia de aquello que los Duarte en Chihuahua y Veracruz, y Borge en Quintana Roo, no pudieron hacer. Y estamos viendo las consecuencias de ello. El priismo moreirista se rehúsa a poner sus barbas a remojar y ha emprendido lo que sin duda es la batalla política más encarnizada de sus doce años de vida. La madre de todas las batallas del 4 de junio no es el Estado de México, es Coahuila. Para ello, el régimen ha puesto toda su confianza en la estructura militante y clientelar, a la par que ha desplegado una campaña contra quien considera que tiene más posibilidades de arruinar sus objetivos.

Aunque en los últimos días ha habido expresiones dirigidas a generar la percepción de que son cuatro los candidatos que están en la pelea, resulta coincidente que prácticamente todas las encuestas -salvo una- colocan al priista Miguel Riquelme y al panista Guillermo Anaya como los punteros, ya sea empatados o con una ligera ventaja para cualquiera según el caso, y que contra quien el PRI ha dirigido el mayor peso de su batería es precisamente contra el candidato blanquiazul. Si el tricolor no viera a Anaya con posibilidades reales de triunfo, seguramente dirigiría la mayoría de sus ataques contra otro candidato, de la misma forma que los ataques del PAN se centran en el aspirante priista, a quien ven como el rival a vencer. La lucha está, pues, entre Anaya y Riquelme, el primero enarbolando la bandera de la alternancia y el combate a la corrupción, el segundo la de la continuidad y la seguridad. La esperanza del PRI coahuilense está centrada en que el voto opositor se fragmente lo suficiente para que con la estructura y un poco más puedan conservar el estado. La del PAN está sustentada en el hartazgo de un sector de la ciudadanía, fortalecer la idea del voto útil y operar con eficiencia sus redes militantes y clientelares creadas para contrarrestar la maquinaria tricolor. Nadie ha ganado todavía. El resultado de la elección depende aún en buena medida de lo que ocurra el 4 de junio. La moneda está en el aire y sus dos caras son: sí o no a una nueva versión del moreirismo.

Twitter: @Artgonzaga

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