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¿Feliz viaje?

Opinión - Miscelánea

¿Feliz viaje?

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ADELA CELORIO

Pido perdón aunque sólo sea para maquillar un poco el firme codazo que le acomodo en las costillas. El muy maldito despierta, sí, pero al instante se reacomoda y vuelve a ese sueño entre nubes.

No hay ningún viaje malo, excepto el que conduce a la horca.

Cervantes

El horizonte de pinos en mi ventana, los afortunados instantes capturados en las fotografías y los libros que cubren los muros de la casa, constituyen mi isla de la Tranquilidad. Tan seguro y previsible dominio con frecuencia me provoca el caprichoso impulso de salir corriendo para no convertirme en estatua de sal. La urgencia por salir en busca de algo que no logro identificar se activa con palabras como verano o Mediterráneo. Cuando eso sucede, sin considerar los obstáculos del viaje, a lo loco, emprendo el vuelo.

Sobrevivir con una elemental dignidad a la revisión aeroportuaria es mi primera victoria antes de abordar. Ya en el avión, el compañero de asiento que en mi fantasía imaginé guapo e interesante resulta ser una joven obesa. Tras liberar el mágico poder de un 'compermiso', pasa sobre mí para desparramarse en el asiento de ventanilla cargando algo que no sé si es una criatura o un paquete de caca. “En cuanto el avión despegue le cambio el pañal”, dice. “¡La va usted a cambiar ahora mismo!”, ordeno. Intimidada por mi intolerancia, la obesa madre se lleva su caca a otro lado. El otro asiento junto a mí lo ocupa un zombi hipnotizado por la pantalla del teléfono.

De pronto, siento tal desamparo y tal necesidad de regresar a mi isla de tranquilidad, pero no puedo, el aeroplano, y todo en él, es insensible al furioso golpeteo de mi corazón. Sigue el vuelo. Intento distraer mi ansiedad con un bálsamo de lectura. El remedio no funciona, menos después de que el zombi deposita su cabeza sobre mi hombro. Pido perdón aunque sólo sea para maquillar un poco el firme codazo que le acomodo en las costillas. El muy maldito despierta, sí, pero al instante se reacomoda y vuelve a ese sueño entre nubes.

Sigo sin poder cerrar un ojo. Menos mal que solo faltan diez horas de vuelo. Pienso muchas cosas, menos en las que debería. Por ejemplo, no se me ocurre que es buen momento para arrojarme por la ventana del avión. No, eso lo pensaré después de aterrizar en Niza porque, poco después de mi arribo, también llegará el terror y el atentado, desgraciadamente, será replicado en diferentes países de Europa; serán atacados incluso los pacíficos, educados y prudentes ciudadanos de Suecia.

Una nueva forma de guerra amenaza a la humanidad, pero no la vencerá porque ni siquiera el terror es para siempre. Al tercer día viene la resurrección; la vida vuelve a ser propicia; el sol calienta de nuevo y las parejas vuelven a besarse en los parques. Y allí estoy yo, vestida toda de blanco, al descubierto; mis hombros dorados de sol; el toque Chanel que imprime el exquisito sombrero de finísima paja; dispuesta a celebrar la vida que retoma su ritmo. Después de una larga caminata elijo, para sentarme a comer, una lujosa terraza ambientada esa mañana por un quinteto de jazz. Martini para empezar, total, un día es un día y celebro la vida que en verano es más vida. Cuando apenas comienzo a comer la ensalada, reparo en que la servilleta se ha resbalado de mis piernas y yace en el piso. Sin levantarme de la silla, me agacho a recogerla y pierdo el equilibrio. Instintivamente mis manos buscan apoyo pero sólo consigo aferrarlas al mantel. En el descenso arrastró copas, ensalada, la honra. Montones de manos me levantan, me acomodan en la silla, me sacuden la ropa, certifican que mis pernas y brazos siguen en su lugar. Solícitos meseros me ofrecen agua, desaparecen los daños, reponen el mantel; un camarero retira las hojas de lechuga del sombrero antes de volver a ponerlo en mi cabeza; yo sólo deseo desaparecer. ¡Actitud!, me digo de pronto, y para que todos los que miran se den cuenta de lo bien que me salen las caídas, con una mano en el pecho y el brazo extendido hago una reverencia. Acto seguido vuelvo a sentarme como buena comensal.

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