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ALEJANDRO TOVAR

Con cariño en su día para los maestros de la UAD-Gómez Palacio

Como aficionado, uno quisiera que los torneos reducidos fueran saturados de emoción, de angustia, de futbol pleno, con los héroes de la cancha liderando a los suyos en batallas formidables que ratifiquen que este juego maravilla es la forma más bella inventada por los hombres para sentirse libres, para sacudirse de vidas monótonas y para entrar a la cueva de los prejuicios.

Pero qué va, entramos al futbol que sirve como medida de confusión. Nuestro equipo, en la posesión de su fantasma favorito, la irregularidad y sobre todo una bipolaridad manifiesta. En casa parecían sólo sombras que viajaban y regresaban del excitante pasado, ante un diablo en pleno ejercicio de su sensibilidad. Después marcaron los espacios y mostraron la otra cara, hasta quedar exhaustos. ¿Quién puede explicar semejante diferencia en sólo cuatro días de espacio?

El resto ha sido ridículo. Atlas y Chivas enfrascados en una pugna citadina, mucho mejores los fans y la belleza de su entrega ante el pobre espectáculo de ambos, que vivieron solamente un forcejeo, lejos de lo presentido, en un espantoso ejercicio de una oportunidad que tanto añoraban, mostrando todos que les ha quedado demasiado grande el legado de los viejos héroes.

Xolos se deshizo del entusiasta amarillo sin calidad ni volumen de juego. Solo chispazos de ambos, con futuro incierto. ¿Y los regios? Mohamed se mostró porque el tiempo siempre descubre la verdad, como un técnico sin recursos y con gran plantel. Enfrente no fue Tuca el fenómeno sino Gignac, goleador clásico, el caballo favorito de Ben Hur contra Mesala.

Torneo corto con musiquilla de duda, porque en ese espacio clandestino donde mora la curiosidad se intuye que los federativos, siempre proclives al negocio del futbol-dinero, instruyen a los árbitros para no expulsar o hacerlo cuando maten al rival a balazos, solamente, pero los silbantes Ortíz y Hernández fueron tibios e insensibles. La plancha de Barrientos a Izquierdoz, al que no rompió porque Dios es grande, era de cárcel. La barrida de Funes Mori a Nahuel, también.

En Toluca, Ortíz dejó que se perdiera todo el tiempo a lo cínico y luego toleró que Méndez, un argentino de aspecto malote y tatuajes de presidiario, entrara a dar patadas, su especialidad, sin cartones y hasta previendo a Cristante que "podría expulsarlos" y el DT los relevó. Un fiasco, una forma de ensuciar más el panorama donde mora la mediocridad y muere la excelencia.

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