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México solo frente a su reto

JULIO FAESLER

Los problemas que México tiene para conquistar una posición destacada en la intrincada coyuntura internacional actual son simples si los comparamos con su tarea de organizar su desarrollo socioeconómico interno.

En efecto, las problemáticas de los mercados internacionales se atienden con maniobras inteligentes de negociación siempre que se respalden con elementos sólidos de competitividad lo cual depende de una estructura productora eficiente.

En estos momentos México padece de erráticas violencias criminales que tan proceden del desempleo, de la falta de educación o, más aún, del inicuo tráfico de drogas y gente que contamina a todo el aparato económico. Estos males se proyectan contra una pantalla de descoordinación e incompetencia general.

Este desolador panorama parecía menos dramático a la luz de las confirmadas posibilidades de aumentar nuestra exportación nacional y así dar empleo e ingresos a nuestra población trabajadora.

La ancha red de convenios y tratados que los últimos gobiernos mexicanos han ido tejiendo pueden, si lo sabemos hacer, desembocar en avenidas geopolíticas y económicas que nos abrirán oportunidades insospechadas.

De los muchos tratados de tipo económico que hemos suscrito se desprende un buen número de países que nos han abierto sus mercados. No hay que hacer más que estimular a nuestros empresarios a que ellos mismos promocionen la venta de sus productos y servicios.

La fundamental importancia de los tratados que hemos suscrito puede apreciarse ahora que hay justa incertidumbre sobre la forma en que será tratado el TLCAN en las negociaciones que se han anunciado para sus readaptación.

"Nadie sabe el bien que tiene hasta que lo ver perdido", viene a cuento. Hemos visto cómo la amenaza de su desaparición o únicamente su reforma inquieta a la estructura de producción de México exponiendo así la exagerada dependencia de la economía norteamericana que México ha dejado crecer.

La razón de esto está en que un alto porcentaje de nuestros empleos está vinculado a la exportación y que casi el 90 % de ésta depende del mercado de ese país y por ello tiene un futuro precario.

Las magníficas perspectivas latentes en los tratados comerciales no explotados por nuestros hombres de negocios son una buena parte de la solución a nuestro débil crecimiento actual. Aunque esto es evidente, no da la respuesta total a nuestra presente incapacidad de valernos por nosotros mismos. Aumentar significativamente el volumen y valor de nuestras exportaciones requiere, qué duda cabe, información y buena mercadotecnia. Pero ello tampoco es suficiente; lo hemos visto una y otra vez.

México tiene que seguir los pasos concienzudamente emprendidos durante años por países que llegan a tener éxito en su desarrollo ancho y justo, y no son necesariamente el otorgar apoyos fiscales y financieros donde, por cierto somos notoriamente escuetos. Un ingrediente básico radica en tener una infraestructura mental sintonizada con metas inspiradoras y ambiciosas tanto en los empresarios como en los gobernantes.

Es aquí donde México no cuenta con suficiente número de promotores privados o públicos de comercio exterior. Por razones que se ramifican y arraigan en hondos reductos psicológicos, el mexicano no es lo suficientemente acometedor, agresivo comercialmente, para labrarse grandes nichos de éxito. Su dimensión es, salvo pocas y sin duda importantes excepciones, modesta.

El ritmo de aumento del comercio exterior al nivel que demanda una población de 120 millones, tiene que ser un importante múltiplo del actual para comportar a su vez un PIB que sea múltiplo del raquítico inferior a 2 %.

La posibilidad de alcanzar lo anterior depende de articular todos los esfuerzos que convergen para un comercio exterior fuerte y exitoso. Ello depende en gran medida de una población con una base educativa mínima que sea trampolín para saltar a los niveles de productividad y creatividad que se requiere para llevar un ritmo de producción que dé empleo a los miles que piden emplearse sin estar capacitados.

El país ha perdido mucho tiempo en el mal uso de su recurso humano. Poco sentido tiene hablar del "bono demográfico" si la fuerte politización de la organización laboral pasada no sirvió sino para sostener un régimen de poder sin preocuparse en lo mínimo por ofrecer canales para la capacitación productora popular que ahora no existe.

La lamentable coincidencia de un empresariado laxo en sus objetivos y una base trabajadora desatendida y condenada al ambulantaje explica la coyuntura en que nos encontramos.

No hay que desesperar. No se conquistó Zamora en una hora. Lo único que hace falta es terquedad en nuestro propósito de desarrollarnos en serio, sin autocomplacencias.

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