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Legalización de las drogas

Mirando a fondo

VÍCTOR GONZÁLEZ AVELAR

ENTRADA.-

Tema polémico, controvertido y muy difícil de manejar.

Se trata de un tema que origina las más encontradas e irreconciliables posiciones y puntos de vista. En este asunto concurre todo tipo de morales y moralinas de principios, virtudes, dogmas, religiones, de salud pública, de usos y costumbres además de una infinita gama de principios políticos, sociales, éticos y económicos.

Estamos hablando del satanizado tema de la legalización o control de las drogas y estupefacciones. Nos referimos a ese gigantesco negocio que según los que saben, maneja más de 500 mil millones de dólares cada año. Lo que quiere decir que se trata de uno del negocios más poderosos y productivos de este mundo y que crece todos los días.

Existe una ley económica que es mucho más poderosa que la misma ley de la gravedad. Cuando existe una demanda nacen los encargados de preverla y satisfacerla en tiempo y forma.

Se puede llegar a eliminar de este mundo a todos esos nefastos agentes que coadyuvan a la satisfacción de la demanda, pero jamás desaparecerá el consumo y demanda de las drogas.

En 1917, el Congreso aprobó una resolución a favor de una enmienda a la Constitución de los Estados Unidos (la Enmienda XVIII que prohibía la venta, importación, exportación, fabricación y el transporte de bebidas alcohólicas en todo el territorio de Estados Unidos. En enero de 1919 la enmienda fue ratificada por 36 de los 48 estados de la Unión, siendo susceptible de imponerse como ley federal (aplicable a todos los Estados). En octubre del mismo año, se aprobó finalmente la ley Volstead, que implementaba la prohibición dictaminada por la Enmienda XVIII.

"Esta noche, un minuto después de las doce, nacerá nueva nación", declaró el senador Andrew Volstead, impulsor de la nueva norma, con optimismo. "El demonio de la bebida hace testamento. Se inicia una era de ideas claras y limpios modales. Los barrios bajos serán pronto cosa del pasado. Las cárceles y correccionales quedarán vacíos; los transformaremos en graneros y fábricas. Todos los hombres volverán a caminar erguidos, sonreirán todas las mujeres y reirán todos los niños. Se cerraron para siempre las puertas del infierno."

Nada de esto sucedió, por lo contrario, se incrementó exponencialmente el consumo y fabricación de las bebidas alcohólicas y nacieron las mafias o cárteles manejadas por los gánsteres inmigrantes que inundaron de alcohol y destilerías clandestinas al país.

Durante aquellos años del siglo pasado, el gobierno federal de los Estados Unidos pretendió evitar la fabricación, trasiego y el consumo de cualquier tipo de bebida alcohólica. Para tal efecto creó fuerzas policiales especiales para combatir a los grandes cárteles y gánster que surtieron durante los largos años de la Ley Seca, a los norteamericanos que querían beber una cerveza o un whisky.

Pero la persistencia de la demanda por bebidas alcohólicas estimuló la fabricación y venta de licores, que se convirtió en una importante industria clandestina. La ilegalidad de esta práctica causó que el alcohol así producido adquiriese precios elevadísimos en el "mercado negro" atrayendo a éste a importantes bandas de delincuentes. Un buen ejemplo de esto fue AL Capone (inspiración de infinidad de películas, tales como Los Intocables, de Eliot Ness), y otros jefes de la mafia estadounidense que ganaron millones de dólares mediante el tráfico y la venta clandestina, expandiendo sus actividades criminales a casi todo el país e involucrando la corrupción de numerosísimos funcionarios y policías encargados de hacer cumplir la ley seca.

Muchos de los delitos más serios cometidos e la década de los 1920, incluyendo robo y asesinato, fueron resultado directo del negocio clandestino de alcohol que operó durante la ley seca.

Todo esto viene a colación con motivo de la prohibición de los estupefacientes que hasta el día de hoy ha dejado más de 100 mil muertos, la destrucción del tejido social, y además de la ola de corrupción que sufre el gobierno infiltrado por los narcotraficantes.

Estamos como cuando la Ley Seca de los Estados Unidos, con la diferencia de que ellos consumen las drogas a gusto y placer mientras nosotros ponemos los muertos. Encerrar capos y desbaratar sus cárteles está muy bien, pero eso no acaba con nuestro problema. El negocio del narco, para erradicarlo, habrá que terminarlo de raíz destruyéndoles la capacidad de surtir la demanda y el propio Estado maneje los estupefacientes.

Suena duro y difícil, pero no hay otra solución.

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