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De mis soledades vengo

Opinión - Miscelánea

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ADELA CELORIO

La idea que tenían nuestras abuelas de envejecer 'dignamente' significaba renunciar al amor y al sexo para tejerles chambritas a los nietos. Esa perspectiva va quedando muy atrás.

“Puta vieja”, recuerdo que me gritan por teléfono. ¿Por qué agredirá tanto la vejez?

Elena Poniatowska.

En una sociedad que venera la juventud, preferimos usar el eufemismo 'tercera edad', para no mencionar la amenazante palabra 'viejos'. Ser joven o hacer todo lo posible por parecerlo son los signos de los tiempos. El natural envejecimiento de la gente es la gran fiesta de los cirujanos plásticos, de los bariatras -porque además de joven hay que ser delgado- y ni que decir de los entrenadores personales. Estos últimos se han vuelto tan imprescindibles que hasta la joven Victoria, futura reina de Suecia, se casó con el suyo, imagino que para tenerlo siempre disponible. Implantes, tintes, liposucciones, extenuantes horas de gimnasio, todo con tal de mantener el tipo 'barbie' que la sociedad exige. Si bien cada día es mayor el número de hombres que se preocupan por atajar el envejecimiento, ellos la tienen más fácil si cuentan con una buena cartera que los mantenga seductores. Ya lo dijo mi llorado Germán Dehesa: “Cartera mata carita”. ¿Qué mujer, siendo joven y bella, conviviría con el viejo pelucón que anda de presidente del país vecino si no se tratara de una especie de Midas que convierte en oro todo lo que toca? En cuanto a nosotras, defendernos de los años sigue siendo una necesidad apremiante. Queremos permanecer lindas y seductoras para cumplir las asignaturas que la maternidad nos obligó a posponer. La vida nos llama: la universidad, idiomas, aquella linda voz que todavía puede educarse o ¿qué tal si retomamos el piano o la guitarra que nos gustaba tocar? ¡Dios! Hay tanto por hacer, tanto por descubrir todavía. Las abuelas postmodernas enfrentamos la edad con energía y entusiasmo. Somos productivas, echamos mano de todos los recursos que la actualidad nos ofrece para mantenernos en forma. Amamos a los nietos con locura, pero entendemos que son la prioridad de sus padres y no la nuestra. La idea que tenían nuestras abuelas de envejecer 'dignamente' significaba renunciar al amor y al sexo para tejerles chambritas a los nietos. Esa perspectiva va quedando muy atrás. “Un joven puede morir, un viejo no puede vivir”, advertía mi abuelo sabiamente. Sin embargo lo malo no es la muerte –todos tenemos fecha de caducidad- sino la depresión que se ensaña con los viejos. Y es que, como los pájaros, los niños se mueven en parvadas, los jóvenes en parejas y los viejos caminan solos. Lo terrible es el desabrimiento que llega con el implacable despojo al que nos somete la vida: los hijos hacen sus propios nidos y más tarde o más temprano nos alcanza la viudez. “Yo escribía para que mi mujer me quisiera, ahora que ella ha muerto, no escribiré más”, dice Savater, mi filosofo favorito. Nos vamos quedando solos, es decir “rodeados de paredes y puertas clausuradas/ solos para partir el pan sobre la mesa/ solos en la hora de encender las lámparas,/ solos para decir la oración de la noche”, como escribió Rosario Castellanos, que supo mucho de la soledad. Yo añado: solos para recibir la visita del insomnio. Y sigue Rosario, diciendo que “la luz es fiel y vuelve siempre./ Al tercer día todo resucita./ (...) La juventud recuerda su querencia./ La golondrina vuelve del desierto./ No te despidas nunca, porque el mundo / es redondo y perfecto.” Y pues sí, con el tiempo, los lutos se acomodan en el alma y la vida llama de nuevo. Como ya he dicho aquí, entre ser una viuda negra, sola y amargosa y ser una viuda alegre, elijo lo segundo. Ahora que, contra toda predicción, el amor vuelve a llamar a mi puerta, lo recibo con panderetas porque ya he comprobado que one for sorrow, two for joy. Si la vida lo permite y el amor nos encuentra, sin que nos preocupe la edad, volvamos a estar locos de amor… o locos de atar, al fin y al cabo, y esto también es algo que ya he comentado por aquí, la cordura es enloquecedora.

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