Al filo de los 70 años de una gran novela

Me perturbó con su belleza, con los tremores espirituales, con los espasmos psíquicos que genera; con la presencia de seres humanos que la transitan y con los que uno cohabita; con su novedad en las técnicas al tratar la historia.

En el siglo XX la narrativa mexicana produjo varias novelas que forman una secuencia de cúspides. Calidad mediante esas cimas se convirtieron en paradigmas, transformaron la manera de escribir ficciones, revolucionaron el modo de manejar el idioma y la técnica de contar historias. Una de las más altas cúspides es Al filo del agua.

Este año la obra de Agustín Yáñez está cumpliendo 70. Fue publicada en 1947, aunque su autor la fechó el 24 de febrero de 1945. La diferencia entre la terminación y la publicación sin duda se debe a que los procesos de edición a mediados del siglo pasado no eran rápidos como en nuestro tiempo de tecnología electrónica.

Las obras transformadoras de nuestra literatura comienzan con Los de abajo, de Mariano Azuela y siguen en una cronología que establecen Al filo del agua; Pedro Páramo, de Juan Rulfo; La región más transparente, de Carlos Fuentes; José Trigo, de Fernando del Paso y De perfil, de José Agustín.

Entre la aparición de todas ellas, con paréntesis relativamente largos como los que van de Azuela a Yáñez, de Yáñez a Fuentes y de Fuentes a del Paso y José Agustín, fueron publicadas otras grandes novelas de la literatura mexicana, incluidas varias de algunos de los narradores mencionados, sin embargo, no generaron caudas como aquellas.

Esa, me parece, es una senda apropiada para valorar Al filo del agua como la gran novela que es. Queda en el contexto de narraciones que al momento de su publicación se convirtieron en vanguardia, es decir avanzada de una corriente que le daría modernidad, fuerza y universalidad a la novela mexicana y aun al resto de la producción de narrativa.

Como mi opinión es deleznable, propondré el juicio que sobre la obra de Yáñez hace un importante escritor, historiador de la novela mexicana y que fue Presidente de la Academia Mexicana de la Lengua, José Luis Martínez.

El académico se refiere de la siguiente manera a ese libro del 47: “Densa, profunda y perturbadora, Al filo del agua es ya una de las novelas mexicana más hermosas e importantes. La vitalidad de nuestra novela contemporánea –que de hecho se inaugura con esta obra– debe mucho a su ejemplo de audacia espiritual y de rigor artístico.” Esta opinión debería acarrear ejércitos de lectores.

En mí, efectivamente, actuó como perturbadora esa novela densa y profunda. Me perturbó con su belleza, con los tremores espirituales, con los espasmos psíquicos que genera; con la presencia de seres humanos que la transitan y con los que uno cohabita; con su novedad en las técnicas al tratar la historia.

Al filo del agua es el segundo de los libros que cambiaron mi vida. Cuando lo leí por primera vez, en 1965, me estremeció de goce estético con su poesía, con la revelación de cómo la religión se apodera de las almas, con la posibilidad de vivir junto a la mujer hermosa que es Victoria la de Guadalajara, con el asombro de estar entre gente llena de vitalidad pero hecha de letras.

Con la lectura de este prodigioso volumen convive uno en la atmósfera psicológica y física de un pueblo lejano en la geografía y en el tiempo y sin embargo muy clavado en nuestro mapa y nuestro tiempo interiores poblados de apetito de belleza, obnubilaciones metafísicas, vecinos inquietantes, sofocaciones de culpas muchas veces injustificadas, aspiraciones amorosas frustradas y audacias emergidas de pulsiones incógnitas.

Como senda hacia el Nirvana, durante la lectura recorre uno letras, frases, oraciones y párrafos, hechizado por la increíble hipnosis de la palabra convertida en instrumento de la belleza, del idioma instrumentado para compartir lo que el hombre puede crear en su genialidad. Celebro así que la novela de Agustín Yáñez esté cumpliendo setenta años.

Twitter: [email protected]