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El manoseo de la seguridad

NUESTRO CONCEPTO

Dicen que el primer paso para resolver un problema es reconocerlo. Pero reconocerlo no es suficiente. Hace falta abordarlo con toda la seriedad posible, plantear una solución, trazar una ruta y cumplirla. En la vida pública, uno de los principales obstáculos para superar los problemas es el manoseo político de los mismos.

Aunque gobernantes, legisladores y partidos llaman constantemente en sus discursos a no “politizar” el tema, en la realidad lo más común es que lo hagan. Y esto ocurre a todos los niveles. Los integrantes de los principales partidos políticos se culpan unos a otros de la violencia en un municipio, estado o el país en general.

En la lógica maniquea del blanco y negro, los actores políticos abordan en la retórica el asunto de la criminalidad como si fuera un fenómeno que inicia o termina según el partido que se encuentre en el poder. Como si no se tratara de un fenómeno complejo con múltiples aristas, y con causas y efectos profundos.

Desde hace por lo menos una década, México se encuentra inmerso en una espiral de violencia que parece no tener fin. El pasado marzo ha sido el mes con más homicidios dolosos en todo lo que va del sexenio de Enrique Peña Nieto, con una cifra que está en niveles de los peores meses del sexenio del panista Felipe Calderón. Algunos analistas proyectan incluso que, de seguir la tendencia actual, este período pudiera cerrar con más asesinatos que el anterior.

Pero frente a esta realidad, lo que vemos y escuchamos de los partidos políticos es el reparto de culpas. De la misma manera que el PRI responsabilizaba al PAN de la violencia durante la administración federal calderonista, hoy el PAN hace lo mismo con la administración peñista. Y de igual forma que el panismo culpaba a los gobiernos estatales priistas de la descomposición de la seguridad en aquellos años, ahora son los priistas los que señalan a los gobiernos estatales panistas.

Este evidente manoseo político no sólo trivializa el problema, al volverlo parte de la guerra sucia entre partidos, sino que crea una espesa cortina de humo que impide observar y analizar las causas reales del flagelo y, en consecuencia, trazar las estrategias necesarias para enfrentarlo. Por ello, el manejo que suelen dar al grave asunto de la seguridad es a todas luces irresponsable.

Tal vez sea esta una de las principales causas de por qué, tras diez años de reconocimiento del problema, hasta ahora no pueda atinarse a construir una salida del laberinto de la criminalidad en el que se encuentra México. Porque, hay que decirlo, la sociedad ha reclamado, se ha organizado y ha propuesto y exigido soluciones, y los gobiernos han esbozado algunas estrategias que en algunos casos, los menos han funcionado, pero que en general siguen siendo insuficientes.

Si en verdad se quiere dar vuelta a la página a este negro capítulo de la violencia que ha segado la vida de decenas de miles de personas, mutilado a miles de familias y destruido el tejido social ahí donde existía, es menester que los partidos políticos y los gobiernos dejen de manosear el tema y que se pongan a trabajar para enfrentar el problema desde la raíz. La exigencia ciudadana también debe ir en este sentido.

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