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¿Nuestros empleados?

Consinsentido

MIGUEL FRANCISCO CRESPO ALVARADO

 La responsabilidad de que un hogar se encuentre limpio y ordenado es de todos los que lo habitan. Las tareas que cada quien deba asumir variarán de acuerdo con sus capacidades individuales, sin duda. Pero, salvo aquellos en etapas muy tempranas de sus vidas, todos tienen algo qué hacer para que su vivienda esté en las mejores condiciones posibles.

De manera similar, los problemas de una ciudad son responsabilidad de todos los que en ella viven. Suponer que uno se puede desentender de la mala pavimentación, la escasez de agua, la falta de seguridad en las calles y demás problemas comunes en nuestras ciudades, es un error que tarde o temprano cuesta y muy caro.

Actualmente, se ha hecho común el discurso de que los funcionarios públicos son nuestros empleados. Eso es parcialmente cierto. Quienes ocupan cargos en las instituciones gubernamentales aceptan asumir responsabilidades mayores a las de otros ciudadanos a cambio de un pago que puede ser más o menos generoso, dependiendo la función que desempeñen.

No obstante, sería absurdo suponer que la totalidad de las tareas públicas pueden y deben ser absorbidas por las estructuras de gobierno o, puesto de otra manera, sería ilógico pensar que la única tarea de un ciudadano es pagar sus impuestos y, en todo caso, reclamar cuando las cosas no están listas; eso equivaldría a suponer que, como contratamos a alguien que nos ayude con la limpieza de nuestra casa, entonces, ya no tenemos mayor obligación que la de pagar, exigir y demandar.

Eso no es así. Como decía mi padre es de "gente bien nacida" no pisar por donde se acaba de pasar el trapeador. También es de buenos ciudadanos, por ejemplo, cuidar los espacios públicos; respetar las reglas de vialidad; no ensuciar las calles; no ofrecer "mordida" y un muy extenso etcétera que incluye, por supuesto, exigir a los funcionarios públicos que cumplan con sus obligaciones y denunciar a aquellos que no desempeñan su papel de manera correcta.

La responsabilidad ciudadana también implica un conocimiento amplio de los problemas de su ciudad, de las posibles soluciones que se ofrecen para encarar tales problemas y de quienes pueden ser los más capaces para resolverlos. Si una masa crítica de ciudadanos estuviera así de atenta de su ciudad, los candidatos a ocupar cargos de elección popular no podrían ser del tipo de mediocre que, con sus muy honrosas excepciones, estamos acostumbrados a ver.

En un escenario así, los falsos profetas y mesías no hallarían lugar. Que sobrevivan y todavía resulten tan atractivos los paternalismos y los asistencialismos, es también, en parte, nuestra responsabilidad. Que sigamos creyendo que un día encontraremos a un ser humano excepcional que mágicamente arreglará el mundo, sólo es posible cuando nos negamos de manera sistemática a hacer lo que nos toca.

Si muchos -ni siquiera todos- cumpliéramos con nuestra responsabilidad ciudadana, nos daríamos cuenta que, tal vez, no necesitamos tanto a la clase política como ellos insisten en hacernos creer para seguir cobrándonos lo que nos cobran por ser "nuestros empleados".

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