Siglo Nuevo

La gran dama del jazz

Ella Fitzgerald: una historia de scat, swing y pasión.

Foto: Daily Express/Pictorial Parade/Getty Images

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SAÚL RODRÍGUEZ

Lady Ella fue una cantante aclamada, incluso se le puede colocar a la par de otra leyenda como lo fue Billie Holiday. Con 14 grammys en la vitrina personal y más de 40 millones de discos vendidos alrededor del mundo, Fitzgerald se mantiene inmune al olvido.

Ella Jane Fitzgerald nació el 25 de abril de 1917 en Newport News, Virginia, una localidad perteneciente al área metropolitana de Hampton Roads a la orilla del río James. Fue hija de una humilde lavandera y sufrió la ausencia del padre casi desde que sus ojos vieron el mundo.

El entorno social en el que creció desprendía un hedor a drogas, prostitución, pobreza y discriminación. En aquellos años, Virginia se comportaba como un estado esclavista donde los pobladores afroamericanos, lejos de ser considerados personas, eran ‘cosas’.

El progenitor, William Fitzgerald, trabajó como chofer. Se divorció de Temperance Williams Fitzgerald poco tiempo después de que la cantante nació. Tempie (apodo con el que se refería a su madre), mudó el hogar a Yonkers, Nueva York, donde conoció a Joseph da Silva, quien fue padrastro de la artista y padre de su media hermana, Frances, nacida en 1923.

Algunas biografías consignan que Joseph abusaba de Ella, sin embargo en la página oficial de la cantante se omite este dato. Para mantener el hogar, Da Silva comenzó a trabajar como chofer, Tempie lavaba ropa y vendía comida, y la pequeña Ella Jane cantaba en la calle por unas monedas. También fue mensajera de un corredor de apuestas.

Durante su infancia, la cantante imitaba a las Boswell Sisters (un grupo vocal conformado por las hermanas Martha, Conee y Helvetia “Vet” Boswell). Fitzgerald las consideraba sus maestras de canto, ya que cuando una melodía de la agrupación sonaba en la radio, la diva improvisaba canciones con ellas.

Tempie murió en 1932, a consecuencia de las heridas causadas por un accidente automovilístico, y el camino se tornó oscuro para la futura cantante. Según la biografía publicada en el sitio web oficial de esta referente del jazz, Ella era incapaz de adaptarse a las nuevas circunstancias y entró en un periodo de infelicidad. Faltó mucho a la escuela y sus calificaciones bajaron.

Después de tener problemas con la policía, la detuvieron y enviaron a un reformatorio. Ahí la vida se ensañó más con ella, sufrió golpes de parte de los cuidadores. Harta de su situación, eventualmente escapó de esta escuela y tuvo que pasar sola la Gran Depresión económica de los años treinta.

En Nueva York, la cantante solía jugar béisbol con hombres durante las tardes. También bailaba. Después, viajaba en tren rumbo a Harlem, donde podía asistir a los espectáculos de los teatros. Ella soñaba con ser actriz.

Desde la edad de 16 años empezó a entonar su voz en el escenario del histórico Teatro Apollo en Harlem, Nueva York. Un emblemático lugar establecido en 1914, y que dio abrigo a los talentos de personalidades de la talla de Billie Holiday o Michael Jackson.

En ese escenario referente del andar jazzístico, Ella enfrentó su timidez en 1934, cuando al participar como bailarina en un concurso, la Diva del Swing se encontró inmóvil e incapaz de dar un solo paso. Salió del apuro gracias a que entonó Judy al estilo de su idolatrada Connee Boswell. La Gran Dama se hizo acreedora al premio de 25 dólares que ofrecía el concurso y así consiguió su primera ganancia de la música.

ORQUESTADORA DEL SCAT

El arte vocal está anclado en los orígenes más profundos del jazz. A finales del siglo XIX, cabe recordar, el blues y los cantos espirituales crearon un fértil campo donde años después se gestó lo que para algunos es la máxima aportación musical de los Estados Unidos al mundo. Sin embargo, en el vasto catálogo de artistas que explotaron esta veta, los vocalistas son escasos si se comparan con el amplio panorama de instrumentistas.

Dentro de ese género fundamentado en la improvisación, Ella Fitzgerald poseía una imponente voz que tenía un registro de tres octavas. Era una mezzosoprano nata. Ella se describió como una instrumentista de voz y no como una cantante. Gracias a una capacidad inigualable, podía transformar la estructura de su voz hasta emular sonidos instrumentales.

En su artículo Ella Fitzgerald: La tigresa ruge...y también susurra, publicado el pasado 5 de febrero en el diario argentino La Nación, el pianista y escritor costarricense Jacques Sagot describe al tesoro vocal de la Gran Dama como una emisión que tenía graves hondos y cavernosos, un registro notable por su calidez y agudos luminosos, iridiscentes. Su voz era policromática: tenía la paleta tímbrica de una orquesta sinfónica. Nunca sonaba ‘forzada’, ‘apretada’: en su fenomenal tesitura los graves como los agudos eran siempre solventes, naturales.

Sagot explica que Ella mantenía una homogeneidad sonora entre sus registros, su color de voz no variaba al transportarse de los graves a los agudos. Cuando se encontraba en los agudos no llegaba a ellos ‘desde abajo’, sino que ‘los atacaba directamente’ de manera que una vez instalada en el agudo coloreaba el sonido con su inconfundible vibrato: era relativamente lento, regular y en ciertas ocasiones podía casi alcanzar la oscilación de un semitono. Al comenzar el vibrato, su voz se abría.

Igualmente describe que Fitzgerald utilizaba los portamenti, que en música son las transiciones de un sonido determinado hacia uno más grave o más agudo, pasando por los microtonos de la escala que pueden lograr los instrumentos de cuerda o de viento, y que no se consiguen, por ejemplo, al tocar el piano, ya que este no logra deslizarse entre los microtonos de dos teclas adyacentes. La Tigresa hizo de la voz su propio instrumento orquestal, a través del cual podía resolver problemas, limitaciones, que padecían otros instrumentistas dadas las características de sus herramientas.

El legado de la diva la impulsa a la categoría de improvisadora sorprendente que dominó el scat, una técnica de improvisación vocal en el jazz, una forma de cantar sin palabras con base en sílabas aparentemente incoherentes que en su origen parecen imitar la sonoridad de un instrumento.

La creación de este recurso se le adjudica a Louis Armstrong. Ocurrió en un estudio, en 1927, durante una sesión, mientras interpretaba la letra de una canción, se le cayeron los papeles al suelo. Debido a los altos costos de grabación de esa época y con la luz roja encendida, el trompetista no quiso interrumpir el registro que hacían las máquinas y se dedicó a hacer sonidos con la boca (‘bu bu bap’, ‘abadubdu’, etcétera) hasta el final de la canción, provocando la risa de todos los presentes. Este incidente resultó ser el principio del scat.

La Gran Dama dominó y llevó a la perfección esa técnica. Era capaz de manejar su voz para que esta se pareciera a la sonoridad de un saxofón, imitaba con su registro vocal a la guitarra y el bajo, incluso podía hacer solos de batería con la boca.

Para el compositor y baterista mexicano Adrián Oropeza (quien justamente está buscando la integración del scat a su nuevo proyecto musical), Ella comenzó a darle un giro distinto a la forma en que se veía a los cantantes. En la industria es común encasillar a un vocalista como alguien que “solamente interpreta las melodías”, además es un precepto extendido que no todos los cantantes de jazz improvisan.

Ella dio un giro a esa percepción, demostró que un intérprete no es solo alguien que canta melodías, sino que también es otro instrumento.

Fitzgerald aprendió de escuchar a las big bands y los instrumentos de metal (saxofones, trompetas); se propuso imitarlos y aprender de ellos para ‘frasear musicalmente’; las lecciones extraídas se notan en su manera de interpretar, de improvisar. Eso le dio al título de cantante una nueva dimensión, dejó de ser solamente una voz que canta melodías, y lo acercó a la condición de músico, entendido como instrumentista, es decir, el ejecutante que es capaz de hacer un solo con guitarra o un saxofón o su voz, e improvisar.

“Creo que es muy importante y creo que es una de las aportaciones de Ella a la música”, compartió Adrián Oropeza.

Respecto a la técnica que utilizaba la Diva del Swing, el músico mexicano define al scat como una técnica de improvisación representativa de los cantantes de jazz que necesita un conocimiento previo para poder ser ejecutada debidamente.

“Es muy valioso porque para hacer eso se necesita ya un estudio de armonía y de la melodía y, como menciono, eso ha permitido que el rol del cantante haya cambiado”, indicó.

En sintonía, el compositor mexicano Yeudiel Infante, destaca que Ella tenía una inventiva musical muy particular que al momento de escucharla se podía reconocer, atributo que era común entre las grandes músicos del género, pero hoy en día ya no lo es tanto. Además, encuentra sumamente interesante el hecho de que la cantante también estuviera al otro lado de la ejecución y reinvención de una partitura.

“Me gusta muchísimo que haya sido compositora. Eso es una cosa que no era tan usual, incluso quizá en nuestros días sigue siendo inusual, pero me es interesante la forma en la que ella concebía las melodías de sus composiciones. Eran muy claras, simples en el sentido más positivo de la palabra, es decir, cuando algo es simple debido a la complejidad que implica el razonamiento para generarlo. Con frases de melodías muy fáciles de aprender, muy fáciles de escuchar, ricas al oido, pero que al mismo tiempo llevan dentro una información súper profunda y expresiva”, comenta Infante.

Como intérprete, Fitzgerald gustaba de emitir graves roncos y rasposos como los de Louis Armstrong. Durante el scat se inclinaba por los tiempos lentos. Hacía un uso carnal y espiritual de la melancolía. La tristeza en su canto era el regusto de la nostalgia, sentimiento tradicional de la música negra del sur estadounidense que solía afirmarse como representación de los actos racistas registrados en aquellos días.

EL APOYO DE MARILYN MONROE

Como muchos artistas y personalidades afroamericanas de su época, Ella fue víctima de la segregación racial. Por este motivo es, junto a los músicos Duke Ellington, Louis Armstrong, Nat King Cole; los boxeadores Jack Johnson y Joe Louis, y el deportista olímpico Jesse Owens, uno de los grandes iconos de la cultura afroamericana. Tanto la música como el deporte significaron espacios de integración para los ciudadanos negros.

Durante la década de los años cincuenta, uno de los lugares más populares de Hollywood era el prestigioso Club Mocambo, ubicado en Sunset Boulevard. El astro Frank Sinatra hizo su debut en este teatro angelino en 1943. El recinto solía ser frecuentado por personajes como Clark Gable, Charles Chaplin, Humphrey Bogart, Lauren Bacall y Lana Turner.

“Era la época más racista de Estados Unidos y Ella era negra, y aparte era mujer. Siempre le echaban a un lado por cuestiones machistas, y además no estaba guapa, ni tenía un cuerpo llamativo. Eso es el power de que fue una guerrera, con todo eso en contra conquistó el mundo”, manifiesta Infante.

La actriz Marilyn Monroe, considerada como un símbolo sexual de la época, fue una persona determinante para la carrera de la ganadora de 14 grammys. Debido a la discriminación, a Ella no se le permitía presentarse en el Mocambo. Al percatarse de dicha situación, Monroe llamó varias veces al dueño del establecimiento y le ofreció reservar un asiento en primera fila cada que Fitzgerald se presentara.

La oferta para el patrón del club era irrechazable. Monroe se encontraba en la cúspide de su carrera artística, y como ya se mencionó, era el símbolo sexual del momento, tenerla como asistente garantizaba buenas entradas. Sin embargo, una vez que el público escuchaba a Ella Fitzgerald, quedaba hipnotizado por su voz, incluso más que con la simple presencia de Marilyn.

La cantante mencionaba que tenía con la rubia una deuda real. “Ella (Marilyn) habló con el dueño del Mocambo personalmente y quería que me contratara inmediatamente, y si lo hacía ella ocuparía una mesa en primera fila cada noche. Marilyn le dijo (y era cierto), que debido a su condición de superestrella la prensa acudiría en tropel. El propietario dijo que sí y Marilyn estuvo allí, en la mesa frontal, todas las noches. La prensa se volvió loca. Después de eso, nunca tuve que actuar en pequeños clubs de nuevo. Era una mujer poco común (un poco adelantada a su tiempo), y ella no lo sabía”.

Las presentaciones en el club angelino la catapultaron a la fama. Gracias a esto pudo recorrer Norteamérica y Europa al lado de la orquesta de Duke Ellington. La armonía que nacía de sus cuerdas vocales le permitió compartir el escenario con leyendas como Oscar Peterson, Frank Sinatra, Count Basie, Dizzy Gillespie, Nat King Cole y Louis Armstrong.

Para Celeste Mier, mánager de la cantante mexicana, Alethia, y quién además ha fungido como gestora cultural en diversos festivales del género tanto en la Ciudad de México como en Morelia, Ella es la principal figura del jazz, no sólo vocal, sino también musical, porque encontró un nuevo modo de hacer la música al desarrollar el scat y llevarlo a otro nivel.

“La manera de improvisar de Ella marcó otro lenguaje. Además era un talento natural”, según Mier.

PRIMERA DAMA

El lapso que abarca de 1930 hasta mediados de la década siguiente es conocido como ‘la era del swing’, un estilo de jazz orquestal influenciado principalmente por la música europea y donde la batería posee una función totalmente rítmica.

Durante este periodo surgió la sonoridad de las big bands. Estos grupos eran una mezcla de un ritmo vivo y ligero y un coqueto acercamiento a la balada. La clientela demandó este tipo de agrupaciones que hilvanaba temas instrumentales, así como sentimentales, en la voz sensual de algunos cantantes.

Fue en esta época que el maestro, compositor y baterista Chick Webb insertó en las filas de su orquesta al talento de Fitzgerald. En 1935, Ella grabó junto a Webb la obra Love and Kisses. Tocaban con mucha regularidad en los clubes más concurridos de Harlem. Ahí, Fitzgerald fue bautizada como la Diva del Swing. Sin embargo, en 1938 Ella tuvo que llorar la muerte de su mentor. La banda fue renombrada como Ella Fitzgerald and Her Famous Band y la Gran Dama se convirtió en su líder.

Sergio Monsalvo, en su libro Imágenes Sincopadas, donde habla de la relación entre el jazz y el cine hollywoodense, indica que a partir de 1935 el swing causó una fascinación en el público. Por esta razón, directores y músicos estrellas de big bands se convirtieron en “accesorios comunes en Hollywood”, ya que “su presencia ayudaba a otorgar validez al cliché de las tramas, al interpretar un par de piezas antes de volver a perderse en al fondo”.

Años más tarde, conforme su carrera avanzaba de forma ascendente por las escaleras inmortales, Lady Ella también participó en estas películas. Pieza emblemática de su filmografía es Pete Kelly’s Blues (1955), dirigida por Jack Webb donde interpretó a la cantante Maggie Jackson.

Ella también fue parte del reparto de Ride ‘em Cowboy (1942), comedia dirigida por Arthur Lubin y donde la diva da vida a Ruby, empleada de un rancho; St. Louis Blues (1958) dirigida por Allen Reisner, basada en la vida del músico W. C. Handy (conocido como el Padre del Blues) y en cuyas escenas aparece Fitzgerald como una cantante; y Let No Man Write My Epitaph (1958), bajo la dirección de Philip Leacock y donde la Gran Dama encarna a Flora.

PROMOTOR MODELO

De las figuras que administraban la emergente industria del jazz, Norman Granz fue una de las más influyentes. Hijo de refugiados judíos de origen ucraniano que llegaron a Estados Unidos huyendo del imperio ruso, Granz pensaba que dicho género musical podría fungir como un arma social contra la segregación racial.

Granz sabía moverse con mucha agilidad entre las aguas sonoras de la producción discográfica. Poseía la capacidad de aterrizar la idea de un álbum, así como de ilustrar cómo se debía realizar un festival jazzístico. Era un promotor que velaba por los intereses de sus artistas y que junto a ellos trataba de derribar los prejuicios sociales contra la población afroamericana.

El amor de Granz por la armonía improvisada era tan opulento, que según una anécdota relatada por Iñaki Añua, director del Festival de Jazz de Vitoria-Gasteiz, para el diario español El Mundo, Norman tomó un taxi en Toronto en 1942, camino del aeropuerto, de regreso a su casa en Los Ángeles. Preguntó al conductor quién era el pianista que sonaba en ese momento en la radio, en una actuación en directo. ‘No lo sé’, respondió éste, ‘pero sí sé dónde se encuentra la sede de la emisora’. ‘Lléveme ahí’, dijo Norman. Así conoció a Oscar Peterson, quien ya siempre trabajaría con él en sus diferentes compañías discográficas.

Durante su carrera, este promotor fundó varios sellos importantes, entre ellos el prestigioso Verve. Trabajó con leyendas como Billie Holiday, Charlie Parker y, por supuesto, Ella Fitzgerald.

Cuando tocaba con la banda de Dizzy Gillespie en 1946, Ella se enamoró del bajista Ray Brown, se casaron (fue el segundo matrimonio de la cantante) y adoptaron un hijo. En ese momento, Ray laboraba para el hijo de refugiados. Granz convenció a Fitzgerald para que trabajara con él. La diva lo había impactado con su talento.

El obsesivo difusor de la música negra fue muy importante para la carrera de la oriunda de Virginia. Si bien Ella comenzó a brillar con su talento desde que cantaba en la orquesta de Chick Webb, fue hasta la década de los cincuenta, luego del acuerdo para ser representada por Granz, que consiguió consolidarse en los escenarios de mayor rango.

El judío de ascendencia ucraniana “la incluyó dentro de Jazz at the Philarmonic, hicieron gira por toda América por ahí de 1950 y 1952. Desde ese tiempo empiezan a generar más contratos por todas partes. Granz fue la principal figura que la ayudó a que fuera conocida en todo el mundo, a que su carrera despegara y a abrirle las puertas, principalmente en Estados Unidos”, comenta Celeste Mier.

De esta unión surgieron los álbumes dedicados a importantes compositores de la música americana como Cole Porter o Irving Berlin. El productor discográfico catapultó a Ella a través de los periódicos afroamericanos.

“También llegó a tocar con Count Basie y con Oscar Peterson. Un trabajo increíble fue el que hizo con el guitarrista Joe Pass, ellos se entendían para tocar por el lenguaje musical que tenían los dos”, relata Mier.

En 1958, Lady Ella pasó a la historia como la primera mujer afroamericana en ganar un premio grammy. Sus interacciones con célebres colegas dieron lugar a discos y a grabaciones memorables, como los tres álbumes con Louis Armstrong, o sus discos con Tommy Flanagan o Jimmy Rowles.

En una entrevista dada al escritor Ken Franklin, la artista contemporánea de jazz Jane Monheit (que en 2016 dedicó a la difunta diva un homenaje titulado The Songbook Sessions) indicó que lo que le gusta de Ella es su calor, el encanto y la alegría que ponía en su música, considera que sus canciones están bien para cantar desde un hogar muy feliz. Creo que hay una idea errónea de que este tipo de canto tienen que ser siempre fuerte y triste. Ella nos mostró que puede ser de total alegría.

Para Celeste Mier, entre las piezas musicales más importantes de la Gran Dama destacan Summertime a dueto con Louis Armstrong, composición de George Gershwin y que forma parte del Great American Songbook; Lullaby of birdland, incluida en el tercer álbum de Fitzgerald; A-Tisked, A-Tasked, ejecutada en conjunto con Al Feldman y con la orquesta de Chick Webb; Flying Home, donde la intérprete hace gala del scat y How high the moon, compuesta originalmente por Nancy Hamilton, Fitzgerald la cantó por primera vez en el Carnegie Hall de Nueva York, en 1947.

MUJER Y ASTRO

La cantante forma parte de una constelación inmortal junto a intérpretes como Sarah Vaughan, Carmen McRae o Billie Holliday. Por alguna razón, las jazzistas han sido restringidas al arte vocal. No se recuerdan nombres de trompetistas, saxofonistas o contrabajistas femeninas. Existieron algunas pianistas pero también eran cantantes. Las mujeres, puede inferirse, aportaron una voz mucho más sensual y moldeable que la de los varones, un sensible punto musical que acerca al jazz hacia su raíz blusera.

Pero cada una de estas damas tuvo su forma particular de hacer música. Celeste Mier aprecia que Billie Holiday y Ella Fitzgerald fueron muy diferentes. “Obviamente Ella era muchísima técnica vocal, se hizo en concursos, es un hecho que no fue a la escuela. Si Ella no tuvo la oportunidad de ir a una escuela musical, de Billie Holiday podríamos decir que se hizo en la calle. Entonces, la manera de transmitir de Holiday es sobrenatural, y Ella estaba más enfocada a la parte técnica. Yo las pondría prácticamente al nivel”.

Además, la diva se consagró sin tener una imagen estética y comercial. Su éxito se debió al más puro resplandor de su talento.

“Otro logro importante es que haya logrado todo sin ser una mujer estereotípica para su tiempo. El público no era fan de Fitzgerald porque fuera de ‘cuerpo bonito’, ni porque estuviera muy guapa, sino porque era una artista. Eso en una época en que las mujeres necesitaban ser ‘muñequitas’ para que se les abrieran las puertas. Ella simplemente era muy buena y lo logró así. Eso creo que también es loable y creo que conquistó, a través de su talento, toda la industria de su época y llegó tan lejos como era posible, sin reparar nunca en que no era un personaje glamoroso, sólo era una cantante y compositora muy buena, eso es notable”, engloba Infante.

La figura de Lady Ella fue determinante en el mundo del espectáculo. Motivó a muchas celebridades para encarar la discriminación racial. En los sesenta, Hugh Hefner,(fundador y jefe redactor de la revista Playboy, y quien toda su vida fue amante del jazz), se proclamó a favor de la igualdad entre los ciudadanos negros y blancos, facilitando que grandes figuras como Ella Fitzgerald pudiesen actuar en sus programas de televisión y en los clubes Playboy.

En 1987, Ronald Reagan, presidente de Estados Unidos, le otorgó la Medalla Nacional de las Artes, uno de sus momentos más preciados. Años más tarde, Francia la galardonó con el premio Commander of Arts and Letters. Universidades como Yale o Dartmouth, también le otorgaron doctorados honoríficos.

“Tampoco era alguien que armara escándalos con su vida personal. Era una artista y ya. No era como que vendiera su imagen, tampoco vendía su vida personal, sino que su chamba estaba en los discos. Eso creo que pocos lo han logrado en la historia, hombres y mujeres, y pues es una chamba muy difícil. Creo que tienes que ser alguien extraordinario para que tu música baste, como es su caso”, concluye Infante.

Para 1986, la salud de Fitzgerald se vio afectada. Le fue detectada diabetes y comenzó a perder la vista. La prensa aseguraba que la cantante no volvería a pisar los escenarios, pero Ella, fiel a su espíritu aguerrido, consiguió mantenerse en el candelero hasta principios de la década de los noventa. Dio su último concierto en 1991, en el Carnegie Hall de Nueva York.

Con 76 años, se recrudecieron los problemas circulatorios a causa de la diabetes. Tuvieron que amputarle las dos piernas por debajo de las rodillas. Ella nunca se recuperó de la cirugía. El 15 de junio de 1996, la voz del scat se apagó. Falleció en su casa de Beverly Hills, pero su música se quedó en la Tierra.

CIEN AÑOS

Alrededor del mundo, el centenario de Ella Fitzgerald es motivo de celebración para miles de músicos y seguidores. En Tarragona, España, el Festival Dixieland, realizado del 4 al 9 de abril, fue dedicado a la Diva del Swing, allí se presentaron más de 80 propuestas musicales, la mayoría encabezadas por mujeres.

El Grammy Museum organizó una exhibición titulada Ella at 100: Celebrating the Artist of Ella, a inaugurarse el 25 de abril, la fecha del primer siglo. Será una muestra del archivo personal de la cantante y de algunas grabaciones de su época.

El Smithsonian National Museum of American History en Washington, D.C., se sumó a los festejos con la exposición First Lady of Song: Ella Fitzgerald at 100. Esta mirada a las obras de la Gran Dama estará centrada en sus partituras personales y videos de sus actuaciones en vivo provenientes de la Librería del Congreso.

Además, la American Songbook Foundation presentará a los interesados una colección de sus producciones discográficas en la que se destacan los álbumes grabados con el sello Verve en el periodo de 1956 a 1964.

Ella sigue viva, inmortalizada como muchos otros músicos que se han desprendido de nuestro entorno físico. Lady Ella siempre ha sido especial, distinta, enigmática y su primer centenario supone la oportunidad de redescubrir su música, contemplar y apreciar el sonido que sólo puede producir lo que ella fue, una artista que se abrió paso a golpes de talento.

Twitter: @BeatsoulRdz

Ella Fitzgerald a finales de la década de los treinta. Foto: Archivo Siglo Nuevo
Ella Fitzgerald a finales de la década de los treinta. Foto: Archivo Siglo Nuevo
Foto: Fred Hermansky/NBC-NBCU/Getty Images
Foto: Fred Hermansky/NBC-NBCU/Getty Images
La actriz Marilyn Monroe y la cantante de jazz charlando en el Club Tiffanny en Hoollywood. Foto: Bettmann/Corbis
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Ella Fitzgerald en 1960. Foto: NBC/Getty Archive
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Ella Fitzgerald con Benny Goodman (1950). Foto: Michael Ochs/Getty Archive
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Ella Fitzgerald y la banda de Chick Webb. Foto: Archivo Siglo Nuevo
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En gira Ella Fitzgerald, Gene Krupa, Buddy Rich, Norman Granz, Oscar Peterson y Ray Brown. Foto: Bob Jazz Blog
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Frank Sinatra, Ella Fitzgerald y Count Basie (1963). Foto: Jazz in Photo
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Ella en 1970. Foto: Michael Ochs Archives/Getty Images
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