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Un extraño olor

FEDERICO REYES HEROLES

El desencanto podría ser sólo el primer paso. El halo redentor de los sistemas democráticos se desmorona. Las olas democratizadoras de los años ochenta hoy podrían ser leídas como la máxima expresión de la inocencia. Ya es claro: las democracias pueden conducir a los populismos e incluso a las dictaduras. Pero, ¿con qué las sustituimos?

Lo que al principio fue visto como una anomalía se está convirtiendo en regularidad. De inmediato se invoca el caso de Hitler que pasó por las urnas. Pero de Fujimori al "Sultán" Erdogan el domingo pasado, cruzando, por Chávez o los Ortega en Nicaragua, los Kirchner en Argentina para recordar a los más evidentes, se desprenden muchos factores para la desazón intelectual. El fenómeno se presenta en países pobres y ricos, en los que no tienen tradición democrática y en los que sí la han construido. Entonces, cuál es la vacuna contra la enfermedad, contra epidemia.

Con toda sanfasón Mr. Trump anuncia que quiere "ganar guerras". ¿Cuáles guerras?, cuáles son las consecuencias, todas parecieran preguntas secundarias. Como si fuera un niño -con todo respeto de los niños- que amenaza con una pistola de juguete, Mr. Trump arroja la superbomba de 150 metros de radio de explosión y kilómetro y medio de onda expansiva sobre Afganistán. La explicación formal es otro ataque al Ejército Islámico. Pero la característica de esta organización criminal es que se reproduce como la cabeza de la hidra y tiene tentáculos invisibles igual en París, Oslo o Nueva York. Después de la "madre de todas las bombas" las líneas áreas, las estaciones del metro, los centros comerciales, las discotecas y todo lo que represente la "decadencia" de Occidente deben haber entrado en estado de alerta.

¿Debilita la bomba al Estado Islámico? Difícil establecer una relación causa efecto. Ya queda claro que a toda acción ha correspondido una reacción. Allí están los 44 muertos en las iglesias coptas en Egipto. ¿Y la población civil que resultó afectada? Ni siquiera es tema en la opinión pública estadounidense. Si la bomba le sirve a Mr. Trump para elevar su índice de aprobación, habrá cumplido su verdadero objetivo. Lo doloroso del caso es que los ciudadanos de la nación más poderosa del orbe devoran ataques al ritmo que come un glotón. Del ataque a Siria y sus consecuencias en el reacomodo con Rusia e Irán ya no se habla. Y por supuesto el fracaso de Mr. Trump en la modificación del sistema de salud, es ya un asunto de un orden muy menor. Como si no fueran suficientes las tensiones desatadas con Europa, con la OTAN y por supuesto con México, el presidente electo por los estadounidenses arremete contra Corea del Norte: "es un problema que será atendido". Con la expresión deja al mundo en suspenso. El régimen del líder Kim Jong-Un tampoco se caracteriza por la sensatez. Así, a pesar del fracaso en otro lanzamiento de un misil con ánimo de demostración de poder, el régimen dictatorial advierte que no "habrá piedad con EU" y que ante cualquier provocación lanzará un ataque. La paranoia del líder norcoreano no es novedad. Lo que aterra es la insensatez galopante del régimen tuitero de una de las democracias más antiguas del planeta. ¿Podría haber una conflagración? Por supuesto que sí: el norcoreano no tiene contrapesos y Mr. Trump -con la obsesión de retornar a la grandeza pasada que le funcionó como venero de popularidad- es un peligro.

Pero, ¿cuál es esa grandeza pasada? Será acaso la imagen idílica de la potencia guerrera que se ahogó en el fango, literal, de Vietnam. La que probó armamentos contra Noriega en Panamá, la que invocó los armamentos químicos de Saddam Hussein que nunca se probaron, es el mismo ánimo que inspiró ahora el bombardeó la base aérea de Shayrat en Siria matando a 126 personas de las cuales al menos 68 eran menores. Quizá por eso Francisco rezó por los inocentes al pie del Coliseo Romano, por cierto, bajo fuertes medidas de seguridad. Esa "grandeza" es la que ha inyectado fuertes dosis de prepotencia asesina. De nuevo, ¿quién paga por la vida de los inocentes?

Festejamos el fin de las ideologías como el umbral de mayor libertad y raciocinio. Pero hoy, en la era de la posverdad, algo de añoranza ideológica merodea. El socialista Maduro, seguidor fiel de las enseñanzas chavistas, ha conducido a su pueblo a una debacle económica que empobrecerá a todo el país pero, como siempre, más aún a los más pobres. Así también ahora resulta que el líder moral de la izquierda brasileña, Lula da Silva, el humilde trabajador que llegó al poder, recibió los encantadores favores de Emilio Odebrecht. La confusión posideológica es tal que el Frente Nacional podría llegar al poder en Francia ¡gracias al voto de los trabajadores!

La confusión ideológica, la posverdad, la insensatez mezclados producen un extraño olor... a guerra.

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Escrito en: Federico Reyes Heroles

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