La Semana Santa nos hace entrar en el Misterio de Dios que se revela en su Hijo Jesucristo, y también nos lleva a reflexionar en el misterio que implica el hombre en su ser y en sus actitudes. La paradoja está en la esencia de la antropología cristiana, que concibe al hombre creado a imagen y semejanza de Dios; hecho para el bien pero con inclinación al mal, que resulta del uso indebido de la libertad.
A ello corresponden los grandes misterios humanos implicados en la traición de Judas, la negación de Pedro y la dispersión de las ovejas a raíz de la muerte del Pastor. De todos estos misterios trata "Silencio", creación cinematográfica del genio de Martin Scorsese estrenada en diciembre del año pasado, que se refiere a la Misión de los Jesuitas en el Japón del Siglo XVII, en el entorno de un sistema político despótico que persigue ferozmente al cristianismo, que por ser religión de conciencia entraña una denuncia en contra de quienes detentan el poder.
El guión de la película está basado en la novela del mismo nombre escrita en 1966 por Susaku Endo y en resumen, relata que en el año de 1638 llegan al Japón los Jesuitas Sebastiao Rodrigues (Andrew Garfield) y Francisco Garrpe (Adam Driver) que van en busca de su antiguo maestro Cristovao Ferreira (Liam Neeson), de quien se dice que ha renegado de la Fe Cristiana y se ha asimilado al estilo de vida del país, gozando de privilegios reservados a las élites locales.
Los cristianos viven en extrema pobreza, habitan cuevas y profesan su Fe en la clandestinidad. Se desviven por una migaja de la Sagrada Eucaristía, la cuenta de un Rosario desgranado o un ícono minúsculo de Cristo Crucificado, hecho de hierba seca. La fotografía magistral del mexicano Rodrigo Prieto aporta paisajes de una belleza luminosa, que contrasta con la bruma del drama profundo.
Los cristianos ocultos al ser descubiertos, son obligados a renegar de su Fe pisoteando imágenes de Cristo y de la Virgen María y resisten a costa de su vida. Los señores del poder político se dan cuenta que la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos (frase de Tertuliano) y se les ocurre con refinamiento perverso el mantener vivos y en cautiverio a los Padres Misioneros, al tiempo que masacran frente a ellos a sus hijos espirituales. Los miembros de familias enteras son desangrados lentamente o quemados vivos a la vista de los Sacerdotes, procediendo enseguida a exigirles a éstos que renieguen de la Fe Cristiana como condición para detener las torturas y los homicidios.
En forma intermitente aparece Kichijiro (Yosuke Cobuzuka), personaje que transcurre en la historia entre la traición sistemática y el perdón que pide y obtiene de la absolución sacramental que recibe de los mismos Sacerdotes que entrega a los verdugos. A diferencia del Iscariote, Kichijiro entrega una y otra vez a los seguidores de Jesús por miedo liso y llano, y no a cambio de dinero.
Los Sacerdotes cautivos quedan expuestos al deshonor y sujetos a un lento y prolongado martirio, al que se agrega el drama de estar atrapados entre la alternativa de negar públicamente su Fe o ser causa y motivo del sufrimiento y la muerte física de las ovejas que Cristo puso a su cuidado. En la escena en la que el Padre Rodrigues pisotea una imagen de Cristo coronado de espinas, el silencio de la noche es rasgado por el triple canto del gallo apenas audible, que a lo lejos evoca la negación de Pedro.
Acto seguido, los Jesuitas de la historia son obligados a llevar una vida mundana mediante la asignación de bienes materiales, viudas e hijos de padres de familia fallecidos de la nobleza local, y de esta suerte son exhibidos en una jaula de oro como trofeos de captura para escarmiento de los cristianos ocultos que doscientos cincuenta años después, al decretarse la libertad religiosa en el Japón del Siglo XIX, emergen de las catacumbas perseverando en la Fe.
