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La trama siria y la geopolítica del caos

Periférico

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

Hasta hace una semana, el gobierno de Estados Unidos que encabeza Donald Trump parecía tener en China a su principal enemigo y en Rusia un potencial e inusitado amigo. Hoy la situación se ha transformado de manera sorprendente. Al ritmo vertiginoso que ha caracterizado el arranque de la presidencia del magnate republicano, las piezas en el ajedrez mundial se han reacomodado, a golpe de sospechas, tuits incendiarios y contradictorios, bombas y reuniones de alto nivel. Si antes era más probable una confrontación con la potencia de Asia Oriental por el control del Mar Meridional, hoy Estados Unidos está a un paso del enfrentamiento directo con Rusia por lo que ocurre en Siria.

Antes de 2011, Siria era uno de los países más estables de la conflictiva Asia Occidental. República gobernada como dictadura desde hace casi medio siglo por la familia Assad, su relativa prosperidad y gobernabilidad contrastaba con la violencia e inestabilidad de sus vecinos Irak, Líbano, Palestina y, no muy lejos de ahí, Afganistán. Países golpeados por el terrorismo y el intervencionismo de potencias extranjeras o regionales. Entre enero y marzo de 2011, con el impulso de la llamada Primavera Árabe que desató una ola de protestas cuyo blanco eran los regímenes autoritarios de una docena de países del Norte de África y Asia Occidental, en Siria se registraron fuertes manifestaciones contra el presidente Bashar Al-Assad, un aliado estratégico del presidente ruso Vladimir Putin. Patrocinadas de alguna forma por Estados Unidos y sus aliados, esas protestas crecieron de tono hasta convertirse en insurgencia.

Siria es el reflejo más claro del fracaso de la Naciones Unidas. La compleja guerra civil a tres bandas ha causado la muerte de más de 450,000 personas, el desplazamiento de 13 millones y el exilio de 4.5 millones. Dos tercios del territorio sirio han sido arrasados por la guerra en la peor catástrofe humanitaria de nuestro siglo. La población de ese país sobrevive hoy en medio de varios fuegos. El de los rebeldes, que pretenden derrocar a Assad. El del régimen, que pretende mantenerse incluso a costa de su propio pueblo. El de Estados Unidos y sus aliados, que han apoyado a los rebeldes con recursos y bombardeos. El de los grupos extremistas, como el Estado Islámico y Al Nusra (Al Qaeda), quienes se han beneficiado del apoyo otorgado por Washington a los rebeldes. El de Turquía, que sostiene un añejo conflicto con los kurdos en su territorio y en el norte de Siria. Y el de Rusia e Irán, que hasta ahora han brindado ayuda a Assad contra los terroristas y los rebeldes. Pese a los esfuerzos de paz emprendidos, la guerra no ha dejado de escalar bajo la mirada impotente de la ONU y la inoperancia de sus instituciones.

Un nuevo y peligroso capítulo de esta trama se abrió la semana pasada. Un ataque presuntamente cometido con armas químicas que dejó decenas de personas muertas, entre ellas niños y ancianos, y unas imágenes de terror, provocó la primera reacción bélica de Trump. Desde sus naves en el Mediterráneo, Estados Unidos lanzó 60 misiles contra una base aérea siria. Aunque el bombardeo causó daños de escasa consideración, lo trascendente es el mensaje que manda el presidente republicano, quien hasta hace unos días había cuestionado la postura intervencionista de su antecesor Obama. Y no se puede dejar de lado el contexto. El ataque, que no es el primero emprendido por Estados Unidos en territorio sirio, pero sí el primero directo contra el régimen de Assad, se dio mientras que Xi Jinping, presidente de China, segunda potencia económica del orbe, realizaba su primera visita a Norteamérica con Trump para discutir, entre otras cosas, el peligro que representa Corea del Norte. El bombardeo parece ser un mensaje con múltiples destinatarios, además de Bashar Al-Assad.

El primero que ha dado el acuse de recibo es el gobierno de Putin, otrora supuesto aliado de Trump. Junto a Irán, Rusia ha advertido ya a Estados Unidos que de repetirse un ataque contra las fuerzas gubernamentales sirias, habrá respuesta. No se debe olvidar que Siria alberga las bases militares rusas más importantes fuera de Rusia. Turquía ha vuelto a la esfera proestadounidense, pero azuzando al gobierno de Trump a ser más firme contra Assad. Los países de la OTAN, que llegaron a dudar del liderazgo de Estados Unidos con su nuevo presidente, no demoraron en aplaudir la acción unilateral de Washington, pese a ser considerada por la mayoría de los integrantes de la ONU como violatoria del derecho internacional. Y China, país que se ha enfocado en alcanzar la cúspide económica más que la militar, se ha mantenido cautelosa en su postura.

En medio de la vergüenza que como Humanidad debe provocarnos lo que ocurre en Siria, hay algo que resulta intrigante y aún más angustiante, y es el carácter imprevisible de Donald Trump, quien no tiene empacho en un día escupir al aire o en redes sociales una frase y parecer cercano a un país y lejano a otro, y al día siguiente decir lo contrario para acercarse al antiguo enemigo y distanciarse del presunto aliado. Pero ahora ya no sólo con tuits, sino también con bombas. Si a esto agregamos el papel irrelevante que juega ya la ONU y la tónica de unilateralidad que anuncian las recientes acciones del magnate presidente, tenemos el caldo de cultivo perfecto para alimentar a una auténtica geopolítica del caos. Sí, justo como la que se vivió en los años previos a las dos grandes guerras mundiales.

Por lo demás, habría que cuestionarnos si, en la lógica de las transiciones hegemónicas del sistema- mundo que existe desde hace 500 años, no nos encontramos frente a los últimos estertores -y no por ello menos peligrosos- de la gran potencia estadounidense, y al surgimiento de una nueva gran potencia que muy probablemente no será un estado-nación federal, sino la unión de dos o más potencias para crear un superpoder de carácter continental. Y hay quienes ven que ese nuevo poder pudiera estar en Eurasia, con Rusia, potencia militar y energética indiscutible, y China, la nueva potencia económica emergente. ¿Estará Trump intentando emular a Nixon en el afán de evitar que Moscú y Beijing concreten una alianza que pudiera poner en jaque a Washington? La respuesta parece estar en Siria y lo que suceda en los próximos días.

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