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Política y posverdad

Con/sinsentido

MIGUEL FRANCISCO CRESPO ALVARADO

La sentencia "cada quien tiene su verdad", repetida hasta la saciedad en el presente, se interpreta como si no hubiese nada en común entre los seres humanos; como si de un individuo a otro se abriera un abismo infinito que hiciera imposible todo tipo de contacto entre ambos. No obstante, aunque no lo sepamos valorar, es mucho más lo que compartimos que lo que nos distingue. Pese a ello, la convicción de que no hay verdades externas a los individuos y, menos todavía, verdades que se sostengan en el tiempo, se ha convertido en eje rector de muchas de las decisiones que tomamos.

Una de las consecuencias de esto que nos está pasando -el abandono de la verdad o la posverdad- es que la política, entendida en su sentido originario, es decir, como la persecución de aquello que es bueno para todos, se hace imposible. Porque la idea de bien común requiere por necesidad de una verdad ajena a los pareceres individuales y si ésta no existe, lo bueno para la polis tampoco puede llegar a ser. En tal escenario la lucha por poder se justifica de manera plena.

Aquí y ahora, cada quien se rasca con sus propias uñas y algunos, nos consta, las tienen muy largas y afiladas. Por eso agarran a manos llenas de lo que no es suyo, porque "cada cabeza es un mundo" y en el suyo, ellos tienen derecho (se lo merecen, como diría la esposa de Javier Duarte) de quedarse con cuanto les venga en gana. Nadie debería reclamar; menos todavía, los acérrimos defensores del relativismo, paradójicamente, absoluto.

Tampoco el otorgamiento de amparo de un juez a uno de los "porkys" ni la afirmación presidencial de que la crisis sólo existe en la mente de los mexicanos, deberían ser motivo de reclamo. Es su verdad (la del juez y la de Peña), ¿o no? ¿No es eso lo que tanto defienden? ¿No es eso lo que los ha llevado a renunciar incluso a educar a sus hijos? ¿O, más bien, por lo que pelean es por la comodidad que se esconde tras la susodicha frase?

Intentar convencer al otro supone todo un desafío. Aceptar que el otro es el que está en lo correcto es un reto todavía mayor. Es a eso a lo que, en el fondo, está renunciando esta sociedad hiperindividualista. Y créanme, la voraz clase política y sus empresarios predilectos de los que tanto nos quejamos, son los mayormente beneficiados de nuestra insensatez colectiva.

Cada quién tiene su verdad, sí, pero esa verdad es demasiado pequeña si se le compara con las grandes verdades en este país: corrupción, injusticia, impunidad, pobreza, marginación, desvergüenza, descaro y un largo etcétera, son en México realidades tan sólidas como la tierra que pisamos, vejamos y contaminamos de manera, a veces tan indiferente, usted y yo.

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