Siguen los eventos terroristas islámicos en los lugares más dispersos del mundo. De nuevo le ha tocado a Londres: la desbocada carrera de un británico-musulmán en el puente de Westminster arrolla docenas de peatones dejando cinco muertos y cuarenta lesionados. El ataque, que se adjudican los jihadistas, es el acto terrorista más grave en ese país después del de 2005 que cobró la vida de 56 inocentes.
En años recientes Francia, Alemania, Bélgica, España han perdido centenares de víctimas en atentados. Igual que el ataque al Parlamento indio en diciembre de 2001, en que murieron 12 personas, preparado en Paquistán, patria de musulmanes, demostró la íntima relación que existe entre fanatismos religiosos y políticos.
En todos los casos, los culpables han sido individuos de indudable vinculación musulmana. Muchas veces al grito de ¡Allah es Grande! ¿Serán las enseñanzas del Corán la explicación de esas criminales violencias? Algunas de sus "suras" o versículos sentencian muerte a herejes o apóstatas. De los 6,236 versículos del Corán, sólo 500 son de tipo judicial y los demás dan reglas para la vida personal. Hoy día una mayoría de los Muftis (sacerdotes) hacen del Corán un manifiesto de guerra. En su momento, empero, el Profeta sentenció que la Fe y el Islam impiden el terror: el Corán ha de interpretarse como un manifiesto de paz.
Pero la inseguridad induce a refugiarse en la religiosidad mientras que las condiciones cómodas la alejan. Al fallar la seguridad humana se recurre a la seguridad divina. Los primeros pasos del Islam fueron, desde luego, de guerra. A diferencia de los judíos o de los cristianos que sufrían persecuciones que aún persisten, el Islam era actor y no víctima.
Las enseñanzas de la religión del Profeta o de sus intérpretes son las que incitan a la campaña contra los "enemigos del Islam". Lejos están de la benevolencia que se le atribuye al Profeta o al Ser Supremo. Una "identidad" islámica de revancha emerge del subconsciente amalgamando resentimientos históricos referidos al colonialismo, a humillaciones y agresiones militares. La terrible amenaza islámica genera un estado de tensión y miedo que a nadie perdona.
En el fondo existe una siniestra suma de revancha animada y justificada en la religión musulmana que, como ironía, se ostenta pacificadora. En efecto, todas las creencias predican la paz entre los hombres. Pero la historia relata que Mahoma, después de su viaje a Medina, emprendió incesante batalla contra sus enemigos de Mecca hasta derrotarlos por las armas.
¿Qué han dicho los líderes musulmanes sobre las huellas de sangre que sus fieles han dejado por todo el mundo?
Repasar declaraciones recientes de Imanes, Ayatollahs, Mullahs y Muftis que ejercen diversos grados de autoridad en países, incluso no islámicos, no revela sino reiteradas referencias a la benevolencia de Allah, veneración al Profeta y reafirmaciones que el Islam no es la religión del terrorismo. Es, empero, un hecho de que las miles de madrasas o escuelas dispersas por todo el mundo, financiadas por Arabia Saudita, instilan en la niñez un odio intenso a todo lo no islámico.
Pero en noviembre de 2015 el Ayotallah de Irán Ali Khamenei, shiita, declaró al presidente de Turkmenistán que "el Islam es la religión de la fraternidad, misericordia y caridad…" El verdadero Islam "no puede producir basura como el Daesh" diría a su vez Sadej Larijani cabeza del sistema judicial iraní. Por su parte, clérigos musulmanes sunitas han condenado a los terroristas pero sin acusarlos de apostacía. En India 70,000 clérigos musulmanes emitieron en diciembre de 2015 una "Fatwa" condenando a Daesh, Al Kaeda y Talibán como grupos no islámicos. Un millón y medio de musulmanes indios respaldaron esa decisión. Las condenas de los líderes islámicos resultan demasiado débiles para ser eficaces.
