El próximo 25 de marzo se cumplirán 60 años de la firma del Tratado de Roma por Alemania Federal, Francia, Luxemburgo, Bélgica, Holanda e Italia, que diera origen a la Comunidad Económica Europea, antecedente de la hoy Unión Europea.
El onomástico encuentra a ésta no precisamente en uno de sus mejores momentos, cuya fragilidad económica es manifiesta vulnerada por la salida del Reino Unido y atribulada por riesgos de seguridad y financieros, principalmente.
Así, de una participación inicial de seis países, actualmente existen 28 participantes, abarcando una población de 500 millones de personas y totalizando un Producto Interno Bruto de 15 billones de euros. Lo que hace a la Unión Europea (UE), después de Estados Unidos, la segunda entidad económica más grande.
Esta unión aduanera que permite la libre circulación de bienes y servicios entre los países miembros tiene una política comercial común frente a terceros y facilita el libre movimiento de personas, capitales y servicios; así como promueve la armonización de la política social de todos los países miembros.
Sin embargo, quizás la mayor contribución de la UE durante estas seis décadas es el papel geopolítico protagónico que ha jugado en garantizar la estabilidad y la paz entre los países europeos, hoy unidos, que gastaron muchos recursos y cobraron muchas vidas en el pasado.
Sin embargo, el "Brexit" ha venido a poner en juego dicha estabilidad y el temor de que el modelo Trump se pudiera imponer en las contiendas electorales de Holanda, Francia y Alemania, ha ejercido mucha tensión; ya que el tono de las campañas ha sido de descalificación y de recurrencia a un lenguaje "apocalíptico".
El ambiente es favorable para los populistas que azuzan en sus arengas a la población adulta, sobre todo rural y de bajos recursos que han experimentado las secuelas de un crecimiento muy lacónico en los últimos años, que han visto un decremento en sus oportunidades de movilidad laboral y que ven cercana la finalización del programa de flexibilización monetaria ejecutada por el Banco Central Europeo.
Asimismo, al ambiente incierto que experimentan los europeos, se suma la amenaza latente de una posible salida de Grecia de la Unión Europea, donde los problemas de toda índole no han cesado y la escala y severidad de la crisis de la banca italiana, que hace suponer una intervención gubernamental de envergadura.
Así, aun a pesar de que la evolución económica de la región presenta en 2017 un pronóstico positivo, hay muchos riesgos circundantes, tales como si: el Grexit está de vuelta; las repercusiones económicas y políticas que pudiera tener el Brexit a mediano plazo, no sean tan severas; la crisis bancaria en Italia pueda ser superada sin repercusiones mayúsculas; la reacción del Banco Central Europeo, a mayor inflación pudiera ser drástica; y que la incertidumbre política pueda retrasar o detener el avance económico.
De esta manera, a 60 años de la integración europea, que debería ser una celebración jubilosa, por los logros económicos y sociales obtenidos, se nubla por ser también un tiempo de cuestionamiento y reflexión; el voto británico de junio de 2016 es la más clara manifestación a dichas dudas.
Europa tiene que hacer frente a desafíos y de varias fuerzas globales que confronta: el envejecimiento de la población, que impone un reto a la productividad, mientras la población económicamente activa decae; el rápido avance de la digitalización y automatización que expone a la economía europea a una nueva y disruptiva competencia e impone nuevos retos sobre el futuro del empleo y la creciente competencia de empresas de países emergentes y multinacionales digitales que elevan las presiones migratorias y que recrudecen sentimientos proteccionistas y nacionalistas.
Sin duda son tiempos de cambio para Europa y para el mundo. Cualquiera que sea el camino elegido para reactivar la senda del crecimiento, debe basarse en la innovación e inversión y en cerrar los "huecos" que ha dejado el "mercado único", sobre todo con su ciudadanía, si desea legitimar el cambio.
