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Del plato a la boca

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

Allá por mayo de 2013, con motivo de la crisis por la cual atravesaba la monarquía española y en defensa de ella por los servicios prestados a la democracia, el líder histórico socialdemócrata Felipe González formuló un parangón: "no hay que jugar con las cosas de comer".

Tal advertencia sobre el peligro de jugar con valores fundamentales de la democracia y el Estado se le quedó grabada a un empresario mexicano que con frecuencia la refiere, pero no la escuchó y mucho menos la entendió la clase política mexicana. Hoy, sobre el tablero electoral, se están colocando asuntos o problemas delicados que, por jugar con ellos, se podrían caer de la boca y, con ello, perder el alimento que nutre con pobreza a la famélica estabilidad social, económica y política del país.

Esa manía de utilizar asuntos o problemas claves como ariete para golpear al adversario favorito, o sacar raja de la ruina de una administración incapaz de erigirse en gobierno, puede o no reportar beneficios a quien los emplea. Sí, pero también puede terminar de corroer los muy frágiles pilares que sostienen a la democracia y el Estado de derecho. Si a más de un año de la elección del próximo presidente de la República y al centro de una compleja situación dentro y fuera del país ya no se repara en salvaguardar aquello con lo cual no se debe de jugar, no habrá por qué asombrarse si, en el concurso de la incompetencia electoral, se anula la viabilidad de México como país.

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El año de 1994 constituye la experiencia más reciente y más amarga de lo que le puede ocurrir al país cuando, en la miope ambición por conservar el poder y asegurar un proyecto, todo se pone en juego y se termina por engendrar una crisis de crisis.

Fractura en el poder, levantamiento social armado, secuestro de empresarios, magnicidios, consumo brutal de la reserva internacional y, al final, el error del cual Carlos Salinas de Gortari aún intenta desembarazarse. Tal fue el sello de ese año. De no ser por el puente crediticio extendido por William Clinton que entendía el peligro de tener por vecino a un país desestabilizado, aquella crisis de crisis a saber en qué hubiera concluido.

Hoy, el cuadro nacional es aún más complicado y, pese a ello, la clase política se resiste a usar lentes para leer el tamaño del problema frente al cual se encuentra. El Ejército lastimado, el crimen desatado, los partidos desvencijados, los Poderes de la Unión desacreditados, el malestar social enardecido, el tejido de la red diplomática deshilvanado, las policías inutilizables, la corrupción rampante, la economía trastabillante y, por si algo faltara, el Atila del Norte, Donald Trump, no entiende a su país ni al mundo y mucho menos al vecindario.

Si resbalones, desacuerdos, pleitos, ambiciones e irresponsabilidades políticas en 1994 pusieron al país contra las cuerdas, hoy el menor incidente podría ponerlo contra la lona. Por eso asombra que la clase política juegue con los alimentos.

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Hoy, todos los precandidatos se sienten cancilleres en vía de convertirse en estadistas y, en nombre de los migrantes, contra el muro y a favor del comercio, visitan Estados Unidos con ánimo de conquistar la simpatía electoral dentro y fuera del país. Dudan qué deben hacer, pero no en aparecer allá porque, en sentido contrario al viejo adagio, quien no se mueve no sale en las redes sociales ni en las portadas. Y allá van, de rebozo o abrigo o con ínfulas de catedráticos con dominio del español y el inglés, cada uno tratando de memorizar el acordeón a recitar. Importa figurar, no ser.

No les interesa el resultado de su gira porque, en todo caso, el responsable de las gestiones diplomáticas será el jefe de la administración, el presidente de la República, que tiene muy claro un asunto: si el Estado importa, ese es el Estado de México.

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En defensa del Estado... de México, el mandatario envía, ahí sí, muy bien coordinados a miembros del gabinete con una misión claramente establecida: impulsar a su primo, Alfredo del Mazo, quien no tiene muy claro si el parentesco lo beneficia o perjudica pero, sin titubear, protagoniza el rol del escudero encargado de preservar la cuna y, de no salir muy bien las cosas, el sepulcro político del pariente, si la corneta política llama a la retirada.

Dentro del marco legal, por supuesto, antes de acatar la veda, los gobiernos federal y estatal echan las despensas, las becas, los programas sociales por la ventana electoral, ansiosos por no perder ese enclave que podría vaticinar la pérdida de la casa de Los Pinos.

Claro que importa el Estado, pero el de México, el otro es lo de menos.

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En la confusión de jugar con lo fundamental en lo electoral, el spot propagandístico de Acción Nacional que convierte a un ratero en su portavoz, no tiene desperdicio.

Un asaltante con profunda conciencia política roba al pasaje de un microbús, les advierte a sus víctimas del daño que les ha propinado el PRI mientras él se vanagloria de "asaltar parejo". Queriendo sacar raja de la inseguridad y el crimen en el Estado de México, de seguro sin querer, Acción Nacional postula al ladrón como su candidato. Un ladrón por otro, resumen de la alternancia. A lo mejor traicionó el inconsciente al creativo productor, pero el spot no apoya a Josefina Vázquez Mota.

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Pese a la experiencia, recomendaciones y circunstancia, la administración, los partidos y los precandidatos juegan con cuestiones fundamentales que, por razones de seguridad y estabilidad, no deberían de insertarse en el concurso electoral y, al tiempo, descuidan y olvidan tareas para garantizar el mismo proceso electoral.

Desde niños lo saben pero, como no razonan ni memorizan, muy poco les importa: con la comida no se juega.

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