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Acabar con la impunidad

Con/sinsentido

MIGUEL FRANCISCO CRESPO ALVARADO

Las cárceles en México están sobrepobladas de gente pobre. Las cifras oficiales indican que 75 % de la población penitenciaria en el país cumple penas por robo equivalente a un monto menor a 5 mil pesos. Los grandes corruptos, en cambio, se pasean orondos por las calles, convencidos de que no los alcanzará la mano de la justicia.

En los últimos 16 años, la Auditoría Superior de la Federación ha presentado 270 denuncias ante la Procuraduría General de la República por irregularidades en el manejo de los recursos federales. A la fecha, ninguno de los señalados como responsables ha ido a parar a prisión.

Los escándalos mediáticos tampoco tienen mayor efecto. Los cientos de "memes" haciendo escarnio en las redes sociales, no sirven para detener el latrocinio. Los corruptos son cada vez más desvergonzados. Su desfachatez es grotesca y profundamente ofensiva.

En otras latitudes como Corea del Sur, Indonesia o Lituania, actos de corrupción han costado el trabajo a sus presidentes. Incluso en países latinoamericanos como Brasil, Ecuador y Perú, hemos visto rodar las cabezas de sus mandatarios. Pero aquí no pasa nada. Asuntos como la Casa Blanca se vuelven en meras anécdotas sin la mayor trascendencia.

Si de verdad queremos que las cosas cambien en México, no tenemos de otra que acabar con la impunidad vinculada con la corrupción a gran escala. Los peces gordos tienen que caer. No uno o dos, todos. No solamente aquellos que, como Elba Esther, se pelearon con el régimen. Los tiempos de la justicia selectiva deben acabar. No es algo que pueda ocurrir por decreto, claro está. El débil marco legal e institucional es sin duda un enorme obstáculo a sortear. Pero, en política, sólo es imposible lo que no se intenta de manera sistemática y decidida.

Aquí, como en otros asuntos, la participación ciudadana es indispensable, pero requiere de aliados en los Poderes de la Unión. El paupérrimo nivel de credibilidad que gozan los políticos y funcionarios públicos, no debe estorbar en la búsqueda de contrapartes con las que se pueda dialogar y negociar. Seguramente son muy pocos; no importa, hay que ponerlos de nuestro lado. Si logramos que algunos se sumen a la tarea de terminar con la impunidad, la meta comenzará a lucir alcanzable.

El esfuerzo será titánico y probablemente fracasemos; pero, en verdad, México lo vale.

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