Bonanza y mexicoamericanos

La bonanza atrae a la tecnología a veces en grandísima escala como en las fábricas; a veces en pequeña escala como en la casa de un asalariado. La fugaz bonanza de fin de año conquistó para mi espacio doméstico una pantalla, es decir, lo que antes pudo ser una televisión.

Así que en la temporada vacacional de fin de 2016 dispuse de tiempo y pantalla para ver muchas películas. La maravilla de la cibertecnología, su sistema de mercado, lo primero que me ofreció fue la basura que se ve anunciada en las carteleras de los periódicos.

Como en lo ideológico no soy muy dócil busqué películas que se avinieran a mi gusto y a mi nostalgia. Con impulso voluntarioso, reacio a los condicionamientos del mercado, escudriñé para procurarme aquellos filmes que alimentaban ideológicamente mi (ya lejana) juventud revolucionaria.

De ese modo me reencontré con I compagni, cinta filmada en 1963 por Mario Monicelli, cuyo título escribo en italiano porque lo traducen de diversas maneras, por ejemplo Los compañeros o Los camaradas y en mi juventud escandalosamente lo tradujeron como El escándalo.

Después de acariciar mi nostalgia y realimentar mi ideología con esa película busqué y encontré Novecento, filmada en 1976 por Bernardo Bertolucci. Es una cinta que cuando llegó a México la bautizaron con número no con letras (1900). Ya picado hurgué en búsqueda de La clase obrera va al paraíso, de 1971, director Elio Petri.

En los días siguientes la pantalla empezó a sugerirme títulos de inspiración marxista, comunista, socialista como Mimi metalúrgico (1972), de la directora también italiana Lina Wertmüller y hasta El tren de Lenin (1998), de Damiano Damiani (entre paréntesis, todas muy bellas películas).

Sin duda, una vez que la pantalla identificó mis preferencias fue más allá y me recomendó películas antinazis, antifascistas como Dos mujeres (1960), de Vittorio de Sicca; El huevo de la serpiente (1977), de Ingmar Bergman; Un día especial (1977), de Ettore Scola y La caída de los dioses (1969), de Luchino Visconti.

La pantalla sigue haciéndome recomendaciones. Ayer me sugirió ver una película que filmó en Estados Unidos Herbert J. Biberman cuando yo ni siquiera pensaba en el cine, La sal de la tierra, publicada en 1954. Su tema es como el de las primeras películas que mencioné.

A pesar de su edad, el filme de Biberman plantea un asunto muy actual, relacionado con las maneras del presidente Trump. Se desarrolla en una mina y sus alrededores, predios que fueron de antiguos mexicanos radicados en Nuevo México y que detenta una empresa explotadora.

Los trabajadores de la mina son en su mayoría de origen mexicano pero no faltan estadunidenses y hasta algún polaco. Las diferencias étnicas hacen que aparezca la xenofobia, el reproche anglo que propone a los mexicoamericanos emigrar al lugar de sus orígenes.

Es decir que La sal de la tierra, igual que las películas italianas mencionadas en los primeros párrafos de esta página, se ocupa de los problemas y en general la vida de la clase trabajadora. Se evidencia así la importancia de la clase trabajadora en el desarrollo social.

Los riesgos en la jornada laboral, la enajenación, la asociación de los estudiantes con los asalariados, la corrupción sindical, la falta de conciencia de clase trabajadora, la lucha por mejores condiciones, el mesianismo de los líderes y la necesidad de organización son sustratos temáticos que alimentan esas películas que como películas son divertidas porque a varias les han dado el tono de comedia pero son interesantes y cinematográficamente valiosas.

Seguiré mirando películas como las nombradas porque la pantalla me hará sugerencias similares. Para qué. Para seguir investigándome (me tienen fichado gracias a la cibertecnología) y sobre todo para mantenerme inmovilizado.

Correo-e: [email protected]