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¿Ahora qué hacemos?

JULIO FAESLER

En Washington el tren ya salió de la estación. Está ya en marcha. Las interrogantes en cuanto a lo que va a seguir haciendo la nueva administración presidencial norteamericana se acumulan. Salvo que suceda lo inenarrable, el tren seguirá. Pifia y pifia, caminando.

Nosotros a nuestra vez, nos dedicaremos a lo nuestro, tratando de llevar adelante nuestro problemático crecimiento nacional, defendiéndonos y contrarrestando los daños que le lleguen del norte a nuestros connacionales que allá viven.

Pero, a diferencia del recién estrenado gobierno norteamericano, aquí no tenemos muy claro qué queremos hacer.

Hasta ahora todo se nos ha ido en rechazos airados, indignación, marchas y formación de algún que otro comité para estudiar qué hay que hacer.

Ante la amenaza de perder preferencias para vender en el mercado norteamericano surgen iluminadas propuestas de responder con el seguro recurso de diversificar nuestros mercados externos. Superar la dependencia del TLCAN que algunos ya ven que se marchita y donde nos tratan tan mal hasta el grado de ponerle impuestos de entrada a nuestros productos.

Trump nos sacude y, asustados, despertamos a la realidad de la concentración de nuestros intercambios que, aunque llevemos más de veinte años concienzudamente remachándolo¸ repentinamente amanecen intolerables. Desde 1970 se ha insistido en ello, pero ahora diversificar es novedad.

Todo se vale para esquivar la verdadera necesidad que la coyuntura impone y que es dedicarnos con urgencia a fortalecer la economía y superar la penosa debilidad nacional que nos abandona a los caprichos del vecino. En lugar de esto, algunos presentan como solución la diversificación hacia China.

Hoy día China juega con astucia su propósito de situarse como una potencia de primer orden desbancando a los Estados Unidos como primera potencia mundial. El que los mexicanos queramos encontrar la manera de sustituir el dominio y la presencia de nuestro vecino al norte con un país que ofrezca servicios análogos parece explicar que China pudiera ser la deseable alternativa.

Al revisar las inversiones chinas en México entre 2010 y 2013 los estudios del grupo China-Mex UNAM encontró que se dirigen principalmente a actividades de comercio, industrias eléctricas y mineras. No tienen la dimensión de las dirigidas a Perú o Brasil, pero China, que sí tiene programas claros, a diferencia de México, se propone construir su presencia en todos los continentes que le asegure mercados para sus productos junto a fuentes seguras de abastecimiento de los alimentos y de insumos para sus industrias.

A cambio de las inversiones que haga en todo el mundo Beijing ofrece facilitar inversiones extranjeras en su país. Sólo falta que los empresarios mexicanos piensen aprovechar esto, antes que invertir en México, para fabricar artículos chinos allá que traerían acá.

Si nuestros hombres de negocios buscan socios estratégicos chinos para reponer al norteamericano debe ser para fabricar aquí con técnica china, no armar, para surtir nuestro mercado interno y exportar.

Hay que reflexionar sobre la manera en que México pueda alzarse por encima de su modesta realidad de incompleta industrialización y sesgada agricultura para por fin contar con las cartas que le acrediten jugar a nivel igual que sus competidores.

Si decidimos no fortalecernos y crecer a primera división, nos queda la otra vía, la de reconocer nuestra realidad y limitarnos a seguir dedicados las actividades que nos son propias como el de la agricultura comercial de frutas y legumbres, la de turismo, las manufacturas más simples de alto contenido de mano de obra barata y a la importación de lo que nos falta con el endeudamiento y desempleo correspondientes.

La segunda opción no es tan trágica. Sólo hay que abrazarla con humildad. El astronómico ahorro que significa no mantener fuerzas militares de primer orden libera fondos para programas sociales. Aliviarnos de pretensiones de influir en asuntos internacionales significa ofrecer a todo el mundo los frutos científicos y culturales sin necesidad de pedir compromisos políticos de ningún orden.

Hay desde luego un costo para la modestia internacional: la debilidad siempre atrae al más poderoso. Hemos aprendido a vivir al lado del bien conocido paquidermo vecino.

Nuestra preocupación ahora sería preocuparnos por otros peligros o entendernos con el Mandarín.

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