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Una gran hazaña intelectual

FRANCISCO JAIME

Dos economistas, Simon Kuznets, de la Universidad de Harvard en 1971 y Richard Stone de la Universidad de Cambridge en 1984, recibieron el Premio Nobel de Economía por sus contribuciones al desarrollo del sistema de contabilidad nacional. El objetivo de Kuznets fue cuantificar y explicar el fenómeno del crecimiento económico, se opuso a los modelos abstractos con nula relevancia empírica y procuró trabajar con conceptos y categorías susceptibles a la medición estadística. Sin embargo, siempre criticó la pretensión de medir el bienestar exclusivamente sobre la base del Producto Interno Bruto por habitante (PIB per cápita) y en alguna ocasión, ante el Congreso de los Estados Unidos, declaró que había que tener en cuenta las diferencias entre cantidad y calidad del crecimiento económico. Richard Stone, por su parte, enseñó al mundo cómo calcular el producto interno bruto, al crear un sistema de cuentas nacionales que hace posible la política económica. Desarrolló el sistema uniforme de contabilidad que permitió seguir la economía británica durante la segunda guerra mundial. El sistema es ahora usado en todo el mundo. La Academia Sueca de Ciencias dio crédito al economista inglés por sintetizar miles y miles de millones de transacciones entre compradores y vendedores que son infinitamente complicadas en una imagen sistemática y concisa de una nación como unidad económica.

Detengámonos un momento para plantearnos dos preguntas clave: ¿Qué significa el PIB y porqué nos debe interesar? ¿Cuáles son las limitaciones del PIB real como medida del bienestar económico?

El PIB es el valor de mercado de todos los bienes y servicios finales producidos dentro de un país en un período determinado. Esta definición, simple en apariencia, presenta muchos aspectos complejos cuando se calcula. La técnica contable utilizada está fuera de los límites de este artículo, sin embargo, algunas consideraciones generales resultan pertinentes. El PIB trata de ser amplio, ya que incluye todos los artículos producidos en el país y vendidos legalmente en los mercados, además incluye el valor de mercado de los servicios educativos, de salud y de transporte, por citar sólo algunos.

El PIB mide tanto el ingreso total como el gasto total de la economía en bienes y servicios, por consiguiente, el PIB por persona indica el ingreso y el gasto promedio en la economía. Ahora bien, debido a que en general las personas prefieren recibir un mayor ingreso y disfrutar un mayor gasto, el PIB por persona es una medida natural de bienestar económico de la persona promedio y por tanto, es la medida que mejor resume el bienestar económico de una sociedad. No obstante, desde hace décadas algunas personas siguen discutiendo la validez del PIB como medida del bienestar.

Se ha dicho que no toma en cuenta la distribución del ingreso, la salud y la educación de la población, la belleza de nuestra poesía, el valor, la integridad de muchos servidores públicos, nuestra sabiduría, y la devoción a nuestro país. De todo esto y más se le ha cuestionado. Si bien, gran parte de los cuestionamientos son ciertos, el PIB nos sigue preocupando, ya que un PIB grande nos ayuda a llevar una buena vida. El PIB no mide directamente aquellas cosas que hacen que valga la pena vivir, pero sí mide la habilidad para obtener los insumos que hacen que valga la pena vivir.

Debido a que el PIB utiliza los precios de mercado para valuar los bienes y servicios, excluye casi toda la actividad que tiene lugar fuera de los mercados. Algunos de estos factores que influyen en el bienestar económico, pero que no forman parte del PIB son: la producción en el hogar, la actividad económica subterránea o informal, la salud y la esperanza de vida, el descanso, la calidad del medio ambiente, la libertad política, la distribución del ingreso, la justicia social. En pocas palabras, el PIB no es una medida perfecta, es una buena medida del bienestar económico para la mayoría de los fines, pero no para todos. Es debido a sus limitaciones que en los últimos años se ha creado un indicador más amplio llamado Índice de Desarrollo Humano (IDH) del cual nos ocuparemos en otra ocasión.

Gracias a la gigantesca hazaña de los dos grandes economistas arriba mencionados, hoy podemos, por ejemplo, evaluar el desempeño de nuestros gobernantes en materia económica. Nos basta con tres casos: En unos cuantos minutos, con la ayuda del PIB, una tabla y una gráfica, podemos analizar la historia económica de México en los últimos 120 años. Podemos ver, también, la tragedia de Durango: un estado fallido que ocupa el lugar 26 en importancia dentro de la economía mexicana y el lugar 29 en crecimiento económico en los últimos once años, solo arriba de Campeche, Chiapas y Tlaxcala. Podemos ver en fin, a Coahuila que ocupa el octavo lugar por el tamaño de su economía, pero que 13 entidades federativas lo superan en crecimiento.

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