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Reflexiones en el centenario de la Constitución de 1917 II

JUAN ANTONIO GARCÍA VILLA

El pasado domingo se cumplieron cien años de la promulgación en "el Palacio Nacional de la ciudad de Querétaro" (como reza la portada) de la vigente Constitución mexicana. Lo más notorio de este centenario es que entre las efemérides cívicas pasó relativamente inadvertido. Sin exageración, se puede decir que sin pena ni gloria.

No es posible afirmar que tal centenario pasó de plano ignorado, no, desde luego que no, pero obviamente sí minimizado. Lo más significativo -si acaso se puede considerar como parte de los festejos- fue que el Teatro de la República, en su tiempo llamado Teatro Iturbide, donde sesionó el Congreso Constituyente, ahora con motivo del centenario pasó de ser un inmueble privado a edificio público, comprado curiosamente por el Senado.

Ya el historiador Enrique Krauze, hace una década, cuando la actual Carta Magna llegó a 90 años y 150 su inmediata antecesora, la Constitución de 1857, con abundancia de datos señaló el notorio contraste entre los numerosos y fastuosos festejos llevados a cabo en 1907, 1957 y aun 1967, y las celebraciones realmente mínimas de hace diez años. Cuando precisamente -apuntó Krauze- procedía celebrar en grande que finalmente la Constitución de 1917 hizo posible la llegada de la democracia al país, mediante la alternancia.

Antes de hacer algunos comentarios sobre este aspecto, cabe enfatizar lo que es obvio: la forma como históricamente han formado mancuerna las Constituciones de 1857 y de 1917, como si se tratara de un par que de pronto se convierte en una sola. Tan es así, que un dato menor lo confirma: el título oficial de la que ahora ha cumplido cien años es "Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos que reforma la del 5 de febrero de 1857". Más claro, no se puede.

Más que con actos solemnes, conferencias (que desde luego nunca están de más), publicación de libros conmemorativos e inauguración de obras públicas, como de manera pormenorizada Krauze ha informado que en el pasado se festejaron los aniversarios relevantes (50, 100, 150 años) del par de Constituciones que se hace aparecer como una sola, en esta ocasión del centenario de la de 1917 las celebraciones pudieron haber consistido en cualquiera de las dos modalidades siguientes: 1. La aprobación de una nueva Constitución, y 2. Un mejor conocimiento sobre los orígenes, su gestación, pero principalmente de sus vicios y desviaciones, con ánimo de corregirlos, de la hoy vigente.

Lo de nueva Constitución es sólo un decir. Lo que pudo haber sido como fino regalo por su centenario es haberle dado a la actual una redacción coherente, armoniosa y breve. Si una comisión de los cuatro o cinco mejores filólogos de la lengua española hiciera un estudio a fondo de su texto, seguramente daría un informe que a todos pondría los pelos de punta. Lo cual es más que explicable por las 699 reformas y adiciones que a lo largo de un siglo ha sido víctima.

Aunque tenga defectos, como toda obra humana los tiene, y una Constitución no puede ser la excepción, como bien apunta un célebre tratadista alemán, la característica quizá más relevante de una buena Ley Fundamental no es precisamente su perfección, sino su brevedad; ha de contener lo mínimo, pero a la vez lo verdaderamente sustantivo en relación con la organización y funcionamiento de un Estado moderno.

Si una Constitución es prolija y dispersa, malamente se le puede llamar tal. Como la primera Constitución de la Ciudad de México, que por cierto el pasado domingo fue promulgada, que aparece contenida en ¡220 cuartillas! Increíble, pero así es. Nace con un notorio vicio de origen.

Sencillamente no es posible que el constitucionalismo mexicano continúe por ese camino, de pretender que toda disposición que algún grupo considera más o menos relevante -aunque en el fondo carezca de significación en relación con los verdaderos fundamentos de un Estado- alcance lo que pomposamente se llama "rango constitucional". Esta notoria desviación ha traído aparejada otra serie de vicios, que mucho han afectado nuestra vida pública.

No se trata pues de una broma decir que una buena celebración de la Constitución de 1917 pudo haber consistido en darle forma de verdadera Constitución.

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Escrito en: Juan Antonio García Villa

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