Siglo Nuevo

Francisco Hernández

Entrevista

Foto: Agencia N22

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REDACCIÓN S. N.

En su más reciente libro, el poeta Francisco Hernández busca establecer un diálogo con Dios o con los dioses para hablar de la tragedia de nuestros días y de lo incomprensible de la violencia. Entre el desciframiento de las unidades que conforman Syllables, la obra de Omar Barquet, entre sílabas, observa el poeta, equidistante entre dos mundos. Hay algo de lamentable en romper ese estado contemplativo, pero cuando se sienta, con gesto generoso a hablar, hay un hálito desprendido de esa experiencia, que lo arropa.

Hernández ha escrito numerosos títulos, entre los que destacan, Mi vida con la perra, El corazón y su avispero, Moneda de tres caras, La isla de las breves ausencias y Población de la máscara. Bajo el pseudónimo de Mardonio Sinta, realizó un volumen de coplas intitulado ¿Quién me quita lo cantado? Por su aguda sensibilidad para abordar temas que van de la depresión al gozo de la música, el erotismo y el desencanto, así como su rara cualidad para esbozar retratos poéticos de destacados exponentes de las artes plásticas, ha recibido numerosas distinciones, entre las que se cuentan: el Premio de Poesía Aguascalientes, el Premio Xavier Villaurrutia, el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines, el Premio Mazatlán de Literatura y el Premio Nacional de Ciencias y Artes.

En la primera parte de su libro, Odioso caballo, aparece Dios como figura central, ¿desde Hölderlin (pues hay una correspondencia), a usted, cómo le ha transformado la relación entre el lenguaje y los dioses?

Yo creo que es algo muy personal el lenguaje que uno elige para tratar de comunicarse con los dioses, o al menos para dirigirse a ellos. Supongo que el primer hombre que vio caer un rayo sobre un árbol, o que vio nacer un hijo, o que mató a un bisonte por primera vez y se alimentó de su carne, empezó a construir una mitología llena de dioses y comenzó también a invocarlos y adibujarlos y a imaginárselos, y a temerlos. Esa sigue siendo para mí una forma de hablarle a los dioses, para reclamarles, la mayoría de las veces, por las cosas, que no solo las que a mí me pasan, sino las que veo que pasan a mi alrededor, que la mayoría son propias de la injusticia, de un terror que crece cada vez más y que resulta incontrolable, aún para los mismos dioses. Eso es algo que me desespera, y me da miedo.

¿De ahí que este reclamo que se lee en los primeros poemas, este Dios, Dios o caballo, este odioso caballo en sus poemas aparezca como un viejo, como si ya no sirviera para nada?

Sí, en el juego de palabras, o en la división de la palabra aparece el odio hacia ese Dios que supuestamente solo debía inspirarnos amor. Pero resulta que las noticias que cada rato percibimos, me conducen a sentir una gran desesperación y un odio que prefiero enviárselo a una especie de caballo divino con el que puedo pelearme y al que puedo tratar de domesticar; pero que generalmente me derriba si me descuido, me patea, y puede matarme.

Volviendo a Hölderlin, en su poesía se dirigía a los dioses como seres adorables, ¿se ha venido destruyendo esa relación o se han venido destruyendo los dioses para el poeta?

Sí, también eso puede ser, se han venido quebrando esas creencias, esas divinidades, han pasado a segundo término, aunque el poeta cubano, José Lezama Lima decía: “nunca he oficiado en los altares del odio” y ahora me doy cuenta, es muy claro, tener la necesidad de reclamar por todo lo que ocurre, y es una especie de oficiar en el altar del odio. Y pensar que no todo es amor. Aquellas divinidades a las que Hölderlin acudía con toda serenidad y nobleza, me superan y pienso que están a un lado, que no es justo que sea así. Es parte de mi impotencia, de mi pequeñez como ser humano. Trato que sea de otra manera, pero no he podido, al menos en este libro, en esta parte en que Dios es un caballo salvaje.

Está también hermanado con los potros de Los heraldos negros...

En un poema aparecen los heraldos negros, refiriéndome a los sicarios a los narcos a eso que nos ha rebasado y nos invade.

¿Qué representa el caballo para que haya tomado esta importancia y a través de él transcurra su libro?

Es una forma del galope. El caballo es la figura unificadora, el hilo conductor que, aunque no aparece en ciertas partes, llega hasta el poema final, que se titula “Mucho calor”, donde podemos escuchar los cascos de los caballos golpeando contra las piedras de la calle, que era algo que oía yo continuamente, porque mi casa daba sobre una calle empedrada.

¿El caballo entonces a usted mismo lo unifica, o es un caballo para enfrentar?

Es un caballo para huir, para la guerra, para la paz, para enfrentar, para unir, para presumir, como en el poema de Santa Rosa de Lima que va en un desfile el día de la celebración.

Y está el caballo de Verlaine, que pasea por el bosque a la luz de la luna porque sabe que Rimbaud lo está esperando y regresa y no hay nadie. Él se imaginó que estaba Rimbaud y se fue a dar una vuelta, pero bueno, finalmente nadie nos está esperando. Entonces su única compañía es el caballo, ahí es el amoroso caballo.

En el poema “Granizada” escribe unos versos muy dolorosos: no tengo a dónde ir / ¿he tenido alguna vez a dónde ir? ¿Es así, lo siente así, que el poeta no tiene a dónde ir?

Por qué me sorprende no tener a dónde ir, parece decir más para sí mismo. En ese poema hablo de una canción de Leonard Cohen que se llama I´m Your Man, y pensaba en ponerle al libro algo así como I´m Your Horse, iba a ser el título.

Y entonces parece volver al instante de creación mientras lee unos versos del poema:

“Al menos eso es una forma de salir en busca de algo / ¿aceptará la muerte que la llame algo? /¿aceptará si en voz baja le digo / I´m Your Man?”. Es de los que más me gustan y qué bueno que lo recibes así, porque nadie me ha dicho nada sobre él.

Me parece doloroso porque pienso en esa orfandad del poeta, ¿vive usted así, como nosotros los percibimos?

A fin de cuentas la palabra es orfandad. Sí, ahora vivo con mucha desesperación, con mucha soledad también. Alguna vez, a propósito de los juegos de palabras, escribí: ¿la soledad no debería llamarse sombraedad? Si tiene el sol ahí debería tener la sombra, es todavía más sombría la soledad así.

Y a pesar de que nada me falta me siento bastante solitario a fin de cuentas. La necesidad de tener que enfrentarme a la gente acentúa la soledad. Parecería que es al revés, pero yo me siento más solo cuando tengo que presentarme cuando lo único que quisiera es leer unos cuantos textos, decir muchas gracias y salirme, pero tengo que quedarme.

Sí, hay vamos, pero no sé si mis libros se vendan, todavía no sé lo que es ver a alguien que llegue a alguna caja de una librería a pagar un libro mío. Simplemente no he coincidido -y su risa entre ingenua y resignada rompe o acentúa ese vacío-; no me ha pasado. Y veo que llevan otros, otros libros de otros que a lo mejor piensan lo mismo que yo.

¿Qué siente por sus libros?

Con este libro en especial siento una gran satisfacción, un gran gusto porque me gustó mucho su diseño, (dice mientras lo revisa). El diseño que hicieron en Almadía me gusta muchísimo, el tamaño, el suaje, el ojo de Dios, todo lo que Magallanes diseñó; dibujó todos los caballos. Estoy muy, muy contento.

Otro poema, “Mi casa se cayó del caballo”, es también muy poderoso.

Sí, es absolutamente real, mi casa era de madera con techo de tejas y se vino abajo porque ya tenía 100 años o más. Fui y la verdad sí me entristeció, y sí me imaginé la voz de mi casa diciéndome, “hay algo que sí te digo, que nunca volverás a vivir en una casa”, y efectivamente ha sido la única casa en que he vivido. Todos los demás han sido departamentos. Por eso lo escribí. Parece como gratuito que la casa esté hablándome, pero no, es para decirme una realidad poderosa y dolorosa. Mucho de lo que se cayó es la infancia, yo pasé ahí mi infancia. Todos esos recuerdos se cayeron y quedaron sepultados, pero bueno, no es sino una parte más del romanticismo de cada quien.

Acerca de otro verso, y convirtiéndolo en pregunta, ¿nacimos para echarnos un caballo a la espalda?, ¿sólo para eso es nuestra vida?

Sí, tal parece que siempre tenemos que cargar algo, y en este caso en un libro de caballos, en donde aparece un samurái cargando a su caballo herido para salvarlo, de ahí viene, de una imagen de un samurái, quizá para eso nacimos nada más, y ese caballo simboliza muchas cosas: una relación amorosa, libros rechazados, un hijo que vive lejos…Todos los días hay que echarse un caballo a la espalda, es la realidad la que nos obliga a eso. Pero hay que hacerlo.

A pesar de toda la violencia que aparece en algunos poemas de su libro, imágenes brutales que conviven con la belleza de la imagen de Verlaine paseando a caballo, ¿la belleza sigue siendo la aspiración de la poesía?

Sí, la belleza como estremecimiento, sí. A pesar de todo y contra todo hay que aspirar a esa belleza, a ese estremecimiento que aquellas bestias que están provocando tanto dolor en nuestro país no son capaces de apreciar. Como en el texto que dice: no pesa ser caballo, pesa ser bestia. Es eso, cómo es posible que esas bestias vengan desequilibrándonos, pero supongo que es porque alguien se los permite. En un texto hay una larga lista de quiénes son los culpables de todo, hay hasta barrenderos, la televisión, el periódico que no se atreven a decir las cosas…

Otros caballos esperan, en forma de entrevista, pero antes de que estalle la burbuja, las palabras de su mujer, Leticia Arróniz, terminan el poema: “Él me enseñó a ver el cielo”.

Foto: Diario Ciudadanía Express
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Foto: EFE/Alex Cruz
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