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Frente a la amenaza Trump

Periférico

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

A estas alturas resulta absurdo negar que la presidencia de Donald J. Trump representa una amenaza seria para México. Pero absurdo es también creer que es la única amenaza que tiene nuestro país o, incluso, que es la más grande. Si se conviene que parte de las promesas, medidas y proyectos del nuevo inquilino de la Casa Blanca ponen en peligro las ya de por sí afectadas estabilidad e integridad de la República Mexicana, justo es también reconocer que gobierno y sociedad debemos actuar en consecuencia para conjurar los riesgos.

Hoy, desde Los Pinos, se llama a la unidad de todos los mexicanos para defender los intereses nacionales. El discurso oficial por momentos parece cruzar la delgada línea del nacionalismo y el patrioterismo fácil, irreflexivo y convenenciero. Y en ese camino, las posibilidades de caer en la incongruencia y la contradicción son muy altas. Tal vez como nunca, México necesita fortalecer hoy sus políticas internas y sus instituciones para garantizar un desarrollo económico incluyente y un estado de derecho, de la mano de la construcción de un mayor prestigio internacional defendiendo las causas contra las que Trump está arremetiendo.

El presidente de Estados Unidos no ha tenido empacho en mantener una retórica xenófoba y aplicar medidas antiinmigrantes, consideradas por muchos como violatorias de los derechos humanos. Ha ordenado ya vetar a ciudadanos de siete países -medida que está en suspenso por el fallo de un juez-, aumentar los requisitos de visado, castigar a las ciudades santuario defensoras de inmigrantes y terminar de levantar un muro en la frontera sur bajo la premisa que, "de alguna forma", México lo va a pagar. ¿Cómo debería actuar nuestro país frente a todas estas políticas?

Obviamente el primer paso es condenarlas, y de cierta manera el gobierno de la República lo ha hecho. Pero no es suficiente. A la orden de convertir los consulados mexicanos en Estados Unidos en defensorías de inmigrantes deben sumarse otras acciones congruentes. En principio, México moralmente no puede exigir a su vecino del norte un trato humanitario a los mexicanos si de este lado de la frontera se violan constantemente los derechos de los centroamericanos. Tampoco resulta lógico abogar porque allá se les dé lo que se les ha negado acá: la oportunidad de una mejor vida. Si el gobierno mexicano quiere plantarse con autoridad frente al gobierno de Trump en la agenda migratoria, debe respetar celosamente los derechos humanos de ciudadanos mexicanos y emigrantes centroamericanos.

Así mismo, y de cara al mundo, si reprueba la construcción del muro en la frontera, debe condenar vehementemente este tipo de barreras físicas en todas partes, por ejemplo, las que ha construido Israel en su frontera con Palestina, ya que no sólo son humillantes sino además atentan contra el buen entendimiento entre países vecinos. Y esto pasa por denunciar la enorme paradoja que encierra el hecho de que sea Estados Unidos quien ahora pretende construir un muro cuando fue precisamente ese país el que encabezó la lucha internacional por derribar los muros que el estalinismo levantó en el siglo XX.

Pero no sólo eso. Si México busca la solidaridad del mundo frente a los fuertes embates trumpianos, es forzosamente necesario que nuestro país se solidarice con las otras naciones afectadas por las políticas del magnate. Si Estados Unidos cierra sus fronteras a los refugiados, México debe abrir las suyas a los ciudadanos que corren peligro en sus países. Y ciertamente esto no es nada nuevo. México ya lo ha hecho en décadas pasadas con españoles exiliados por la Guerra Civil, libaneses, judíos, cubanos, sólo por mencionar algunos, y en todos los casos, nuestro país ha salido ganando. Por el enriquecimiento cultural en el intercambio. Por el prestigio internacional.

En esa misma línea de congruencia, si a México le resulta indignante el trato que actualmente recibe del gobierno de Estados Unidos, gobierno y sociedad deberíamos modificar la visión que tenemos respecto de América Latina, y principalmente de nuestros vecinos más próximos: las naciones centroamericanas. A veces la misma altivez y desprecio que denunciamos de la superpotencia la practicamos con otros países con los que nos unen fuertes lazos históricos, culturales y lingüísticos. Es hora de dejar de ver sólo hacia el norte, para comenzar a mirar también hacia el sur. Seguridad, comercio, industria, migración, son temas de una agenda en la que puede haber un acercamiento y colaboración sin precedentes. Somos poco más de 600 millones de latinoamericanos, y una quinta parte vivimos en México. Hay aquí una gran oportunidad.

Por último, en el plano estrictamente político, si desde México observamos con estupor y extrañamiento los arrebatos del señor Trump, quien lo mismo arremete encarnizadamente en su cuenta de Twitter contra un país, una empresa o un medio que contra un juez, periodista o ciudadano de a pie, lo mínimo que deberíamos hacer es mostrar igual reprobación cuando gobernantes de este lado de la frontera hacen lo mismo. ¿Acaso en México los políticos no atacan a medios de comunicación, empresas, periodistas o ciudadanos que ejercen una crítica sobre su desempeño? Ejemplos sobran, incluso en esta región, en este estado.

En resumen, la mejor arma que tenemos contra Trump es la congruencia.

Twitter: @Artgonzaga

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