Tantos frentes y en tan poco tiempo ha abierto Donald Trump, dentro y fuera de su país, que el disfraz de arrojado y atrabancado se está deshilachando y dejando al descubierto al cobarde que lo habita.
De ahí, la obsesión por aumentar y avivar conflictos y confrontaciones, de provocar y humillar a quien se deje y de asirse a la actitud del balandrón: fanfarrón y hablador que, siendo cobarde, presume de valiente, dice el diccionario. Si antes de asumir la Presidencia, Trump ignoraba el margen de maniobra y el tamaño de la base para poner en práctica su vesania, hoy, al menos el margen se ha reducido tanto para él como para su equipo. El mandatario arrancó el juego echando sal a las heridas de campaña y sin diseñar la estrategia de gobierno. Peor aún, sin haber colocado y asegurado sus piezas en el tablero y, ahora, duda qué movimientos hacer sin perder posiciones o resbalar. En su megalomanía, todo lo podía... y no es así.
El peligro de personajes adictos a las balandronadas es que, atrapados en sus mentiras y descubiertos en su cobardía, frecuentemente desesperan y los tienta la idea de cometer locuras mayores para desvanecer las anteriores, de apretar botones sin entender el mecanismo que desatan. Son de cuidado. Trump se ha impuesto el destino de los condenados, tener los días contados.
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En el plano interior y tan sólo en la primera quincena de su mandato, Donald Trump ha entablado una ríspida y tensa relación con importantes medios de comunicación, distintos sectores oficiales y diversos grupos sociales.
Más allá del hostil comportamiento con la prensa, esa relación también se advierte con la oposición demócrata, con jueces y magistrados, con gobernadores y alcaldes e, incluso, con funcionarios de carrera. En el ámbito social, el repudio oficial a la migración lo ha confrontado no sólo con los directamente afectados, latinos y musulmanes, sino también con algunos intelectuales, académicos y estudiantes, además de infinidad de mujeres y hombres que vislumbran, en esa actitud, el sacrificio de libertades y derechos. En el ámbito económico, la intención de generar empleo a partir de la imposición de aranceles ha orillado a fabricantes y productores a modificar planes de inversión y desarrollo sin tener certeza plena del efecto.
Es prematuro determinar si la base social que ampara los caprichos del Ejecutivo estadounidense se mantiene, pero no es improbable que haya disminuido o, bien, que haya radicalizado la postura de quienes no votaron por él. El espejismo que generó en algunos de sus fans poco a poco adquiere la forma de una realidad difícil de concretar en el corto plazo y, a la postre, puede resultar un boomerang. El sueño americano que Trump quisiera reponer con un tronar de dedos adquiere el tinte de una pesadilla. Del alambre con el que promete delimitar la ilusión de la autarquía, brillan sólo sus púas que dan hacia afuera... pero también hacia adentro.
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En el plano exterior, el mandatario no ha perdido oportunidad de tensar y complicar las relaciones bilaterales y multilaterales de Estados Unidos.
En el campo bilateral, los casos más obvios son China y México y, de seguro, otros países se reflejan en cuanto ocurre. En Cuba se han de estar tronando los dedos. Y, en la habilitación de la confrontación y la hostilidad como instrumentos de amedrentamiento y negociación, de rebote Trump ha complicado la relación de otros países como la de Canadá e Israel con México. A su vez, la canciller alemana, Ángela Merkel, ha tenido que salir a marcar paradas y no puede perderse de vista al Parlamento británico que debatirá, sin resolver, la conveniencia de su visita. El agravio a Australia, mejor ni referirlo.
En el campo multilateral, su representante ante Naciones Unidas ha hecho levantar las cejas a más de un diplomático en ese foro internacional. No es común presentarse a ese órgano saludando con una amenaza. Por lo demás, la postura del mandatario estadounidense ante la OTAN inquieta a sus integrantes.
En ese mismo ámbito, hay dos acciones más a considerar: uno, el ataque militar en Yemen que no cubre de gloria la primera aventura militar del nueva administración estadounidense; y dos, el manifiesto y generalizado repudio de Trump a los musulmanes que entrega en bandeja de plata un argumento al Estado Islámico: la lucha del estadounidense no es contra un grupo terrorista, sino contra el conjunto de esa comunidad.
Los servicios y las agencias de seguridad e inteligencia estadounidenses, civiles y militares, podrán estar de plácemes por tener en lo más alto de la cadena de mando a un halcón, pero también han de estar preocupados. Su sonrisa puede ser nerviosa. Son muchos los frentes abiertos y las provocaciones, dentro y fuera del territorio de Estados Unidos. Una reacción proporcional a los desplantes no puede descartarse ahora.
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Ante ese cuadro descuadrado por Donald Trump dentro y fuera de sus fronteras, no estaría de más revisar si la estrategia de México es la correcta.
Tales yerros y provocaciones en tan corto plazo sugieren dejar irse de boca al mandatario vecino y si es preciso, acelerarlo, en vez de reaccionar con entusiasmo y titubeos ante cada uno de sus tuits, amenazas, llamados y provocaciones. No hacer nuestra su agenda y sí, en cambio, trabajar las relaciones diplomáticas y comerciales mexicanas con otras instancias, organismos y países sin, por ello, desafiar a Estados Unidos.
Hacia adentro, acelerar el viraje político y económico, impulsar un pacto que permita fincar la unidad hacia afuera a partir del acuerdo hacia adentro.
Esa doble acción hacia afuera y hacia adentro podría recolocarnos cuando, en verdad, sea preciso responder bien y decididamente al balandrón que, lo advierta o no, se tambalea.
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