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El reflejo de la unidad

JESÚS SILVA-HERZOG

Habría que empezar reconociendo que nadie ha sabido enfrentarlo y que no hay país que sea tan vulnerable a sus caprichos como el nuestro. Sus ideas son aberrantes y su conducta demencial. No solamente hay que tratar con un demagogo que desprecia cualquier hecho que le incomoda, sino con un malcriado propenso al berrinche. Tomó por asalto a un partido que no era siquiera el suyo, derrotó a dos dinastías, rompió las reglas de la competencia, desairó a todos los medios, humilló a los expertos. Es el presidente de los Estados Unidos y, para desgracia del mundo, está empeñado en cumplir sus promesas. Ha declarado la guerra a los medios, le ha dado la espalda a los perseguidos; amenaza con romper las leyes para intimidar a su vecino. Sus voceros mandan callar a la prensa y elogian con desparpajo las mentiras del poder. Ese es el personaje que tenemos en frente.

El azar nos ha puesto en la primera línea de combate contra el fascista. A pesar de todos los esfuerzos que ha hecho Peña Nieto para cultivar la cordialidad con el atrabiliario, a pesar del costo que ha pagado, recibió ya un insulto insólito: fue orillado públicamente a cancelar su viaje a Washington. El arrebato de un tuit nos ahorró un encuentro que, previsiblemente, habría sido desastroso para el país.

Dos elementos parecen conformar la estrategia gubernamental frente a Trump. La primera es mantener a toda costa la negociación, la segunda, arroparse en la Unidad. Mi impresión es que ambas líneas deben ser reconsideradas. Debemos prepararnos para el fin del TLC y proyectar precisamente ese mensaje: el país no está dispuesto a pagar cualquier costo por el mantenimiento del acuerdo comercial. Debemos, al mismo tiempo, escapar de la retórica de la unanimidad nacionalista que, lejos de fortificarnos frente al reto, nos debilitan.

No debemos responder con aldeanismo al aldeano. México no debe reventar la cuerda, pero debe estar dispuesto a soltarla cuando deje de sernos benéfica. Mientras más difícil sea la relación con el presidente de los Estados Unidos, más intensa debe ser nuestra relación con la sociedad norteamericana. El país debe trazar con claridad y públicamente la línea que no estamos dispuestos a cruzar. Debemos tener claro que el nuevo nacionalismo norteamericano rechaza cualquier idea de interés común. No aspira a la modernización del Tratado, busca el desagravio a una afrenta imaginaria. En este contexto, no es alentadora la complacencia de nuestros negociadores. El mismo día que el presidente anunciaba la construcción del muro agraviante, nuestro negociador elogiaba a Trump. Debemos agradecerle su claridad y su visión, decía. Y todavía unas horas después de que se cancelara la visita del presidente, Videgaray hablaba de las enormes posibilidades para el acuerdo. No puede negociarse cuando una parte amenaza con romper el acuerdo si no se hace su voluntad y la otra es incapaz de concebir el fracaso del acuerdo y se muestra dispuesta a pagar cualquier precio por el pacto.

Se ha activado entre nosotros también el reflejo de la unidad. Reconociendo al enemigo común, se nos habla de la necesidad de cerrar filas en torno al presidente. Hemos visto las escenificación de las tiesas ceremonias del corporativismo. Se nos dice que no hay que criticar al gobierno para no debilitarlo frente al exterior. Creo exactamente en lo contrario. Ante el enemigo común, debe desplegarse la variedad de los intereses nacionales y eso incluye, necesariamente la manifestación de la desconfianza. Deben expresarse aquí y, sobre todo, proyectarse allá las posiciones contradictorias del país. Débil sería el gobierno que negociara con el exterior ante el silencio interno. La defensa de los intereses nacionales ante Estados Unidos debe fundarse en nuestras exigencias. Darle un cheque en blanco al presidente y sus negociadores sería debilitarlos. ¿No es eso evidente? Desde luego, es absurdo pedir respaldo a una estrategia vacía. Pero aún si hubiera estrategia, no es deseable una expresión monocromática del país. Podremos negociar de mejor manera si el México diverso exige y polemiza con quienes pactan en nuestro nombre. El enemigo exterior no debe suspender la rivalidad democrática, por el contrario, debe activarla.

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