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Unidad... y acuerdo

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

Sin descartar una reacción internacional más firme ante el peligro ahora evidente del gobierno estadounidense y sin descartar que Donald Trump se interna a paso acelerado en un laberinto cuyas salidas pueden suponer que caiga o aplaste, convocar en México a la unidad frente al troglodita exige -error sería obviarlo en aras de la corrección política- armar un acuerdo interno.

Vale reiterarlo: no hay política exterior posible sin política interior estable. Sin Estado de derecho ni gobierno, no hay embajada capaz de representarlos. No se llega a ningún lugar si se ignora el punto de partida.

Sí, esos señalamientos se han hecho ya en este espacio. Importa repetirlos por una razón: advertir la amenaza externa sin conjurar el desacuerdo interno es una aventura sin destino. Esta vez, no funcionará el ardid de guardar los esqueletos en el clóset de la casa a fin de espantar a los de afuera con un fantasma, desde la fachada. Los esqueletos siempre salen del clóset y los fantasmas siempre terminan por desvanecerse.

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No acabará la administración de reredefinir cómo afrontar la amenaza exterior, cuando le urgirá redeterminar cómo encarar otra vez el malestar interior.

Si se pretende la unidad, se requiere acordar qué hacer con los gasolinazos en puerta; con la intención de recaudar igual sin cortar el despilfarro; con el hecho de habitar en el sótano de los países más corruptos; con el absurdo de querer convencer sin informar; con el descuido de la seguridad que lastima a la gente y, ojo, golpea a destinos turísticos por donde, hoy, entran las divisas. (Ahí está Cancún, qué pasó: ¿la violencia derivó de criminales auténticos o de políticos falsos?).

Si la administración no finca la unidad frente al exterior en el acuerdo hacia el interior, los tropiezos y los descalabros fuera y dentro continuarán y, al ser simultáneos y no alternados, terminarán por provocar una calamidad.

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Urge resolver si se quiere un gabinete de crisis o un gabinete en crisis o un gabinete en pugna por la candidatura presidencial.

La reintegración a destiempo y sin explicación de Luis Videgaray no genera confianza. El funcionario falló al administrar la hacienda y las finanzas públicas; al esclarecer el crédito de su casa en Malinalco; al traer a Donald Trump a la residencia de Los Pinos, fecha que marcó su recuperación en la preferencia electoral; y, así le dé vueltas y vueltas, en la misión exploratoria ante el gobierno de Estados Unidos. Su presencia en el gabinete, por lo demás, no lo une, lo fractura. Eso, sin hablar del desdén con que trata a sus pares e interlocutores.

Un detalle: la noche del miércoles, Videgaray confirmó a Denise Maerker la visita del presidente Enrique Peña Nieto a Estados Unidos, en contradicción con el dicho presidencial que dejaba en el aire si iría o no al encuentro. El problema lo resolvió Donald Trump: anuló la reunión, si no se iba con la cartera para pagar el muro.

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Malas las credenciales del responsable de la política exterior, las del titular de la política interior no son mejores: ni se le siente, ni se le ve.

Las propuestas de distintos organismos gremiales y sociales para construir un acuerdo nacional a partir del impulso y acelere del trámite legislativo de ordenamientos y tareas para instrumentar políticas de saneamiento, de la reducción de los asientos en el Congreso y las prerrogativas a los partidos no han merecido la consideración del secretario. Si tal desprecio derivara del rediseño de la seguridad, al menos en los destinos turísticos donde México ingresa divisas -la Riviera Maya, Cancún, Puerto Vallarta, Los Cabos-, dado el desplome de las divisas petroleras y la amenaza del flujo de las remesas, se entendería el desinterés de Gobernación por armar un nuevo acuerdo, pero no hay seguridad ni atención a las propuestas.

Por su parte, asombra la tranquilidad con que el secretario de Hacienda mira los problemas. La inflación es pasajera, la recaudación se mantiene intacta, el sacrificio del gasto del Instituto Electoral o el Consejo de la Judicatura no amerita decir en qué se aplicará hasta recibir la orden de destinarlos a los consulados. El secretario de Hacienda presume estar elaborando un Plan B, pero no ve por qué informar al respecto.

Del desarrollado concepto de la política social en tiempos de crisis, mejor ni hablar. El responsable del área está volcado en empacar despensas.

¿Qué quiere el presidente de la República, un gabinete de crisis o un gabinete en crisis? Pretender construir la unidad nacional a partir de decálogos sin consecuencia, de efímeros desplegados de apoyo y respaldo, de operadores ineficaces diluirá, a la postre, el ánimo social de arropar al mandatario frente a la adversidad externa. Sin unidad fincada en un acuerdo, el destino ni siquiera demanda contratar brujos o adivinadores.

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El replanteamiento del equipo presidencial a partir de cuadros probados y de la disposición de atender los planteamientos que hay para distender el malestar interno y tensar la unidad hacia afuera exige, por un lado, abrirse a la posibilidad de ensayar acciones y adoptar medidas fuertes, en vez de repetir y repetir lo que siempre se ha hecho sin alcanzar el resultado pretendido.

Insistir en salvar con los amigos y en secreto al país, pidiendo al resto no molestar ni aportar, limitándose a apoyar y acatar lo decidido; en encarar la tempestad, cubriendo con paraguas sólo al favorito de casa; en reclamar apoyo sin informar ni rendir cuenta de los planes; en titubear y conducirse al ritmo del tweet del día, resta, no suma posibilidades al país.

La adversidad externa no diluye el malestar interno, ambas amagan con una explosión y una implosión. Sin acordar qué hacer y a dónde ir adentro, es imposible determinar qué hacer y a dónde ir hacia afuera.

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