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El mensaje de Trump

Periférico

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

Puede parecer un esfuerzo banal analizar el primer discurso de Donald J. Trump como presidente de los Estados Unidos de América. Se trata de un empresario avenido a político que ha hecho de la mentira su principal estrategia de comunicación. Entre tantos dislates y disparates, resulta muy difícil adivinar cuándo el señor Trump habla en serio y cuándo no. Sin embargo, el 20 de enero pasado el contexto fue diferente. El momento por sí mismo hace que las palabras emitidas por el cuadragésimo quinto presidente estadounidense adquieran otro cariz. Se trata del primer impacto retórico y la primera manifestación de intenciones ya en el cargo de elección popular más importante del mundo. Es por eso que aunque puede parecer banal, analizar el discurso de Trump ese día no lo es. Además, quien pudo escucharlo o leerlo habrá podido notar que, con planteamientos simples y concretos, el magnate republicano dejó en claro que intentará marcar un parteaguas en la historia de su país y del mundo, tal y como sus asesores le han aconsejado, tal y como sus patrocinadores le han apuntado.

Trump expone una dicotomía sociopolítica que es a la vez una gran contradicción de la globalización que impulsaron Estados Unidos y Reino Unido en la década de los ochenta. En un lado está la clase política de Washington, que se ha beneficiado extraordinariamente de las directrices seguidas en las últimas cuatro décadas. En el otro lado aparece el pueblo que ha sufrido las consecuencias del modelo seguido y ha sacado muy pocos beneficios. Aunque el argumento es simplista y demagógico, tiene algo de sustento. Sin embargo, Trump no dice que él, como empresario, ha sido uno de los privilegiados del sistema económico que hoy tanto critica. La dicotomía le sirve para ponerse del lado del pueblo, asegurando que él "no es político", lo cual es una mentira porque al momento de participar en política se convierte en eso que tanto deplora. Su retórica se asemeja a la de los tiranos de la Antigua Grecia, quienes se valían del populismo para asaltar el poder ofreciéndose como la única solución a la crisis de su tiempo.

En su descripción del momento actual, Trump dibuja un panorama desolador. Para él, Estados Unidos nunca antes había estado tan mal, en todo. Seguridad pública, nacional y social, finanzas, industria, empleo, infraestructura, migración… nada funciona bien. Desde su óptica, la economía más grande del mundo, y primera potencia cultural y militar, es un desastre. Y en este escenario, apunta a una posible causa: la terrible política económica que ha mantenido Estados Unidos desde finales de los 80 con la que hoy otros países están obteniendo más beneficios, entre ellos México. Aunque hay una evidente exageración retórica, debajo de este discurso subyace una realidad: la globalización que en principio dejó más ganancias a los países de Occidente, principalmente Estados Unidos, ha ayudado últimamente más a países como China, que mantiene niveles de crecimiento económico muy por arriba del promedio.

Luego de su somero diagnóstico, Trump traza la línea a seguir en su administración: "Estados Unidos primero". Todas y cada una de las decisiones que se tomen se harán bajo esa óptica. Y para que no quede duda de qué se trata, repite la palabra clave de su discurso inaugural: protección. Protección a la industria y al comercio. Protección de las fronteras. Protección a la infraestructura. La era de los tratados comerciales abiertos ha concluido. La era del sueño americano ha llegado a su fin. No más "fuga de capitales". No más inversiones foráneas. No más importaciones de productos que antes se fabricaban en suelo estadounidense. No más migrantes indocumentados. Más inversión pública en territorio nacional y menos apoyo a los socios o aliados tradicionales. Pero este argumento es engañoso, porque Estados Unidos siempre ha actuado movido primero por sus intereses. Sus gobiernos no son instituciones altruistas, nunca lo han sido. En todo caso, lo que veremos es un endurecimiento de esta política, con todos los riesgos que eso conlleva.

En donde sí plantea Trump un cambio es en materia de política exterior. "Cada país tiene derecho a priorizar sus intereses", ha dicho. Esto puede entenderse como un punto final al tradicional intervencionismo disfrazado de cruzada democratizadora que durante décadas buscó imponer el modelo político, económico, cultural y social norteamericano en todo el mundo. Sin duda uno de los países que más se solaza con este viraje es Rusia, cuyo gobierno fue blanco de numerosas sanciones y asedios por parte de la administración de Barack Obama. Coincidentemente, el embajador ruso en México, Eduard Malayán, lanzó una frase muy parecida a la de Trump en una entrevista concedida en exclusiva a El Siglo de Torreón. Pero el cambio no implica un repliegue militar, sino un redireccionamiento de los intereses. El nuevo presidente de Estados Unidos ha dejado en claro quién es el gran enemigo: el terrorismo radical islámico. Un enemigo tan difuso como difícil de vencer y que, como ya hemos visto, puede servir para justificar otro tipo de intervencionismos incluso más agresivos.

Trump lanza luego un llamado a la unidad haciendo uso de un tópico del conservadurismo norteamericano: que el pueblo de Estados Unidos goza de la protección de Dios. Es otra forma de decir "en Dios confiamos". Es el retorno al nacionalismo confesional. Somos el mejor pueblo sobre la Tierra y como tal brillamos para dar luz al resto del mundo. Con este mensaje pretende borrar las profundas diferencias sociales, raciales, económicas y de género que existen en un país que durante décadas se ha asumido como el campeón de la diversidad. Diferencias que han aflorado en los últimos años de forma a veces violenta. Lo que más causa extrañeza es que el llamado a la unidad lo hace un hombre que llegó a la presidencia sin haber conseguido el voto popular mayoritario y que, además, hizo todo lo posible por dividir y fracturar a la sociedad con su discurso xenófobo, misógino y de odio.

Por último, Donald Trump pone sobre la mesa el lema preferido de los autócratas: menos política y más acción. Desde la visión del magnate republicano, el debate político estorba; la deliberación es indeseable; el cabildeo, engorroso. Por lo tanto hay que brincar ese penoso paso y poner manos a la obra de inmediato. El problema con esta manera de ver las cosas es que quien la defiende cree que sus propuestas son las únicas o las mejores y que, en consecuencia, no deben ser sometidas a debate, mucho menos a escrutinio. Es una intención manifiesta de enterrar la esencia misma de la democracia que está en la discusión de los problemas y soluciones de la cosa pública. Es el germen del autoritarismo. Dos son las posibles consecuencias de esta política "antipolítica": la parálisis del gobierno y el enfrentamiento abierto de éste con el Congreso. Una no excluye a la otra. En resumen, con el primer discurso de Trump podemos confirmar que vienen tiempos muy complicados para Estados Unidos y para el mundo.

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