Como sucede con los habitantes de otras regiones del País, los laguneros tenemos una peculiar forma de expresarnos, utilizando términos y vocablos que de alguna manera nos identifican y distinguen de otros...
Conglomerados humanos. Cabe advertir desde ahora que el uso de dichos términos que emplean tanto doctos como iletrados e integran lo que sería el léxico lagunero, no empobrece el lenguaje ni deteriora el idioma.
Escritores, periodistas, poetas, novelistas que representan el movimiento literario de nuestra región, reconocen y aceptan la existencia de estos localismos o regionalismos lingüísticos que cuando se pronuncian le dan fuerza y sentido a la expresión, pero no sustituyen ni desplazan al léxico correcto; tampoco violan las reglas gramaticales del idioma, según nuestra modesta y desautorizada apreciación.
Naturalmente que las instituciones académicas y culturales, y los educadores, en especial los profesores de español, de literatura, así como los maestros de lectura y redacción, tienen como deber y tarea esencialmente importante fortalecer las actividades para mejorar la expresión oral y escrita de la población, de tal manera que faciliten la comunicación humana y propicie la solidaridad y convivencia sociales, porque con mucha razón se dice que el hombre es lo que habla y cómo habla.
No creo caer en equivocación si digo que Saúl Rosales, Yolanda Natera, Lidia Acevedo, Ivonne Olhagaray, Jaime Muñoz Vargas, Gilberto Prado Galán, Angélica López Gándara, y en su momento los maestros Francisco Amparán y Fernando Martínez Sánchez, son algunos de los representantes de la literatura comarcana que han reconocido por medio de sus trabajos o a través de entrevistas periodísticas de prensa, radio y televisión una lexicología lagunera compuesta por palabras que caracterizan a los habitantes de Lerdo, Matamoros, Tlahualilo, Torreón, Gómez Palacio, San Pedro, Mapimí, Madero y Viesca, todos laguneros de Durango y de Coahuila.
Recordamos aquí que cuando éramos niños y jóvenes escuchábamos de los mayores, de la gente del pueblo, vocablos muchos de los cuáles han caído en desuso, casi en el olvido; los citamos y referimos sin ninguna pretensión científica, sin ningún rigorismo lexicológico, sólo para ilustrar la temática de este Enfoque.
"Tájuaro" y "tatachunda", eran términos usados para aludir despectivamente, con desprecio, al hombre del campo, al ranchero; "guaripa", se le decía o dice aún al sombrero de paja o palma que usan los campesinos como parte de su atuendo y que los protege de los rayos solares. En ninguna otra parte de la República, y hemos estado en muchas, escuchamos la palabra "chalet" que, probablemente, de origen francés o suizo, aquí se aplica para referirse a una casa residencial construida de madera y tabique, de buena calidad o categoría con pórticos, vestíbulos y jardín.
Una expresión que todavía se usa es "mala pécora", atribuida a quien es mala persona, perverso o mezquino; al que se alteraba o enfurecía ante una situación molesta o complicada y por el coraje enrojecía o se ponía colorado, las señoras de antes le decían pareces "zagalejo"; a los que trabajan afanosamente para obtener algún ingreso se les atribuye el verbo "talonear"; a las damas que ofrecen sus caricias y su cuerpo por dinero o pago en especie, la gente del barrio decía que iban "al talón".
Se utilizaba "zoquete" o soquete por lodo o fango; "tracalero" es un término para designar a quien se dedica a la trácala, o sea comprar, vender o cambiar objetos para obtener alguna ganancia que no siempre consigue; "chale" era sinónimo de rechazo, negativa o desprecio: "chale, yo no le entro, no le voy". Otros que quizás no sean exclusivos de la Comarca Lagunera pero que aquí tienen uso frecuente son "bato" y "morra" que aluden respectivamente al hombre y a la mujer de baja estatura moral; "asquel o "asqueles" son insectos diminutos llamados hormiguitas en otras partes; a los zancudos y molestos mosquitos, aquí les llamamos "moyotes" y "zancas" hace alusión a piernas largas y delgadas.
En fin, laguneros de Coahuila o de Durango, nos sentimos identificados de alguna manera cuando pronunciamos o escuchamos alguno de estos términos y expresiones, como "tabarete", término usado para referirse al estanquillo o puesto semifijo de madera o metálico, que ya han casi desaparecido del paisaje urbano; como "chal", prenda que usan las damas para cubrirse cabeza y hombros, sobre todo en el interior de los templos, quizás sustituto de rebozo o velo, y "soda" es el refresco o gaseosa de otras regiones.
Finalmente, y no de manera limitativa sino simplemente enunciativa, podemos señalar en el Enfoque de hoy que como sinónimos de las palabras trabajo o labor, en vez de utilizar faena, obra o actividad, se usa "chamba" y "jale"; y sinónimos de cárcel o prisión en lugar de celda, presidio o penitenciaría, se dice "tambo" y "bote", aunque en verdad estos últimos cuatro vocablos: chamba, jale, tambo y bote, lo mismo que bato y morra más que regionalismos son "vulgarismos" que ya caen en la jerga del llamado "caló", y los usan gente de bajo nivel cultural.
Seguramente habrá muchos más términos propios del habla lagunera, pero los que hemos mencionado son suficientes para comprender la existencia de una lexicología que nos une e identifica como laguneros, ya que estamos divididos por factores de carácter geográfico, político y social, y como se dice: si el Río Nazas nos separa, que el lenguaje nos unifique.
Dignifiquemos el idioma; usemos los términos correctos, porque el lenguaje nos ha sido dado para utilizarlo como instrumento o herramienta que facilite el acercamiento y la comunicación, y no para oscurecer el pensamiento que complique o dificulte el entendernos unos y otros. Si localismos y regionalismos sirven para una mejor comunicación, ¡Enhorabuena!
