Columnas la Laguna

FACULTAD DE MEDICINA

TRAS LA META DE LOS 100 AÑOS

DR. EVARISTO GÓMEZ RIVERA*

Por lo regular, el envejecimiento ha tenido malos pregoneros y por eso, nunca está de más reflexionar para comprender y asimilar el proceso. Engendrar y nacer, envejecer y morir deberían ser eventos tan naturales como la vida, pero no es así, la bienvenida es muy distinta a la despedida. El viejo es una máquina que falla por los nervios, los músculos o el cerebro, pero no sabemos cuándo: unos a los 60, otros a los 80 y muy pocos a los 100. Cada reloj tiene su propia cuerda.

Esta nota no presume de erudición, ni elevadas matemáticas, aspira únicamente a hacerme entender. Lo único que pretendo es que el lector conozca, que la naturaleza nos otorga el derecho de vivir 100 años y mucha evidencia científica apunta en esa dirección.

Hay en el museo del hombre en Paris, un enorme cuadro con las curvas de envejecimiento de los órganos y tejidos humanos; llama la atención que todas marcan como límite el 100, si calculamos que el promedio de vida, es aproximadamente 5 veces el tiempo que dura en madurar; es evidente que multiplicando por 5 nuestros 20 años de maduración, tenemos la cifra de 100 años

También observamos que en cualquier órgano se repite lo mismo; por ejemplo, en el cristalino del ojo, el declive se inicia con presbicia (vista cansada) y luego seguirá la opacificación del cristalino año tras año; la extrapolación matemática que conduce a la ceguera (opacificacion total) se alcanzara alrededor de los 100 años.

También nos damos cuenta, que el sistema nervioso envejece más lentamente que el resto del cuerpo, el cerebro y los nervios se mantienen jóvenes durante mucho más tiempo y eso nos ayuda a entender, porque un hombre de 90 años, puede mantenerse ágil mentalmente a pesar que los músculos y articulaciones ya no responden.

Lo mismo diríamos del oído; desde que se inicia lo que llamamos "dureza de oído" hasta la esclerosis total (sordera) se alcanzan también los 100 años.

A los 40 años comienzan modificaciones en el funcionamiento cardiaco y se manifiesta con ascenso continuo de la presión arterial y de ello dan cuenta las compañías de seguros que cifran el incremento hasta los 100 años.

El funcionamiento del riñón también declina y se manifiesta por elevación de la urea a partir de los 50 años y disminución progresiva de su capacidad depuradora.

La función respiratoria también experimenta un descenso que inicia a partir de los 30 y continúa hasta los 100 años.

Numerosos estudios científicos demuestran, disminución de la actividad enzimática y secretora del estómago y ponen en evidencia, que a partir de los 40 años la capacidad funcional del aparato digestivo inicia el declive.

Pero cuidado, extrapolar resultados es de las matemáticas y esto que platicamos, es de la biología, es ingenuo pensar que si continuamos en la lucha gerontológica, lograremos prolongar la vida humana primero 100 años y luego otros 100 y así sucesivamente, lo razonable de los estudios biológicos, hasta ahora, nos confirman, que la duración de la vida humana en promedio, durará 100 años.

La vida de la mayoría de los animales es 5 a 6 veces el tiempo que tarda en crecer y madurar; así, por ejemplo, el camello que crece y madura durante 8 años,(8 por 5) vive en promedio 40 años; el caballo lo hace durante 6 años (6 por 5) vivirá alrededor de 30 años, y así los demás. El hombre que crece y madura hasta los 18-20 años (20 por 5) vivirá en promedio 100 años. Cualquier cálculo matemático no podrá corregir el límite natural del envejecimiento y así, a lo único que podemos aspirar es llegar a un siglo de vida.

El único responsable de la muerte prematura, es decir, lo que ocurra antes de 100 años, es el accidente; entendido como accidente cualquier interferencia que conduce a morir antes de los 100 años. Esas muertes accidentales son las que habremos de perseguir, con tesón y fe inquebrantables, con la nueva ciencia llamada gerontología y su compañera de armas la geriatría.

En teoría, la muerte tendrá que ser un hecho natural y por lo tanto sin asistencia médica alguna. Deberíamos apagarnos como una luz, sin nada estridente que reclame la presencia del médico. Esa es la gran misión de la medicina, limitarse a hacer cumplir una ley centenaria y asistir a la muerte natural sin el espectáculo de una tragedia.

*Traumatólogo. Profesor de Ortopedia de la Facultad de Medicina, Torreón, UA de C.

La próxima colaboración será del Dr. Juan Gerardo Lazo Sáenz, Otorrinolaringólogo.

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