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Nuestro México acéfalo

JULIO FAESLER

No se puede avanzar en el desorden y sin rumbo. La lección debimos haberla aprendido desde el inicio de la vida institucional de México. No fue así y es tarde para reponer o reescribir nuestra historia.

Con o sin referencias al pasado, el desorden en que vivimos es mayúsculo. La violencia cunde, las promesas de los funcionarios se desvanecen en el olvido o a negligencia, los plazos se vencen, los propósitos se esfuman. Los datos de la economía se contradicen, el petróleo que nos sustentaba resulta un fardo de corrupción, desde hace tiempo el Peso dejó de ser fuerte.

El tema de cada ciudadano, familia o grupo es el de sobrevivir, ya no prosperar. Las industrias dejaron su producción para dedicarse al armado de ajeno o la simple representación comercial.

El saldo no es favorable. Más aun la falta de dirección y propuestas de rumbo por parte de la autoridad más alta empeora la situación. Hacen falta líderes que rescaten. La comunidad mexicana está acéfala, sin destino que realizar.

La desorientación al interior se agrava al coincidir con las hondas turbulencias en los escenarios internacionales. Europa está apresadas entre dilemas populistas y conservadores con los peligros de no resolverlos pronto. El medio y cercano oriente se debaten en interminables crueldades fratricidas. Nuestros hermanos latinoamericanos no dejan atrás sus habituales crisis internas. Rusia intenta vencer tensiones domésticas con inesperados desplantes. Sólo China parece no estar en crisis prosiguiendo su senda progresista en rieles de crecimientos del PNB de 7 % y de super trenes a 500 quilómetros por hora e inversiones en América Latina.

Mientras tanto México requiere hondos cambios estructurales. Los signos son claros: la debilidad de las instituciones frente a los retos sociales que se agudizan, una inminente tasa de inflación y el peso de deudas públicas acumuladas.

Hay que prepararnos para afrontar este escenario. Pero de hecho nadie se prepara. Las amenazas de la nueva presidencia en Washington no producen más que resonancias periodísticas o callejeras.

La temporada social no puede presentarse peor. Por doquier los lemas abundan y las soluciones escasean; ¿estaremos mejor o peor que otros países? Se está configurando un mundo enteramente nuevo que resultará de los ajustes que se habrán de hacer en las estructuras, incluso constitucionales, en cada caso. Esto quiere decir que serán permanentes las nuevas fisonomías de países que han tenido que vencer retos nuevos e inesperados.

Es en este escenario impredecible que tendremos que vivir los latinoamericanos armando una convivencia fortalecida.

En el caso de México nuestro problema es especialmente difícil porque tenemos que atender todo a la vez: ponernos al día en la cuestión de desarrollo socioeconómico mientras modernizamos y ajustamos nuestro instrumental. La necesaria austeridad pide medidas drásticas, pero no atrabancadas como la de desproveer al gobierno de los instrumentos indispensables y básicos para su funcionamiento.

Nuestras relaciones con el exterior tienen que afinarse para garantizar la independencia que la dignidad exige en los azarosos escenarios que nos esperan. La alternativa sería ceder ante el vasto conjunto de circunstancias que nos retan y confirmando que nos complace el destino que nos traza el sendero que ya emprendimos como nación de segundo orden siempre atento a lo que disponga nuestro vecino mayor al norte.

No se ven, empero, deseos sinceros de realizar los cambios que México requiere para situarse en una vía de superación e independencia. Ni en la clase política ni en la extensa clase empresarial se percibe tal deseo. Cada una se encuentra en su zona de confort atendiendo sus intereses de momento y confiada en que pronto pase la borrasca para volver a sus protegidos trenes de vida.

Ninguno de los graves problemas del momento ha llegado a afectar su nivel de vida o ha significado un sacrificio personal. Confían en que los pobres del país están hechos a sus bajos niveles de subsistencia y que pueden perder aún más.

El gobierno que debiera estar muy dedicado a cuidar de la salud del pueblo se ha entregado a la complacencia de sus altos sueldos tal y como lo acaba de expresar lo el presidente de la CNDH defendiendo el estrambótico bono anual de medio millón de pesos aprobado por el Congreso, alegando que la austeridad la practiquen otros.

Tenemos todos que acabar con las acefalías que en todos los órdenes nos han condenado a la inacción.

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