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Coahuila y la sucesión de 2017

Periférico

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

Se ha convertido en un tópico de la elección de junio de 2017 en Coahuila la idea de que nunca antes había estado tan cerca la alternancia. Los argumentos que se esgrimen, sobre todo desde la oposición, son variados y, en su mayoría, válidos, por lo que es necesario revisarlos. Pero también lo es no perder de vista otros factores que seguramente incidirán en lo que pudiera ser la elección más importante de la historia reciente de la entidad, una de las cinco que en la República siguen sin tener cambio de colores en la gubernatura.

La contienda electoral en Coahuila será una de las tres que se llevarán a cabo el 4 de junio próximo para renovar gubernatura, congreso y alcaldías. Las otras dos son Estado de México y Nayarit. También habrá elecciones en Veracruz, pero sólo de ayuntamientos. Si observamos esta fecha como una etapa de la elección presidencial de 2018, y nos centramos en el tamaño del padrón electoral y el presupuesto que cada entidad maneja, resulta obvio que los comicios más importantes serán los de Estado de México. Sin Ciudad de México, Veracruz, Puebla y Nuevo León, perder Estado de México sería para el PRI catastrófico. Es de suponer que el CEN tricolor concentrará sus mayores esfuerzos ahí y no en Coahuila, mucho menos en Nayarit.

De todos los partidos, el que enfrenta actualmente el desprestigio más grande es el PRI. La creciente desaprobación de la figura del presidente Enrique Peña Nieto entre la ciudadanía, y los sonados escándalos de corrupción de media docena de gobiernos estatales, actuales o pasados, han mermado aún más la ya de por sí golpeada credibilidad de ese instituto político. Ese desprestigio es una pesada losa para el proyecto sucesorio en Coahuila, como en los otros dos estados. Las "marcas" PRI y Peña Nieto atraviesan por una etapa de grave devaluación que se antoja difícil de superar en cuestión de meses.

No obstante, en las tres entidades los gobiernos siguen ejerciendo un fuerte control en prácticamente todas las estructuras políticas. En el caso de Coahuila, el gobernador Rubén Moreira ha ordenado un "cierre de filas" en torno a la figura del alcalde con licencia de Torreón, Miguel Riquelme, con quien busca la continuación del régimen que comenzó en 2005 con su hermano, Humberto Moreira. Sin embargo, los problemas financieros de la entidad debido a la pesada deuda que se mantiene en la misma cantidad que hace seis años con todo y lo que se ha abonado, han hecho cada vez más difícil sostener ese control. La administración estatal de Rubén no cuenta -por mucho- con los recursos que tuvo la de Humberto y Jorge Torres López.

También para efectos de imagen en un sector de la opinión pública, la deuda sigue siendo un lastre, sobre todo porque no se ha aclarado a detalle el destino que tuvo la misma. Además, las investigaciones que continúan su camino en España y, sobre todo, Estados Unidos apuntalan con cada nueva revelación la hipótesis de que en el gobierno de Coahuila ha operado una red de corrupción en la que estarían involucrados funcionarios y exfuncionarios estatales, empresarios y miembros del crimen organizado. En este contexto es posible decir que para el PRI de Moreira es vital conservar la gubernatura para evitar que se repita lo que está ocurriendo hoy en Veracruz, Chihuahua, Tamaulipas y Durango en materia de investigaciones.

Ahora bien, contrario a lo que se cree, el PRI no es un partido monolítico en Coahuila. Al interior existen corrientes y grupos que pueden o no compartir la visión y el proyecto del gobernante en turno. Desde esta perspectiva es identificable la existencia de por lo menos tres bloques en el priismo coahuilense. El más fuerte por supuesto es el que encabeza el gobernador Rubén Moreira, quien busca dejar en su lugar a Riquelme. Otro, el del exgobernador Humberto Moreira, quien en diciembre provocó un terremoto político por sus declaraciones que evidenciaron una fractura gremial y familiar. Uno más es el grupo del embajador de México en Cuba, Enrique Martínez, con fuerte ascendencia en Saltillo y que ha sido relegado en los últimos dos sexenios estatales, no así en el federal actual. A la senadora con licencia Hilda Flores, que disputará con Riquelme la candidatura, se le vincula a este último grupo, aunque también guarda amistad con Humberto.

Un elemento que no se puede soslayar es el regionalismo que existe en la clase política de Saltillo. Los últimos tres gobernadores han sido de la capital, pero hoy el proyecto sucesorio del oficialismo contempla a una figura política de La Laguna y es muy probable que en el PAN, principal partido opositor, se abandere también a un lagunero. ¿Se resignará tan fácilmente el grupo de Saltillo a perder la preeminencia en el poder político del estado?

Después del PRI, el centroderechista PAN es el partido que más posibilidades tiene de ganar la elección. Desde el año pasado viene trabajando en construir una candidatura de unidad en alianza con otros partidos opositores que le permita lograr la alternancia. Luego de años de pugnas internas que les costaron fuertes descalabros, hasta el fin de semana pasado parecía que los panistas habían conseguido la unidad. No obstante, la discordia ha entrado de la mano de los señalamientos que el senador con licencia Luis Fernando Salazar hizo contra el proceso interno por considerarlo "amañado". Este hecho por sí mismo representa un problema para el partido y en caso de no resolverse puede derivar en una ruptura de consecuencias fatales para el proyecto blanquiazul.

Si hace un año parecía clara la conformación de un bloque opositor de al menos cinco partidos, hoy es cada vez más probable que el PAN vaya solo o sólo con un partido en coalición. La UDC, el PRD y Morena están perfilando a sus propios candidatos mientras que otros han puesto condiciones para sumarse. Si a esto se le agrega el factor de los candidatos independientes, el panorama pudiera tornarse complicado para el PAN. Aunque es posible que una eventual candidatura de Javier Guerrero termine robando más votos al PRI, las demás pegarían al partido opositor al igual que las de los otros partidos no alineados al régimen.

En suma, el panorama político electoral se antoja más complejo de lo que a simple vista parece. Creer que en 2017 continuará la inercia de los triunfos panistas de 2016 en automático, o que el PAN ya tiene en la bolsa la victoria por la suma de negativos del PRI y el Moreirato, es un error. El exceso de confianza puede costarle caro a los panistas, como le costó a los priistas el año pasado. Por su parte, el régimen buscará la continuidad a como dé lugar porque ella implica protección e impunidad. La moneda está en el aire.

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