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Pacto por México

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RENÉ DELGADO

Preguntar ¿qué hubieran hecho ustedes?, después de anunciar casi a escondidas una decisión cuestionable es un agravio, no el desliz de una frase desafortunada. Arroparse en la bandera de la representación popular con fuero para impugnar esa decisión después de aprobarla a mano alzada es otro agravio, no una tardía y, a la vez, súbita toma de conciencia.

Ambos agravios son la expresión del desdén por el parecer ciudadano y, desde luego, de la pusilánime indiferencia de enardecer al país justo cuando su soberanía, interna y externa, afronta una amenaza. Y si la decisión de liberar antes de tiempo el mercado del combustible atiende a intereses electorales, el agravio es mayor todavía.

Es engaño sobre engaño donde, desde el poder y a partir de la insensibilidad social y el cinismo político, se espeta a la ciudadanía: háganle como quieran, la decisión está tomada. Sin desconsiderar el factor externo en la compleja situación nacional, tampoco puede ignorarse el factor interno -corrupción y despilfarro, impunidad y pusilanimidad- en el hartazgo social frente al Poder Ejecutivo y Legislativo que miran sólo por su casta y cofradía, a partir del canje de intereses.

Harta escuchar la cantinela de nos va mal porque vamos bien, los maltrato por su propio bien, "la gallina de los huevos de oro se nos fue secando, se nos fue acabando". Ahora resulta que la pobre ave de corral murió de sed y dejó de poner, pero no por culpa del granjero. No, no se acabó el petróleo, se lo acabaron: lo despilfarraron y el residual lo remataron.

No fue el poder de la naturaleza el que acabó con los recursos nacionales, fue la naturaleza del poder la que acabó con ellos. Es algo muy distinto.

***

Meses antes de concluir el año pasado, el Ejecutivo y el Legislativo sabían del efecto económico y social de la decisión de anticipar la liberación del mercado de los combustibles y pretender mantener el ingreso fiscal derivado de él. Lo tenían claro, pero resolvieron -la omisión es una forma de decidir- no hacer nada para atemperar o graduar ese efecto porque, en el fondo, no querían verse entre los afectados. Sólo a causa del descontento provocado, el fin de semana intentaron hacer algo. Después, no antes, repararon en qué tan inflamable resultaba echar un cerillo al combustible.

Así, aun cuando la voraz y rampante corrupción de más de un gobernador y de más de un funcionario federal aun con cargo exigía actuar con firmeza, se les toleró o se les dejó huir, amparar o irse sin problema. Así, aun cuando las increíbles prestaciones, bonos, aguinaldos y gratificaciones que se autorrecetan funcionarios, legisladores, ministros, consejeros y comisionados constituían una burla a la ciudadanía, sólo contados grupos o individualidades renunciaron a ser cómplices del abuso. Así, aun cuando el doble tributo, impuesto por el fisco y el crimen, demandaba recuperar para el Estado la exclusividad del monopolio, se resolvió armar uno que otro operativo a título de desfile. Así, aun cuando resultaba obvia la urgencia de cancelar proyectos faraónicos y organismos, se optó por continuarlos o inaugurarlos en la mayoría de los casos. Así, aun cuando desde hace años se advierte que la democracia mexicana resultaba cara por querida, por costosa y por minimalista, el Legislativo y los partidos guardaron en el archivo muerto las iniciativas para bajarle el costo y subirle el resultado.

Sabía la élite en el poder la consecuencia de su decisión y sólo pretendió esconderla, anunciándola como si nada en temporada vacacional. En cierto modo, es comprensible su actitud. A diferencia del común, la élite política teme a la luz, no a la oscuridad. Le gusta no dejarse ver de más y, todavía más, no dejar ver lo que hace. Son parientes del conde Drácula, les fascina chupar la sangre a oscuras.

***

A resultas del entorno económico y el retorno político, hoy el país se encuentra en una encrucijada: en más de un sentido su soberanía está en peligro.

Por fortuna, algunos gremios, organismos no gubernamentales, legisladores, un instituto (el electoral), medios de comunicación y uno que otro gobernante o dirigente sí dimensionan y calibran el peligro de agraviar y enardecer desde el poder y el gasto público a la ciudadanía, cuando el entorno demanda cerrar filas frente a la amenaza externa. Recuerdan, bien, cómo los más tristes y dolorosos capítulos de la historia nacional se han escrito cuando el gobierno ignora a sus gobernados y agacha la cerviz frente al poder externo.

Esas voces han subrayado la importancia de construir un Pacto por México para México que, sin desconocer límites pero sin cancelar horizontes, dé oportunidad de encarar la circunstancia. Un pacto nacional, no sólo para aumentar la recaudación, enriquecer a los partidos o acrecentar los intereses de este o aquel otro grupo. Un pacto que, hacia adentro, muestre la decisión de retomar la transición a la democracia, recuperar el Estado de derecho y garantizar un mínimo de seguridad y que, hacia afuera, anime a unirse y defender causas comunes.

Sí hay legisladores sobrantes en el Congreso, moches que erradicar, prerrogativas partidistas que reducir, instituciones y comisiones que recortar, delitos que prevenir y castigar, inútiles proyectos faraónicos que anular, corruptos que encarcelar. Sí hay forma de repartir de manera más justa y mucho mejor la carga de la adversidad y compartir el horizonte.

Sólo un pacto de ese carácter puede reponer el mínimo de confianza necesaria que exige gobernar, en vez de administrar los problemas. Sólo un pacto de ese tenor puede generar unidad para afrontar la política anunciada por Estados Unidos y garantizar la próxima elección presidencial en México.

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