Sobre refranes en el Quijote

Dos voces ilustradas, ilustres, cultas y antiguas nos dicen dónde se gestan los refranes. Para una, se generan en fuentes humildes de donde se vierten hacia el mundo, para la otra, vienen “de la experiencia y especulación de nuestros antiguos sabios”. El emisor de la segunda proposición, un tanto elitista de que los refranes proceden de la experiencia y especulación de nuestros antiguos sabios, es personaje de un escritor que hace de la contradicción y la ambigüedad gozosas características de su obra.

A ese par de voces se suma la de Enrique Arrieta Silva, autor de Los refranes en el Quijote, quien en la Introducción de su libro publicado en tercera edición en la ciudad de Durango, coincide con la proposición del primero de los curiosos de la lingüística concitados antes.

De Enrique Arrieta Silva dice Olga Arias en el Prólogo del libro mencionado, que ha recibido honores desde que ocupó el modesto pupitre de una escuela primaria de Durango hasta ocupar “el muy honorable sillón del magistrado, pasando por las aulas de la Universidad Juárez del Estado de Durango y la Universidad Nacional Autónoma de México”.

La misma Olga Arias en dicho Prólogo, igualmente coincide con la idea de que tales construcciones lingüísticas emergen de las fuentes populares. Ella lo dice de la siguiente manera: “Así como del choque del pedernal y el eslabón salta la chispa que enciende la yesca, del encuentro del hombre del pueblo y su circunstancia, brota el refrán [subrayado mío] que encarna una verdad.”

Arias abunda en la idea al escribir: “Es el refrán, dicho agudo y sentencioso, especie de apotegma familiar, la forma que adquiere el saber popular, que concreta la experiencia en fórmulas que por su ritmo, gracejo o imágenes, sean de fácil retención.”

Pero decíamos al principio que dos voces autorizadas se ocuparon hace siglos de señalar el origen de los refranes y que una de ellas lo remite a las fuentes populares y la otra a las sabias y éstas, por el contexto, parecen fuentes de las élites. Es Juan de Valdés, quien en su Diálogo de la lengua escenificado en Italia hace hablar a Marcio, y este romano le pide al propio Juan de Valdés que lo ilustre a él y a otros personajes del Diálogo… acerca del valor lingüístico de los refranes castellanos que el propio Valdés recogió entre sus amigos.

Entonces Pacheco, otro de los personajes del Diálogo… comenta a propósito de lo solicitado por Marcio: “Muy bien avéis dicho, porque en aquellos refranes se vee mucho bien la puridad de la lengua castellana”. Según Pacheco, pues, la pureza de la lengua se aprecia en los refranes. No habla él de sabiduría, certeza o tino de los refranes, se refiere exclusivamente a su forma, a sus características de significante, de construcción verbal.

Pero en el libro de Valdés, otro de los personajes romanos, Coriolano, pregunta “qué cosa son refranes”. Valdés le responde: “Son proverbios o adagios.” En seguida Coriolano interroga si son como los latinos y los griegos. Valdés responde que “los más dellos [son] nacidos y criados entre las viejas tras el fuego, hilando sus ruecas, y los griegos y latinos, como lo sabéis, son nacidos entre personas doctas […]” He subrayado que son nacidos entre personas doctas los refranes griegos y latinos para resaltar la idea de que proceden de las élites cultas.

Esa es una idea que también expresa don Quijote cuando le dice a su escudero: “si no me acuerdo mal, otra vez te he dicho que los refranes son sentencias breves, sacadas de la experiencia y especulación de nuestros antiguos sabios”.

Pero repitamos lo que concluye Valdés y que es un indirecto elogio para la lengua vulgar: “lo mejor que los refranes tienen es ser nacidos en el vulgo”. Ah, cómo no sentirse orgulloso de venir, ser y mantenerse como gente del vulgo.