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Videgaray, vuelta a lo mismo

En tres patadas

DIEGO PETERSEN FARAH

Nunca he tenido duda de la capacidad de Luis Videgaray, aunque no comparta algunas de sus decisiones. Pero también estoy convencido de que no hay funcionario que sea bueno para todo. Ni Messi, que es el mejor jugador del mundo, juega bien cuando lo cambian de posición. ¿Es Videgaray la persona adecuada para encabezar la Secretaría de Relaciones Exteriores de México, particularmente en este momento? A juzgar por su declaración de "vengo a aprender" él parece sí entender que no entiende (y en congruencia, espero que en lugar de pagarle sueldo le cobren colegiatura).

La falta habilidades diplomáticas de Videgaray quedó plenamente demostrada en la invitación a Trump a Los Pinos. El que a la postre el republicano haya ganado la elección no quita la cantidad de errores diplomáticos que se cometieron aquel día para el olvido. Podríamos decir en su defensa que resultó un buen analista, que supo leer hacia donde iba la elección, pero las pifias de aquella tarde fueron mucho más allá.

Aunque en el discurso el presidente le pidió al nuevo secretario fortalecer los vínculos con Centro América y Sudamérica a través del Tratado Transpacífico, la única razón por la que Videgaray está en ese puesto es porque tiene buena relación personal con el círculo cercano del próximo presidente de Estados Unidos. La lectura que está haciendo el gobierno de Peña Nieto es que la manera de mitigar el efecto Trump es estar cercano a sus decisiones, cuando el mensaje que ha enviado, reiteradamente, el republicano es que él trabajará para los intereses estadunidenses sin importar los compromisos previamente firmados con México.

La pregunta es, pues, si lo que necesitamos en este momento es un secretario que se acerque a Estados Unidos o uno que nos acerque la mundo; si la prioridad en las relaciones exteriores debe ser congratularse con Estados Unidos o construir vínculos más estrechos con otros países. Me temo que independientemente de quien sea el secretario, las relaciones con el vecino del norte tenderán irremediablemente a empeorar. Sin embargo para las relaciones con el resto del mundo tener al frente de la cancillería a un profesional hubiese sido mucho mejor que un improvisado.

Pero démosle el beneficio de la duda: ¿qué espera el presidente con esta designación?; ¿cuáles serían los indicadores para evaluar si fue una decisión acertada o no: un buena renegociación del tratado de libre comercio, una política de migración más humanitaria y segura, aumento o al menos no disminución de la inversión extranjera? Si no tenemos claro qué queremos en la relación con Estados Unidos y cuáles son nuestras prioridades como país, tampoco podremos evaluar el desempeño del canciller.

El mensaje que manda el presidente, una vez más, es que prefiere la lealtad de sus cercanos sobre la capacidad y la experiencia; a los que piensan igual, que a quienes cuestionan. Es una actitud muy similar a la que tuvo Felipe Calderón al cierre de su período: tendremos otro largo final de sexenio con un presidente encerrado, aferrado y desconectado, que sólo oye a los mismos, que le dicen lo mismo.

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