Columnas la Laguna

MIRADOR

ARMANDO FUENTES AGUIRRE (CATÓN)

San Virila fue al pueblo a pedir el pan para sus pobres.

La mañana era de invierno. Un viento sin compasión helaba el cuerpo y atería el alma. La neblina se arrastraba como serpiente silenciosa y no dejaba ver más que la soledad del mundo.

El frailecito vio a un perrillo que temblaba de frío. San Virila alzó la mano. Un rayo de Sol se abrió paso entre las nubes y calentó al animalito.

Por ahí iba pasando el rey y vio el milagro. Le ordenó al santo:

-Haz el mismo milagro para mí. Yo también quiero un rayo de Sol.

-Tú no lo necesitas -le dijo San Virila-. Tienes ropa con qué cubrirte, buen vino qué beber, y en tu palacio arden las chimeneas. Para ti no existe el frío de los pobres y de las otras pequeñas criaturas del Señor. No haré el milagro que me pides. Los milagros son para quien los necesita.

Así dijo San Virila, y siguió su camino. A su paso la niebla se abría y la grisura de la mañana se convertía en luz.

¡Hasta mañana!...

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