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El confuso problema de la migración

JULIO FAESLER

El mundo pasa por una difícil etapa. Todo parece estar en transición. Ningún país está tranquilo. Ni siquiera los nórdicos que gozan de larga tradición de estabilidad y tranquilidad.

En Rusia aparece el severo Vladimir Putin con su política de recuperar la antigua hegemonía soviética, Gran Bretaña distorsiona con su repentino "Brexit" la estructura europea, Brasil vive el golpe que derriba a la presidenta, mientras que en España la terquedad de sus líderes les impide formar un gobierno confiable y en Francia gobierna un presidente impopular está atado de manos para responder al terrorismo sembrado por la amenaza musulmana.

El Islam y la agresión que lanza el Kalifato mundial terrorista y sus versiones locales ponen en alerta constante a Europa y Estados Unidos. La pugna entre India y Paquistán sobre la suerte de Kachimira alinea fuerzas nucleares y las transiciones que se viven en la antigua Birmania son parte de esta pantalla.

Pero todos estos escenarios palidecen si se comparan con el asesinato sistemático de cientos de miles de civiles por los bombardeos del gobierno de Assad y de Putin contra Aleppo y Mossul. Aquí no acaba el cuento. Hay que sumarle los dramas de las olas de migración salen de Medio Oriente o de África buscando refugio en Europa o en Estados Unidos de las condiciones apocalípticas que millones de víctimas civiles.

Más de un millón de refugiados llegó a Europa en 2015 huyendo de Afghanistán e Irak. 40,000 somalíes han ido a Suecia. Los indios van a Europa a trabajar y se quedan. Igual sucede con los turcos que llegan a Alemania. 350,000 emigrantes han cruzado el Mediterráneo en 2016.

La demografía agranda los problemas. En 1945 la población mundial era de 1,990 millones de almas. Hoy somos 7,000. Como si no se hubiera previsto, esta multiplicación tomó por sorpresa a todos los gobiernos.

Aquí a nuestro continente, protegidos tras de dos inmensos mares, confiados en poder dedicarnos, sin interferencias extranjeras en nuestras quitas internas ni en el divertido juego de las sucesiones presidenciales, ya empiezaron a llegar repercusiones.

Hasta ¿qué momento viviremos en ese confort, ajenos a las tragedias que torturan a millones de humanos en regiones remotas?

Lo que sucede en nuestras fronteras norteñas es la primera advertencia. En Tijuana se agolpan miles de migrantes caribeños y africanos que ni el gobierno ni las organizaciones religiosas pueden ya atender. El problema no puede sino agravarse. Además de los que llegan del sur cruzando el Suchiate, cada día los norteamericanos nos regresan 600 migrantes que son repatriados y de los cuales sólo pueden ser repatriados porque no tenemos dinero para más. No hay más solución humana que ofrecer a los migrantes alojamientos, alimentos y servicios médicos. Expulsarlos sería la alternativa.

Son ya 11,000 los migrantes que han llegado desde mayo a Tijuana. La situación está fuera de control. También han llegado caribeños a Mexicali y a Ensenada. Hoy día se suman los haitianos. Desde 2010 gozan de estancia temporal debido al terremoto que dejó 200,000 muertos. Ni el estado de Baja California, ni la Federación tienen suficientes recursos para repatriar a todos.

La Casa del Migrante de los padres Scalabrini en Tijuana, ha atendido a más de 240,000 migrantes mexicanos y centroamericanos desde 1987. En los últimos 5 años el 85 % han sido deportados de los EUA.

Es curioso, los migrantes son para Alemania y Gran Bretaña un beneficio ya que refuerzan la fuerza laboral que, contrario a lo sucede en otros países, decrece por baja en los nacimientos. Una vez nacionalizados los inmigrantes son más leales a su país de adopción que los propios naturales. En Estados Unidos el 60 % de los emigrantes mexicanos se integra a la fuerza de trabajo.

Queremos hacer gala de hospitalidad como con el proyecto Habesha, un proyecto de la Universidad Panamericana, que acoge a los emigrantes sirios a México, pero entre nosotros hay un rechazo a los migrantes. Se dice que hay que atender primero a los de casa antes que al extranjero. Ese rechazo es igual que el de los norteamericanos hacia el mexicano.

¿Qué hacer? En el norte de México no hay más que atender a los migrantes que esperan entrar a los EUA. Hay 11 millones de indocumentados en EUA y hay en Tijuana un borde metálico que se interna en el mar y que separa a los dos países.

¿Es esta la solución?

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