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De movilidad y participación

Periférico

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

El jueves pasado fue presentado el libro Democracia en América Latina. Entre el ideal utópico y las realidades políticas, de Editorial Fontamara y coordinado por Alex Ricardo Caldera Ortega y Armando Chaguaceda Noriega. El libro contiene 15 textos de igual número de autores que, desde la experiencia académica, abordan la diferentes aristas del intenso y complejo proceso de democratización de Latinoamérica, que van desde la generalidad hasta el aterrizaje en México con casos específicos. Uno de ellos es "Movilidad urbana y participación social. Caso de la zona metropolitana de la Comarca Lagunera, México", escrito por Salvador Sánchez, catedrático de la Ibero Torreón y colaborador de El Siglo de Torreón. A continuación, el comentario escrito por el autor de esta columna para la presentación del libro, enfocado en el texto de Sánchez:

Defender en la calle una idea, un proyecto o una posibilidad, es asumir una posición política, entendiendo ésta como lo que es relativo a la polis, es decir, a la ciudad. Quien más allá de su afición, comodidad o necesidad decide reclamar un espacio para formas alternativas de movilidad en una urbe diseñada en su mayoría para una sola, está haciendo política. Y pudiéramos decir que política de la mejor, que es la política de calle. La premisa para este ejercicio es la libertad individual que, multiplicada y sumada en el reflejo de la vida pública, redunda en agrupación y, posteriormente, en eso que se ha dado en llamar sociedad civil. En este tenor, Salvador Sánchez analiza en su artículo "Movilidad urbana y participación social. Caso de la zona metropolitana de la Comarca Lagunera, México", cómo frente a la creciente hostilidad urbana potenciada por la violencia criminal y en medio de un contexto de tendencia mundial hacia la recuperación de la dimensión humana del espacio público citadino, se generó uno de los movimientos sociales más interesantes, novedosos y a la vez diverso, que se hayan gestado en esta región.

El texto recorre la experiencia de cinco de los grupos de ciclistas que han surgido a partir de 2011 con el afán de desvelar sus motivaciones y alcances. Así, es posible identificar a aquellos que se quedan en el ejercicio del ciclismo como mero deporte, a quienes lo consideran como una nueva forma de recreación urbana y a los que han hecho precisamente de las rodadas una actividad política con la conciencia de alcanzar una transformación urbana. Y el objetivo de muchos de los participantes y de sus líderes, si es que vale el término, trasciende el simple ecologismo para llegar a la concepción de una ciudad en donde sea igual de fácil, práctico y seguro circular a pie o en bici que en vehículo automotor. En última instancia, se trata de repensar el espacio urbano en beneficio de la armonía comunitaria y la justicia social. ¿Por qué sólo quien puede comprar un auto debe gozar del privilegio de trasladarse de la forma más eficiente? Hay una máxima de la política social que indica que lo que el sistema económico descompone o no resuelve, el Estado debe componer o resolver. Es ahí en donde el movimiento ciclista político, para diferenciarlo del deportivo o recreativo, pretende incidir.

Pero como en todo, no hay exención de dificultades. Las confusiones propiciadas por la propia proliferación del ciclismo urbano y sus múltiples finalidades y alcances; la falta de comprensión de un sector de la ciudadanía que sigue viendo en el auto la única posibilidad de progreso y en quienes no cuentan con él el sinónimo del atraso; el espíritu autoritario que conserva el sistema político regional en donde todo aquello que escape de la lógica del poder debe ser cooptado o destruido, y la falta de conexión entre quienes ejercen el ciclismo con perspectiva política y los que usan la bicicleta por necesidad, son factores que han limitado los alcances del movimiento. Pero a pesar de que poco se ha avanzado en la ampliación de la infraestructura urbana incluyente, no son menores los esfuerzos por tener un reglamento en donde el auto ya no sea el centro, y, sobre todo, por poner sobre la mesa de discusión de la opinión pública el tema. Pero más allá de esto, nadie puede negar que el activismo ciclista no sólo fue uno de los ejercicios de resistencia social más visibles en medio del embate del crimen organizado y la descomposición de las autoridades locales, sino además vino a oxigenar el ámbito público tan viciado por el discurso vacuo y oportunista de los partidos hegemónicos y tan golpeado por los intereses económicos privados.

Una noción nos queda, y creo que Salvador Sánchez lo entiende bien: es necesario y posible pensar a la ciudad desde otra perspectiva, una más humana y sustentable. La ruta por recorrer aún es larga. Hay que recordar que los menos afectos a teorizar sobre la democracia fueron los atenienses, artífices de ese grandioso experimento social. Y fueron ellos precisamente quienes desde la política de a pie ejercieron la forma más directa de ese sistema de la que se tiene conocimiento hasta ahora. Más que teorizar sobre ella, lo que nos hace falta es caminar la democracia o, en este caso, pedalearla.

Twitter: @Artgonzaga

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