Columnas la Laguna

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Don Alirio está en su cuarto de hotel con una dama a la que apenas hace 15 minutos conoció. Don Alirio es un buen ciudadano: hijo ejemplar, padre excelente, esposo regular. Está al corriente en el pago de sus impuestos y nunca deja de votar. De vez en cuando, es cierto, gusta de echar una canita al aire. Recuerdo a ese propósito un dístico muy sabio de Ogden Nash, poeta norteamericano (1902-1971): "Home is heaven and orgies are vile, / but you need an orgy once in a while". El hogar es un paraíso, y las orgías son cosa sucia, pero de vez en cuando necesitas una orgía. En modo más conciso lo dicen los latinos: "Semel in anno licet insanire". Es permitido cometer locuras una vez al año. Algo debo decir en abono de don Alirio: cuando se va de picos pardos procura no lastimar a nadie, ni causarse descrédito a sí mismo. Sucedió que el señor viajó a Las Vegas a la convención anual del Club de Fans de Amelita Galli-Curci (cuatro miembros). En el lobby bar del hotel entabló conversación con una incitante pelirroja. Las pelirrojas, ya se sabe, tienen un no sé qué que qué sé yo. La encendida cabellera de la mujer, como de fuego, atrajo cual poderoso imán a don Alirio, tanto que sin más prolegómenos le invitó una copa. Ella pidió champaña, y él un botellín de agua, para equilibrar la cuenta. Tres copas de lo mismo condujeron a lo que debían conducir: la bella señora aceptó ir a la habitación de su invitante, quien deseaba -dijo- mostrarle un disco de 78 rpm con la grabación de "The last rose of summer" que en 1927 hizo la Galli-Curci para la Casa Victor. Aquello era mentira: don Alirio abrigaba otra intención menos musical. La mujer lo sabía bien. ¡Ah, cuán torpes somos los varones al tratar con nuestras inteligentes compañeras! Cuando nosotros apenas vamos a ordeñar la vaca ellas ya vienen con la leche, la mantequilla, la crema, el queso y el jocoque (yogur, en el lenguaje de hoy). Al llegar a la habitación don Alirio no se acordó de la Galli-Curci, ni de "The last rose of summer", ni de la Casa Victor. Tan pronto cerró tras sí la puerta se echó sobre la atractiva fémina y con enloquecidas manos procedió a desvestirla. Luego la vistió de ardentísimas caricias y la cubrió de ignitos besos que abarcaron desde los ebúrneos senos de la pelirroja hasta sus alabastrinos pies. (Nota de la redacción: En este punto nos vemos en la penosa necesidad de suspender por un momento el relato de nuestro estimado colaborador. El joven editor encargado de revisar su texto sufrió con su lectura una conmoción muy propia de sus años, pero impropia por demás de un centro de trabajo. Tendremos que esperar a que ceda esa tumefacción. Parece que el muchacho está ya un poco más calmado. Prosigamos). La mujer correspondió, sapiente, a tales efusiones, y se llevó a cabo el acto erótico. Pero don Arilio no contaba con que la pelirroja era insaciable. Requirió su servicio una vez más. Y otra. Y otra. Seis veces en total tuvo el asustado señor que hacer obra de varón. Eso es nada para quien bebe las miríficas aguas de Saltillo, pero para un mortal común es hazañosa prueba. Se fue por fin la dama. Y qué bueno, pues una acción más habría acabado con la vida de don Arilio. Largo rato quedó en el lecho el infeliz, derrengado, sumido en profundos pensamientos sobre la fragilidad de la existencia humana. Sintió de pronto ganas de desahogar una necesidad menor. Y sucedió que al intentar desahogarla no pudo hallar la correspondiente parte. Por más que hurgó no dio con ella. Le habló entonces con tono de ternura. "Ya puedes salir, linda -le dijo-. No tengas miedo. Ella ya se fue". FIN.

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