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Fin del experimento

Opinión - Jaque mate

Fin del experimento

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SERGIO SARMIENTO

El 24 de septiembre de 1990 el Sóviet Supremo, o parlamento de la Unión Soviética, decidió concederle al presidente y secretario general del Partido Comunista, Mijaíl Górbachev, poderes de emergencia para enfrentar una crisis económica. Un total de 305 legisladores votaron a favor con sólo 36 en contra.

Nadie se engañaba sobre lo que significaban estos poderes. En un momento en que la economía soviética se desplomaba, Górbachev sabía que sólo la adopción de reglas de mercado ofrecía la posibilidad de lograr una recuperación.

La fecha se ha perdido entre las efemérides del desplome de los regímenes comunistas de Europa oriental. Pero con esta decisión del Soviet Supremo comenzó el desmantelamiento del experimento comunista que había durado desde el triunfo de la Revolución Rusa de 1917.

El régimen comunista de la Unión Soviética fue considerado durante décadas un éxito que demostraba la posibilidad de construir una sociedad más justa a través de un gobierno que controlara los medios de producción. El régimen comunista, sin embargo, se convirtió en una dictadura y en un fracaso económico. Decenas de millones murieron de hambre con el desplome de la producción de granos en la colectivización de las granjas privadas. La Unión Soviética fue uno de los países triunfadores de la Segunda Guerra Mundial y aprovechó su poderío militar para construir un imperio en Europa oriental. El dominio sobre un vasto territorio le dio un nuevo contrato de vida, pero no suficiente para garantizar su supervivencia.

La industria soviética, que pareció prosperar en un principio, se colapsó con el tiempo ante la falta de los incentivos económicos de precios realistas y utilidades empresariales. Para fines de la década de 1980 las deficiencias económicas del sistema eran evidentes para todos los que vivían en la URSS y sus países satélite. Se necesitaba una reforma económica. Górbachev sabía que no la podría obtener si no conseguía poderes especiales de una élite comunista aterrada de perder sus privilegios. Pero en realidad 1990 era demasiado tarde para la reforma. El muro de Berlín ya había caído en 1989 y algunos países del bloque comunista, como Hungría, estaban experimentando con el capitalismo. En diciembre de 1991 la propia Unión Soviética se derrumbó.

Francis Fukuyama consideró la desaparición de la Unión Soviética como un acontecimiento que marcaba el fin de la historia y previó un futuro en el cual un solo sistema, el liberal democrático, prevalecería en el mundo. Las cosas no fueron tan sencillas, sin embargo. Los grupos que buscan establecer controles centralizados en la economía avanzaron en los países avanzados y establecieron mayores impuestos y programas sociales que redujeron la inversión y la capacidad de crecimiento de la economía. Algunos países, como Cuba y Corea del Norte, mantuvieron regímenes comunistas. Otros, como Venezuela, tuvieron gobernantes como Hugo Chávez que recurrieron a las viejas fórmulas del comunismo, a pesar de que sólo lograron que se desplomaran sus economías como ocurrió con la Unión Soviética.

El poder y el atractivo de la utopía comunista no han desaparecido. Pero el 24 de septiembre de 1990 Górbachev entendió que una economía que destierra al mercado está condenada al fracaso. Muchos todavía no se enteran.

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