La Torre F&F, mejor conocida como “el tornillo”, todo un ícono de la ciudad.
Los grandes rascacielos que pueblan la capital de Panamá sorprenden a todos sus visitantes, pero es el Casco Antiguo, sus pintorescas calles, sus bellas construcciones y sus restaurantes lo que sin duda conquista su corazón.
Conocido como el Hub de las Américas, el aeropuerto Internacional de Tocumen, en Panamá, es uno de los más importantes de todo el continente. Si hay algo que caracteriza a este recién remodelado aeropuerto es la interminable fila de tiendas libres de impuestos, un deleite para los amantes de las compras.
Una vez en la ciudad, el viajero puede recorrer la Cinta Costera, un moderno corredor para peatones y ciclistas de siete kilómetros de longitud, que conecta la ciudad desde Punta Paitilla hasta el Casco Antiguo. Desde aquí la línea del horizonte se ve saturada de grandes rascacielos apiñados unos contra otros. El viajero no se siente en una ciudad latinoamericana, bien se podría encontrar en Miami; incluso la moneda está 'dolarizada', aunque los panameños les llamen “balboas”. Si se continúa hacia el sector financiero el viajero pronto se topa con la Torre F&F, más conocida como “el tornillo”, un imponente y precioso edificio retorcido diseñado por Pinzón Lozano y Asociados; un ícono de la ciudad. En esta zona se encuentran algunos de los centros comerciales más exclusivos y las oficinas de las grandes corporaciones trasnacionales; este es el corazón que impulsa a la pequeña pero grandiosa nación centroamericana.
Tan pronto el viajero entra al Casco Antiguo se siente latir la verdadera Panamá, lo primero que llama la atención es el gran mercado de mariscos con su imponente vista de la bahía, donde los estómagos más fuertes podrán degustar la comida panameña callejera a precios muy económicos.
Después de caminar con el fuerte calor y la humedad en su máxima expresión, el viajero debe buscar La rana dorada, una cervecería artesanal que calmará su sed y le dará más energía para recorrer las calles que han sido declaradas patrimonio de la humanidad por la UNESCO. Preciosos balcones afrancesados atestan los segundos pisos del casco, entre tendederos y objetos curiosos el explorador queda extasiado por su mágico surrealismo. Sin duda un paraíso para fotógrafos y amantes de la alta cocina, con un variedad infinita de restaurantes, bares y heladerías artesanales.
El Casco Antiguo está hecho para explorarse a pie, siempre se descubrirán rincones ocultos y algún restaurante con una propuesta interesante. Un sitio que el viajero no debe perderse es la Iglesia de San José con su retablo bañado en oro, cuenta la leyenda que el altar fue pintado de negro por unos monjes para protegerlo del saqueo de los piratas. El Teatro Nacional es otro de los recintos que se deben visitar para admirar sus ricos detalles arquitectónicos.
Una visita obligada es a la exclusa de Miraflores, donde se puede apreciar el canal de Panamá. Tiene una longitud de 65 kilómetros y cuanta con múltiples exclusas hechas para elevar los barcos hacia el lago Gatún y así acortar las distancias de navegación entre el océano Pacífico y el mar Caribe, esta obra es una maravilla de la ingeniería naval. Su ampliación recién terminada le permite recibir barcos más grandes y una mayor afluencia. Si se sigue de frente por la carretera 852 se llega hasta Gamboa, una pequeña aldea en medio de la selva que se construyó para albergar a los empleados de la zona del canal. Su majestuosa entrada entre bambús le dan la bienvenida al viajero.
De regreso en Panamá se pueden visitar la ruinas de Panamá La Vieja, ruinas de los primeros asentamientos de la ciudad, y visitar su mercado de artesanías en busca de las famosas “molas”; textiles coloridos con diversas formas abstractas. Si aún le queda energía, el viajero puede subir el cerro Ancón y disfrutar del atardecer con la mejor vista de la ciudad.
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