Era un mal hombre, he de decirlo
No trabajaba; su mujer tenía que lavar ajeno para que hubiera en la casa qué comer. Además se emborrachaba todos los días con el dinero que le sacaba a su pobre madre. Y si la esposa le decía algo la golpeaba.
Un día amaneció muerto. Es explicable: la noche anterior, aprovechándose de su embriaguez, ella le dio a beber un vaso de aguardiente al que le puso una cucharada grande de arsénico.
Nada habría sucedido, aparte de la muerte del sujeto, si no es porque a uno de los individuos que vinieron a recoger el cadáver le pareció raro el color del difunto. Se le hizo la autopsia, y salió lo del veneno.
Ante la policía la esposa declaró:
-Ya estaba yo harta de sus malos tratos, y quise deshacerme de él. Pero decentemente. Mi religión prohíbe la disolución del matrimonio; no iba a divorciarme como una hereje.
¡Hasta mañana!...