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CRÓNICA GOMEZPALATINA

Tercera y última parte

MANUEL RAMÍREZ LÓPEZ, CRONISTA OFICIAL DE GÓMEZ PALACIO

La terrible inundación del río Nazas en 1968

La emergencia se había decretado en su totalidad, decenas de miles de laguneros se vieron obligados a tomar medidas urgentes para hacer frente a la creciente del río Nazas. La angustia y la desesperación se dejaban sentir por todas partes, esperando que la situación se agravara a tal punto, de que se presentara un desastre de magnitudes incalculables.

Por primera vez, desde su construcción, la presa del Palmito estaba desfogando cientos de metros cúbicos por segundo por su vertedor de demasías, por lo que las aguas río abajo ya no tenían control. En la presa Francisco Zarco se tomaban las medidas más necesarias para contrarrestar el grave problema, cumpliendo sus funciones como presa reguladora, para controlar parcialmente la situación.

Las autoridades principales de la Secretaría de Recursos Hidráulicos hacían esfuerzos por manejar los altos volúmenes de agua que escurrían del Palmito para evitar daños mayores en toda la cuenca del río, tomando en consideración que la población se enfrentaba a la mayor inundación de la historia de ese afluente y que las consecuencias eran mayúsculas.

La intensa temporada de lluvias que se abatió sobre la región, era de por sí muy peligrosa y se vio incrementada por la presencia del ciclón “Naomi”, provocando un torrencial temporal que saturó las presas mencionadas y obligó a tomar medidas extremas para aminorar los efectos nocivos sobre la población, que desde principios del mes de septiembre venía sufriendo una problemática cada vez más intensa y destructora.

En la comarca lagunera, las estimaciones presentadas por las autoridades del ramo agropecuario, indicaban pérdidas cuantiosas de la producción total de algodón, alfalfa, maíz, frijol y hortalizas.

Sin embargo, hubo pueblos, como La Goma y algunas comunidades aledañas del municipio de Lerdo, donde las pérdidas alcanzaban niveles alarmantes y daños muy intensos, la mayoría de las casas se inundaron, propiciando que cientos de ellas se vinieran abajo, por lo que sus habitantes se concentraron en el área conocida como los “Cerros Colorados”, buscando la seguridad de los terrenos altos.

En Gómez Palacio, se vieron sumamente afectadas la colonia El Campestre, Las Rosas, El Consuelo, pero particularmente la colonia Santa Rosa de Lima, que sufrió la caída del sesenta por ciento de las viviendas, debido a que recibió directamente la mayor parte del caudal derramado, ya que por su ubicación geográfica se localiza en la parte más baja de la ciudad, además de que el terraplén de las vías del ferrocarril le servía de represa y provocaba la formación de grandes lagunas que afectaron a ese populoso sector habitado por gente de escasos recursos, que perdieron totalmente su patrimonio, como igualmente sucedió con otras colonias del norte, como el Zepelín y Filadelfia, entre otras.

Por su parte, colonias situadas en la margen derecha del río, en la parte norte de Torreón, que al principio habían sido evacuadas, como la Ampliación Los Ángeles, la Nazario Ortiz Garza y la Moderna, El Arenal y la Aguirre Benavides, entre otras, que habían sido amenazadas por la inminente inundación, finalmente y como consecuencia de la ruptura del río, en la rivera de Gómez Palacio, no sufrieron las calamidades anunciadas, lo que vino a representar un respiro para la población coahuilense.

Sin embargo, en la colonia Santa Rosa la situación se complicaba gradualmente, debido a que los techos y paredes estaban cediendo por la intensa humedad, provocada por una lámina de agua de más de un metro de altura, que dañó muebles y enseres, vehículos, máquinas y bienes propios de una comunidad. Una luz de esperanza se presentó en forma inesperada.

Los caudales de agua que recibía la presa del Palmito, gradualmente se reducían y las posibilidades del manejo de la avenida aumentaban, permitiendo que se tomaran acciones de reforzamiento de bordos que habían sido dañados por la furia del agua y consecuentemente se redujeran los riesgos. Entrabamos seriamente a la etapa de evaluación y reparación provisional que emprendían solidariamente los damnificados tratando de regresar a las actividades cotidianas de la mejor manera posible, dadas las circunstancias. Una de esas medidas, fue el regreso de decenas de miles de personas que se habían resguardado en el Puerto de Ventanillas, a sus domicilios, en San Pedro de las Colonias, lo mismo que quienes salieron del municipio de Francisco I. Madero que se encontraban en la estación Talía.

El primer recuento de daños arrojaba de un treinta a un cincuenta por ciento de perdidas en la producción agrícola y cantidades incalculables en la pérdida de los patrimonios de los ciudadanos y de las comunidades que habrían de enfrentarse, desde luego, a un problema colosal que de esas dimensiones, nunca se había vivido en la comarca lagunera, provocando la desmovilización forzada de los habitantes de los municipios laguneros que sufrían la penuria total, que habría de requerir de esfuerzos colosales para su reconstrucción y recuperación.

Quince días de lluvias intensas, habían sido suficientes para poner a la región al borde de la destrucción, provocando un sinfín de problemas que solamente con la solidaridad de las personas había logrado superar las dramáticas condiciones que nos planteó el fenómeno atmosférico que vino a colapsar la vida de los laguneros. Infraestructura carretera destruida, deslaves en las vías férreas, poblados aislados, cortes frecuentes de energía eléctrica y telefónica, un caos total.

Hubo oportunidad de ver en acción al gobernador de Coahuila, don Braulio Fernández Aguirre, con una actitud comprometida y responsable, al pendiente de las situaciones graves que se iban presentando a medida que el problema crecía, y sus subalternos, guiados por el ejemplo también desplegaron sus mejores esfuerzos. Por el contrario, nuestro gobernador, ingeniero Alejandro Páez Urquidi, adoptando posturas de rey de opereta se concretaba a responder a las peticiones de ayuda de los laguneros, que su gobierno no era casa de beneficencia y que las problemáticas que se le presentaban por medio de grupos sociales eran solamente deseos de mortificar a la autoridad, que él representaba.

En un análisis desapasionado y honesto, estas reflexiones dan una talla de la medida humana de ambos gobernantes, que se comprueba fácilmente con el recuerdo cariñoso y agradecido para don Braulio, que hasta su partida, siguió cosechando la simpatía permanente de los habitantes de esta región, en cambio del otro personaje, nos preguntamos, ¿Alguien tiene siquiera un recuerdo medianamente grato de su pobre desempeño? En contraparte, quedó grabado en el terreno perenne de la gratitud, el espíritu solidario de todos los laguneros, que hicieron un frente común para mitigar las inclemencias de la terrible inundación, poniendo cada quien su parte y ayudando a los demás a sobrellevar la contingencia inesperada.

Los jóvenes respondieron espontáneamente a las necesidades que se presentaron. Las mujeres por su parte, contribuyeron en todo lo que estuvo a su alcance, así como la mayoría de los empresarios, constructores, médicos, enfermeras, comerciantes, las fuerzas armadas y cuerpos de seguridad federales, estatales y municipales, agrupamientos de protección civil; organización sociales, sindicales, trabajadores y campesinos, nadie rehusó colaborar, cuando la situación estaba comprometida.

La verdadera y grave dimensión de ese suceso, se conoció hasta dos meses después de la inundación, cuando en una nota de prensa, publicada el 26 de noviembre de 1968, en El Siglo de Torreón, se informaba que en un despacho originado en Washington, la Dirección Nacional de Aeronáutica y del Espacio (NASA) comunicó que uno de sus satélites artificiales había detectado que las lluvias torrenciales caídas sobre la cuenca del río Nazas, hicieron peligrar las ciudades de Gómez Palacio y Torreón, al desbordar la presa Francisco Zarco que se encontraba en etapas finales de construcción, y el gobierno de México debía decidir cerrar la presa o permitir que las aguas inundaran las dos ciudades. Esa valiosa información proporcionada por la NASA, ayudó a que las autoridades mexicanas tomaran la decisión correcta, al saber que ya no llovería más esa temporada. La Laguna se había salvado.

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