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Trump como alivio

JUAN VILLORO

Todo indica que Donald Trump será el candidato republicano a la Presidencia. Durante la dilatada campaña, sus opiniones han sido tan controvertidas e imperturbables como su corte de pelo. El magnate de Nueva York no conoce otra estrategia que el capricho. En forma curiosa, quienes lo apoyan han visto este ejercicio de la arbitrariedad como un signo de congruencia. Ajeno a las mafias tradicionales del Partido Republicano, Trump es el outsider que dice lo que le da la gana.

La amenaza que representa debe ser tomada en serio. Ya es demasiado tarde para descartarlo como un bufón que sólo pretendía animar los debates televisivos; por absurdos que sean sus postulados, se aproxima a la posibilidad de ponerlos en práctica.

Trump ha atacado a sus rivales con el decoro de un pistolero del Oeste, lo cual le ha permitido reclutar adeptos entre quienes consideran que John Wayne encarnaba una exaltada y muy sincera versión del humanismo. De poco sirve considerar que hay males peores y que el excéntrico que remata sus edificios y su rostro con un copete dorado resulta preferible a Ted Cruz, dispuesto a ejercer un fascismo más institucional. No hay consuelo ni paliativos: Trump es dramáticamente verdadero.

Dicho esto, conviene analizar los efectos de su amenaza. La gran sorpresa es que el candidato que nos odia a rabiar y pretende que construyamos un muro para quedar presos en nuestro propio país, es el regalo que necesitaba el gobierno de Enrique Peña Nieto.

Incapaz de enfrentar problemas decisivos como la solución del caso Ayotzinapa, la violencia rampante en todo el país, el escándalo de la Casa Blanca, la muerte y persecución de periodistas, Peña Nieto ha dilapidado los quince minutos de fama que obtuvo cuando se aprobaron sus reformas (muchas de ellas criticables, pero que le representaron un triunfo táctico).

Dedicado en la primera mitad de su mandato a prometer, Peña Nieto parece dispuesto a dedicar la segunda a no aclarar. Su lema de "mover a México" es una metáfora más en un país de mistificaciones.

Hace unos días, el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes entregó su segundo informe en un clima de innecesaria controversia. Ese equipo no fue contratado para investigar ni disponía de los medios para hacerlo; debía analizar de manera imparcial los datos proporcionados por el propio gobierno. Su primer reporte arrojó una luz sorprendente sobre los sucesos y demostró que la "verdad histórica" presentada por el procurador Murillo Karam era insostenible. Se depositaron grandes esperanzas en su segundo informe, pero no hubo modo de llegar a todos los responsables de los hechos. Desde un principio, la indagación se fragmentó, impidiendo trazar un relato unitario, y actores decisivos, como el Ejército, no han brindado suficiente información.

En vez de profundizar en el análisis, el gobierno ha preferido difuminarlo. De nuevo el discurso oficial procura que la representación de la realidad sustituya a la realidad misma. Los expertos han sido sometidos a una intensa campaña de descalificación, exigiéndoles soluciones que no pueden dar. En contra de su sugerencia, se practicó un nuevo peritaje en el basurero de Cocula que sólo contribuyó a la confusión. Uno de los "resultados" fue que tal vez se quemaron ahí diecisiete cuerpos. De ser así, ¿qué pasó con los demás? La Procuraduría ofrece una aritmética del delirio: 43 -17= 0.

La batalla simbólica prosigue en varios frentes. En un acto inédito, el general Salvador Cienfuegos, secretario de Defensa, pidió perdón ante veinticinco mil soldados por la tortura cometida por miembros del Ejército hace más de un año en Ajuchitlán del Progreso. El acto lo honra y debe ser aquilatado; actuó con entereza en un país donde reconocer un error resulta peor que cometerlo. Sin embargo, quizá ese gesto encomiable esté destinado a sugerir que las Fuerzas Armadas "ya cumplieron" con su deber moral y no deben aceptar más culpas.

En un contexto donde los signos deciden la realidad, Trump aparece como la piñata que todos queremos romper. Ante ese mal, todos somos víctimas.

En un momento en que el gobierno de Peña Nieto no se podía defender a sí mismo, surgió una amenaza distractora. Hablar de Trump concentra las preocupaciones en una sola. El espanto no se anda con detalles: cuando Godzilla se apodera de un edificio, poco importa que los inquilinos deban renta.

Detrás de tantos símbolos está la realidad. Sería grave que Trump gobernara Estados Unidos. Más grave es que nos gobierna Peña Nieto.

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